Cuento de Rachel Swirsky
Traducción: Esteban Castorena
Si fueras un dinosaurio, amor mío, entonces serías un T-Rex. Serías uno pequeño, sólo un metro, cincuenta y dos centímetros, la misma altura que tu yo humano. Serías de huesos frágiles y caminarías con un porte tan delicado y cortés como pudieras manejar con esas enormes garras. Tus ojos gentiles mirarían desde el fondo de tus huesudas cuencas.
Si fueras un T-Rex, entonces me convertirían en guardia del zoológico para poder pasar todo mi tiempo contigo. Te traería gallinas crudas y cabras vivas. Vería la sangre brillando en tus dientes. Haría una cama en el suelo de tu jaula, sobre la tierra húmeda, suavizada con hojas. Cuando no pudieras dormir, te cantaría nanas.
Si te cantara nanas, me percataría de cuán rápido te sumirías en la música. Armonizarías conmigo, tu fuerte, vibrante voz en extraño contrapunto con la mía. Cuando me pensaras dormida, cantarías serenatas no correspondidas a la noche.
Si cantaras serenatas no correspondidas, te llevaría de gira. Iríamos a Broadway. Saldrías al escenario, las garras clavándose en el suelo. Las audiencias llorarían ante la melancólica belleza de tu canto.
Si las audiencias lloraran ante la melancólica belleza de tu canto, juntos financiarían una nueva investigación para revivir especies extintas. El dinero fluiría hacia las instituciones científicas. Biólogos experimentarían con gallinas hasta descubrir cómo darles mandíbulas con dientes. Paleontólogos extraerían fósiles antiguos por muestras de colágeno. Genetistas armarían un dinosaurio desde la nada al descubrir las secuencias exactas de ADN, todo sobre una creatura, desde el tamaño de sus pupilas hasta lo que permite a su cerebro contemplar el atardecer. Trabajarían hasta darte una compañera.
Si te dieran una compañera, sería la madrina en tu boda. Me vería extraña en el chifón verde que me palidecería. Mientras escuchara sus votos estaría celosa, por supuesto, y triste, porque quiero casarme contigo. Pero, sabría que fue lo mejor para ti que te casaras con otra creatura como tú, una que comparta tu cuerpo, tus huesos y temple genético. Los miraría juntos en el altar y te amaría más de lo que te amo ahora. Mi alma se sentiría ligera porque sabría que tú y yo habríamos hecho algo nuevo en el mundo y al mismo tiempo revivido algo muy viejo. Estaría en deuda, porque estaría tomando prestada tu felicidad. Sólo necesitaría algo azul.
Si sólo necesitara algo azul, correría por la iglesia, tacones resonando sobre el mármol, hasta que alcanzara un florero junto a la banca frontal. Sacaría una hortencia del color del cielo y la pondría junto mi corazón y mi corazón latiría como una flor. Yo florecería. Mi felicidad se convertiría en pétalos. El chifón verde se convertiría en hojas. Mis piernas serían pálidos tallos, mi cabello delicados pistilos. Desde mi garganta, abejas beberían exóticos néctares. Sorprendería a todos los invitados, los biólogos y los paleontólogos y los genetistas, los reporteros y los mirones y a los músicos aficionados, toda esa gente que –engañados por los adornos fósiles de dinosaurios clonados– creían vivir en un mundo de ciencia ficción cuando en realidad vivían en un mundo de magia en el que todo era posible.
Si viviéramos en un mundo de magia en el que todo fuera posible, entonces tú serías un dinosaurio, amor mío. Serías una creatura de coraje y fuerza pero a la vez gentil. Tus garras y colmillos intimidarían a tus enemigos sin esfuerzo alguno. Sin embargo tú –frágil, amoroso, tú humano– debes confiar en tu encanto.
Un T-Rex, incluso uno pequeño, no debería enfrentarse jamás contra cinco hombres fanfarrones empapados de ginebra y malicia. Un T-Rex mostraría sus dientes y se acobardarían. Se esconderían bajo las mesas sin necesidad de noquearlos. Se abrazarían entre ellos para reconfortarse en lugar de asir los tacos de pool con los que te golpearon, llamándote marica, un cabeza de toalla, transexual, afeminado, hispano, cada epíteto que pudieran pensar, sin importar si éste tuviera algo que ver contigo o no, gritando y gritando mientras tú te resbalabas en el piso cubierto por tu propia sangre.
Si fueras un dinosaurio, amor mío, te mostraría los aromas de esos hombres. Te guiaría en silencio hasta ellos, oh tan en silencio. Aun así, te verían. Correrían. Tus fosas nasales se encenderían mientras inhalas la noche y entonces, con el sigilo del depredador, atacarías. Vería como tomas sus vidas –el torrente rojo; el derramamiento del brillo- y reiría, reiría, reiría.
De haber reído, reído, reído, eventualmente me sentiría culpable. Prometería jamás hacer algo como eso otra vez. Desviaría mis ojos de los periódicos cuando mostraran fotografías de llorosas viudas y niños sin padres, justo como ellos desvían sus ojos del periódico que muestra mi rostro. ¡Cómo adoran mi rostro los reporteros! El rostro de la prometida del paleontólogo con media boda planeada, ramos de hortensias ya pedidos, los vestidos de chifón verde para las damas de honor ya apartados. La prometida del paleontólogo que espera junto a la cama del hombre que quizás nunca despierte.
Si fueras un dinosaurio, amor mío, entonces nada podría vencerte, y si nada pudiera vencerte, entonces nada podría vencerme. Florecería en la más bella flor. Llegaría alegre hasta el sol. Confiaría en tus dientes y tus garras para mantenerte/me/nos seguros ahora y por siempre del rasguño de la tiza en los tacos de pool, y las marcas de los zapatos de las enfermeras en el pasillo del hospital, y el tartamudeo de mi corazón roto.
Rachel Swirsky
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