1 julio, 2017
Lo que más me gusta de trabajar en una oficina es mi acceso a cantidades ilimitadas de agua de garrafón. Venía bajando los escalones con un vasito recién finiquitado cuando una mujer que he visto fumar en la terraza pero cuyo nombre y virtud desconozco me dijo: si tú puedes escribir libros qué haces aquí. A manera de respuesta sólo me reí como idiota. Llegué al garrafón en el piso de abajo con una amargura honda, el agua me supo amarga. Como Tolstoi: sólo vi un abismo en el eterno fluir de los mares. ¿La mujer tiene razón? Bueno: estoy en una fase de recaudar quincenas porque todo está carísimo y el año pasado me harté de no tener un peso. Hay que perseguir el sushi de chuleta. Además estoy trabajando en una oficina para anestesiar mi cerebro en la espera de buenas noticias editoriales a respecto de la novela que terminé en diciembre. Por último decidí entrar a una chamba de tiempo completo para paliar el dolor incomprensible que me dejó la reciente muerte de mi padre. Necesito aletargar mi vida, usar este año sin Mundial como una fase de transición hacia algo que aún no puedo nombrar y que probablemente ni siquiera exista. Se supone que estoy en una edad de plenitud intelectual pero yo cada vez me siento más menso. Perdí la juventud entre quincenas y libros que escribí y ahora son sosos leones muertos. Además, la pregunta de la chica desconocida aplica con todo. ¿Por qué si Peña Nieto puede ser un líder que saque adelante a esta nación podrida no lo hace? ¿Por qué si Chicharito puede anotar el gol que nos haga campeones de la Confederaciones no lo hace? ¿Por qué si el taquero de El Naranjito puede hacer la mejor gringa de todos los tiempos me ofrece una marranada que parece previamente digerida? En fin. Con el vaso medio vacío regresé a mi estación de trabajo y redacté este párrafo sin conclusiones.
5 julio, 2017
Por recomendación del poeta Christian Peña leí “Vidas minúsculas” de Pierre Michon. ¡Qué libro tan sorprendente! El francés nos narra un puñado de vidas irrelevantes, el quehacer fugaz de los extras mal pagados que cohabitan toda existencia en la tierra. Estas tramas, individuales y contadas con una prosa llena de metáforas desbloqueadas, se van uniendo hasta devenir en la biografía del autor. Michon nos obsequia un pedazo de su vida con una pasión envidiable, exacta, sabia. Lo leemos de niño, de ebrio, de escritor frustrado. Lo leemos amando y luego dejando de amar y luego amando de nuevo. Michon domeña su vida con una habilidad envidiable. Es como si vivir no fuera lo que realmente es: una irreparable pérdida de tiempo. Literal y metafóricamente.
Las cosas del pasado son vertiginosas como el espacio, y su huella en la memoria es deficiente como las palabras…
Michon, autor irreparablemente barroco, se refiere al momento en que uno descubre que es capaz de recordar. Como un gran lector de Proust y Faulkner y Schwob, Michon, revive y juzga su vida. La reinventa y manipula para nuestro beneplácito.
Lo he dicho antes: el pasado no es sino el resultado del matrimonio fallido entre mentira y memoria. En la vajilla quebrada que deja Pierre Michon –es decir en este poderoso librito amarillo- se puede aún desarrollar un inigualable y nutritivo banquete.
Gabriel Rodríguez Liceaga
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