Escribe Stephen King acerca de los westerns de Sergio Leone: “En una pantalla de cine, proyectada con las correctas lentes Panavisión, El bueno, el malo y el feo es una épica que rivaliza con Ben-Hur. Clint Eastwood parece tener aproximadamente cinco metros de alto, con una barba del tamaño de coníferas. Los surcos que limitan la boca de Lee van Cleef son tan profundos como cañones […] Las escenas del desierto parecen estirarse al menos hasta la órbita del planeta Neptuno. Y el cañón de cada pistola parece casi tan grande como el túnel Holland”. Podríamos tomar prestadas sus palabras para comenzar a hablar de The Revenant. Durante el comienzo de la cinta la situación no se siente solamente real, sino magnificada: un enfrentamiento con disparos, flechas, gritos y sangre no sólo tiene una crudeza muy real, sino que esta circunstancia tan agresivamente terrenal, adquiere dimensiones titánicas gracias a la cámara casi claustrofóbicamente cercana a todo lo que pasa, al ángulo desde el que nos muestra una masacre que nos hace sentir diminutos. De inmediato nos sentimos mirando algo que no puede ser meramente una película, ni siquiera un documental, nos sentimos espectadores de una realidad que acaba de empezar a devorarnos.
Durante casi toda la cinta la cámara se mantiene no más arriba de la altura de los ojos de los personajes, anclando al espectador a la tierra, reteniéndolo sin piedad dentro de las agrias tribulaciones por las que pasa el protagonista, Hugh Glass. En rigor, se trata de una historia muy sencilla, casi más bien una anécdota, pero adquiere un valor enorme como pieza de arte gracias al ritmo narrativo de Iñárritu y, por supuesto, gracias al magistral trabajo de Lubezki, que confirma (quizá ahora más que nunca), que es uno de los pocos mortales que han aprendido a leer la escritura de Dios (la creación, el mundo a nuestro alrededor), pues tiene tanto el alma y el ojo para encontrar los encuadres perfectos como el talento para mostrarlo sin necesidad de filtros, retoques ni luces artificiales. Una historia tan visceral se vuelve una sucesión de imágenes hermosas, sobrecogedoras, y la dupla Iñárritu/Lubezki otorga a lo que pudo ser una sencilla historia de supervivencia y venganza el aire de una epopeya mítica.
The Revenant es una encarnación de El Arte del Cine, es una de las joyas que consiguen alcanzar el ideal del cine: contar una historia efectiva de manera que se sienta completamente real pero mostrándole de una forma estética, se conjugan todos los elementos perfectos: un director que sabe cómo narrar poéticamente el dolor, Alejandro es un torero que en esta cinta entrega una faena maestra, valiéndose de un toro construido con los instintos más primitivos del Hombre; una fotografía que nos secuestra de donde sea que estemos, de quien sea que seamos, y nos arroja al lado de Hugh Glass, en medio de una naturaleza implacable y sangrientos conflictos humanos; actuaciones excelentes que merecerían todos los premios pero que los trascienden todos (como bonus podemos afirmar que la película aporta en Tom Hardy a uno de los personajes más asquerosos y despreciables del cine). Todos los elementos están tan perfectamente ejecutados que es la única película en la que una lente empañada tiene el efecto contrario al que tendría en casi cualquier otra película: normalmente, que la respiración de un personaje empañara la lente invasivamente cercana a su rostro rompería el hechizo de la historia, porque nos evidenciaría la cuarta pared, sería un recordatorio de que no estamos viendo más que una filmación… aquí, sin embargo, nos da la sensación de que no tenemos más que estirar la mano, empujar esa ligerísima división transparente y estaremos dentro de ese mundo que está a un palmo de nosotros, porque así de palpable y de intenso es todo lo que se nos muestra en pantalla… y por eso mismo es que los segundos finales tienen un impacto tan potente, casi sobrenatural.
La más reciente película de Iñárritu personifica aquella muy rara avis que es la perfección en el cine, se construye con sus aspectos más primigenios; no sólo en su manufactura, que implicó muchas incomodidades para el equipo de filmación (que en estos momentos de la industria están habituados a las facilidades de la pantalla verde y el derroche de efectos especiales, que recrean un mundo que en realidad existe allá afuera, y que siempre será mucho más impresionante que sus emulaciones), que como es ya sabido le acarreó algunos problemas a Alejandro con ciertos gremios, sino en cuanto a que acudir a una función de The Revenant no es sencillamente ir a ver una película, sino que es una experiencia que se asienta en el alma, que la zarandea salvajemente: la película es el oso, el espectador es Hugh Glass.
Ilustración del autor.
Diego Minero
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