I.
Es posible que una parte de mí se quedara allá,
inamovible,
una escultura de polvo que sigue mirando todo,
lo pasado y el presente.
Y es natural quedarse espiando,
interpretarlo todo desde una capa de tierra y bozo:
lo único que había en las esquinas de aquel departamento.
Toda esa mugre era un único elemento,
materia de todas las veces que hubo sexo en el suelo,
imagen perenne de los dos espejos que se rompieron.
Partículas simples que constituyen la nostalgia,
la piel que se desprendió de ella durante
cuatro años.
El día que estábamos viendo la TV,
se cortaba las uñas y las arrojaba al patio con estilo.
Entonces comprendí lo inevitable:
que todo lo que la conformaba era un frágil
instante de mutación física.
Estuve seguro de que toda su energía era fundamental
para el mundo,
cualquier falla en el sistema operativo universal me la quitaría,
la llevaría a túneles interminables parecidos
a los que escribió Susan Sontag.
Esculpirme en otro tiempo es seguir recapacitando sobre
lo que fue,
es pasar por la cocina y oler la pasta que cocinaba los sábados.
II.
Mi experiencia con los profetas
radicaba en la idea de querer convertirme,
llenar vacíos que antes no eran vacíos,
eran huecos espirituales que se llenaban con galletas Oreo;
en aquellos tiempos aún no lo sabía,
creía que la búsqueda era la función principal,
tenía la seguridad de que si no leía a los grandes profetas:
la vida,
la muerte,
el destino,
la pizza de anchoas,
las tortugas ninja:
no habría forma de que yo pudiera vivir en este mundo.
Leí varios libros de Gurdjieff,
intenté leer varios libros de Gurdjieff,
en realidad hojeé varios libros de Gurdjieff.
Luego encontré en YouTube sus danzas espirituales.
Terminé viendo bromas japonesas,
eso sí era una intervención universal,
un milagro de la risa.
Dejé de leer a Gurdjieff,
ahora guardo sus libros con mucho cariño.
Pienso mucho en esos maravillosos profetas;
siento que lo único que necesitaban
era una buena mujer que les diera de comer,
que los amara,
que les metiera un dedito en el culo,
donde están todas las respuestas.
III.
No es que te haya olvidado,
es que decidí mejor pensar en otras cosas.
Incluso cuando borrarte del mundo virtual
no bastaba con desvanecerte de la tierra.
Había 351 mensajes nuevos en tu bandeja de entrada de Gmail,
eran 275 notificaciones de Facebook,
16 personas habían comenzado a seguirte por Twitter;
lo demás era basura:
recados,
despedidas
y llanto.
Como si dejarte un post o un tweet
hiciera que el dolor se encoja;
tal vez un consuelo para los que no pudieron decirte
unas últimas palabras
con la pútrida esperanza de que fueras a responder con
un «me gusta».
Fue muy complicado eliminarte,
envié un mail extenso a los administradores para explicarles
que habías muerto,
y que los muertos no están en Facebook,
ya no escriben en sus muros.
Respondieron al día siguiente enviando una clave y un pésame.
Pensé en el hombre que reenviaba el mail,
pensé en todas las personas que han muerto
y siguen flotando en internet,
perdidos entre htmls y wwws.
Pude ver sus blogs como tumbas,
sus perfiles llenos de epitafios y homenajes.
Me sentí muy triste por todos ellos.
Horacio L. Warpola. México D.F., 1982. Realizó el Diplomado en Creación Literaria en SOGEM Querétaro. Obtuvo el Primer Lugar en el VII Concurso de cuento de Villaviciosa, España, y mantuvo el blog Neónidas con tres de sus amigos, lo que dio entrada a su primera publicación, “Neónidas [2006-2008]” (Herring Publishers de México, 2009). Ha colaborado en revistas de España y México, en múltiples webs de cultura y literatura, y ha coordinado un par de talleres de creación literaria para jóvenes en la librería Gandhi. Actualmente mantiene el blog de cine de culto Cine Panorama, y se ha enfocado en el video de arte para experimentar con la instalación y la poesía visual. Es cofundador del proyecto Ciudad Q // Inventario Territorial y miembro del colectivo Laboratorio Murciélago. Su poemario “Lago Corea” se publicará este año.
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