Algo más importante que el diálogo en el lenguaje teatral son las didascalias: todo aquello que se traduce en gesto, ambiente y estímulos que modifican a los actores; lo que no se dice en escena. Las didascalias articulan el carácter de los personajes.
La primera descripción de Blanche Dubois en el texto de Tennessee Williams dice: “Su apariencia es incongruente con el decorado. Está vestida de blanco con una camisa vaporosa, collar y aretes de perlas, guantes blancos y sombrero, como si estuviera llegando a una fiesta de té o a un coctel en un barrio elegante. Es cinco años mayor que Stella. Su delicada belleza debe evadir las luces muy fuertes. Hay algo en sus gestos indecisos y en sus ropas que sugiere a una polilla”. De hecho uno de los títulos alternativos para Un tranvía llamado deseo era precisamente The moth, lo cual es curioso, ya que Blanche huye de la luz en lugar de perseguirla: asustada de su apariencia decadente, prefiere estar a oscuras. Por otro lado, guiada por instintos que oculta, busca una categoría de luz que no resalte sus arrugas, sino que la calcine por completo. Pues bien, Mónica Dione de ninguna manera representa esa imagen en la puesta en escena de Iona Weissberg y Aline de la Cruz. De hecho más que a una polilla, se asemeja a un pelícano volando alrededor de un foco.
Cuando Blanche hace alguna declaración falsa sobre si misma, lo cree y pretende tontamente que quienes la rodean lo crean también: un autoengaño elaborado. Da la impresión de que Dione no respeta a Blanche, y esto lo traduce evidenciando su verdadera naturaleza desde un principio. Señala al personaje adjetivándolo groseramente, utiliza el gesto y el tono para celebrar el hecho de que Blanche Dubois es una mentirosa despreciable.
He aquí una palabra clave: tono. El lamentable desempeño de Mónica Dione, Marcus Ornellas, María Aura y casi todo el elenco, está revestido con un error de tono y por lo tanto, de género. Me refiero a que el texto está trabajado como si fuera una comedia, cuando se trata de una tragedia. Esta triste circunstancia deriva en actuaciones incongruentes con los diálogos, momentos incómodos, gritos donde debería haber susurros y viceversa, pausas innecesarias y lo peor: comedia involuntaria que hace que los chistes que escribió Williams para alivianar un poco la trama, pasen desapercibidos.
Mientras veía la puesta en escena me preguntaba ¿de dónde partió Iona Weissberg para hacer la traducción del texto? Es decir, la directora sabía que el texto se montaría al ser transcrito al español. Hay una ligera tropicalización, pero me refiero más bien a lo que Iona decidió darle énfasis. ¿Fue acaso a la escenografía de colores primarios que Tennessee Williams describe y Sergio Villegas y Emilio Martinez Zurita realizan de modo tan bello? ¿Fue al blues legendario de Nueva Orleans? ¿A los vestuarios floreados y ropa interior de época de las actrices? Sí, a todo eso. El problema no es la belleza de los objetos, es el hecho de que la forma pisotea al fondo, le saca todo el jugo (y ojo: no estoy diciendo que todos los objetos hayan estado “en su punto”. Las pelucas, por ejemplo, eran horrorosas). En el texto pasa algo muy diferente: la forma puntualiza y refuerza al fondo, otorgándole solidez. Como dije: las didascalias estimulan y modifican a los actores, y si Weissberg decidió que dichos estímulos se limiten a lindos objetos, estamos perdidos. Traduttore – traditore – traditore.
En la edición de Penguin de la obra, aparece a modo de introducción un ensayo que escribió Tenneessee Williams para el New York Times en 1947, cuatro días antes del estreno. Se titula On a streetcar named Success, y habla de lo terrible que fue experimentar el éxito después de una vida de miseria y lucha. Cito: “El tipo de vida que había tenido antes del éxito era una que requería perseverancia, una vida de rasguños y arañazos a lo largo de una superficie escarpada, sosteniéndome con los dedos en carne viva a cada pulgada de roca que haya quedado un poco más arriba que la anterior. Pero era una buena vida porque era el tipo de vida para la cual el organismo humano ha sido creado.”
Tenneessee Williams era un hombre que escribía desde la miseria, y al verse iluminado por la grandeza y el reconocimiento, no pudo mas que perder su brújula. Habría que respetar la oscuridad del autor, y montar este parteaguas de las artes escénicas con responsabilidad y desde la verdad que representa tanto histórica como universalmente, no desde un pedestal glamouroso que implica vender tazas con citas de la obra a la salida y entrada de la función.
Para quien quiera admirar una hermosa escenografía y reír incómodamente de ladito al ver a Ornellas gritar “¡Stella!” en calzones, la obra estará presentándose nada más y nada menos que en el Teatro Helénico hasta el 30 de abril. Viernes – 20:30hrs, sábados –18:00hrs y 20:30hrs y domingos – 18:00hrs.
Viera Khovliáguina
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