El Teatro de las Artes apaga las luces de sala, y se escucha una voz de mujer que en vez de cuerdas vocales tiene alambres en tensión; los hace vibrar en un tono extrañamente familiar y nos señala al empijamado Doctor Stockmann, que sentado a la orilla del escenario, ignora que se nos acaba de dar no sólo la autorización, sino la indicación de juzgarlo.
El director y dramaturgo David Gaitán, señala que la mejor manera de homenajear a un autor, es reescribiéndolo. No concuerdo del todo con esta idea: tomar un texto que se ha probado brillante durante más de un siglo y remendarlo sin que tenga agujeros en primer lugar, o cortarlo por un camino de líneas punteadas dibujadas al ahí se va, suena de entrada irresponsable. Sin embargo, Gaitán escarbó las entrañas del texto que Henrik Ibsen escribió en 1883 hasta localizar su esencia. Luego lo hizo suyo. Lo transformó en una nueva maravilla.
Ibsen por si solo, logra que nos cubramos la boca con dedos temblorosos, que levantemos los hombros hasta que nuestros omóplatos se besen, y que inhalemos la tramontana que le asigna un nuevo ritmo a nuestros pulmones. Gaitán se dedicó a buscar los detonadores de dichos efectos y los alineó en un orden más adecuado para esta trepidante década. Gaitán, con ardor, tomó palabras, frases, e incluso un extenso monólogo del Doctor Stockmann, y los confeccionó a la medida del siglo XXI.
La adaptación de este clásico reduce el número de personajes de 10 a 6. Este tipo de decisiones pueden llegar a ser peligrosas: en una ocasión vi una puesta en escena de Romeo y Julieta en la que se fusionaba a Mercutio y a Benvolio, asignándole casi todos los diálogos del segundo al primero, y dejándole otros tantos a Romeo, en busca de cierta coherencia. Como resultado, el animoso Mercutio a ratos irradiaba una sensatez que no le correspondía, cosa que en su momento me hizo sentir muy incómoda. En el caso de Un enemigo del pueblo, la energía de los personajes faltantes (el Capitán Horster, Billing, Morten Kul y los niños Stockmann) están presentes aunque sus diálogos no sean pronunciados. Esto se debe a que la esencia se disemina en la energía general de la obra. Aunque Morten Kul no exista, su sarcasmo y sus ideas con respecto a la justicia están allí. Lo mismo pasa con la honradez de Horster y la sumisión de Billing. Otro ejemplo es la trabajadora Petra, que en esta versión se impregna de la ligereza de sus hermanos Ejlif y Morten, se apropia del deseo por lo extraordinario que originalmente le pertenecía al par de jóvenes vikingos.
Sin embargo la redondez del texto no es quien define la perfección de este montaje. Para zurcir con firmeza los retazos de Ibsen, Un enemigo del pueblo cuenta con asombrosas actuaciones que no se limitan a recitar palabras trenzadas de dos autores; en su lugar las subliman desde la médula. Cada personaje tiene alma, gestos y micromanías que además de colocarlos en paralelo con Ibsen, los empapa de verdad. A cada paso que da Luis Rábago, a cada latigazo que redobla con su lengua, cobra vida el Doctor Stockmann. Todo parpadeo y mueca de Astrid Romo traduce el ritmo interno de Petra. Los ademanes de cobarde camaradería entre David Calderón León y Juan Carlos Remolina, revelan a los periodistas de La Voz del Pueblo.
Como dije al principio, la obra nos da la tarea de regañar al protagonista si comete alguna barbaridad. Este es el elemento más poderoso y truculento de este montaje. No revelaré mucho, pero me atrevo a recomendar a quien no conozca el texto de Ibsen, que le eche una buena leída antes de entrar al teatro. Hay una parte, casi al final, en la que el Doctor Stockmann recoge una piedra del piso y con toda la dignidad que puede caber en un hombre, anuncia que dicho objeto, aquel que materializa un odio injustificado y estúpido, será la herencia de sus hijos. Gaitán traduce estas piedras en frágiles burbujas que aunque inofensivas, crecen hasta volverse el equivalente de un golpe en la cara. Se oye un ¡crack!, se disloca una mandíbula, sangran las encías del Doctor Stockmann. La pertinencia de esta transmutación del objeto me hizo temblar.
La violencia y la belleza terminan su manufactura con la escenografía de Alejandro Luna y el diseño sonoro de Rodrigo Espinosa, que revisten a la obra con hebras de oro. Fijan un contexto tan hermoso como perturbador, en el que las voces de los personajes rebotan con estruendo metálico, pero también son un grito bajo el agua. Todo elemento estético en Un enemigo del pueblo está en su punto.
Un enemigo del pueblo estará en cartelera hasta el 1º de octubre, de miércoles a viernes a las 20:00 horas, los sábados a las 19:00 horas y el domingo a las 18:00 horas. Les ruego que asistan.
Viera Khovliáguina
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