Considero que leer y reflexionar sobre ello es una de las actividades que más placer me da. Quien tiene el hábito de la lectura sabe de lo que le estoy hablando. Nada se compara al hecho de sentarse, abrir un libro y perderse entre sus páginas. Todo se vuelve magia, un apasionamiento extremo, cuando ese libro resulta ser bueno, maravilloso o sublime. A mí me acaba de ocurrir. Tomo un curso de Literatura Poscolonial y la novela que leemos, Una música constante de Virkman Seth, me tiene en un hilo. No puedo soltar el libro. Cuando uno encuentra un texto así, la reacción de apasionamiento es casi física, todo nuestro ser vibra con las palabras del autor. Es magia pura.
Leer es una aventura
Vaya, leer es una Odisea, de las grandes delicias de la vida. Aprendo del mundo, me hace vivir diferentes situaciones y, sobre todo, me divierto. Esas serían, para mí, las ventajas de leer. No creo que me haga mejor persona (este es un tema que tocaré en otra columna), pero de que sí me hace más feliz, eso es una realidad.
Desde muy pequeño supe que quería estudiar literatura. Por azares de la vida estuve en otros rubros, pero los libros nunca me dejaron, estuvieron ahí conmigo. Por supuesto que ya al entrar a la carrera, mis lecturas se ordenaron y me fui haciendo, quiero creerlo, en un lector más disciplinado y serio. Aprendí a estudiar una obra literaria desde diferentes puntos de vista y de cómo se vuelve un elemento que nos cuenta el mundo.
Sin embargo, mucha de la gente que no tiene nada que ver con el mundo de las letras, apenas lee. La mayoría visita revistas y, si se acercan a algún libro, lo hacen en los Best Sellers, acción que tampoco veo mal. Sabemos de antemano la respuesta cuando a estas personas se les pregunta la razón por la cual no leen buena literatura. No tener tiempo o considerarlo aburrido son las respuestas constantes. Y cómo no lo van a hacer. Realmente se necesita tiempo y dedicación para leer obras literarias que valgan la pena. Además, por otro lado, seamos sinceros, amigos literatos, luego hay libros que ni uno que tiene el ojo dizque educado, soporta. No voy a hacer una lista de lecturas que se me han hecho abominables, pero creo que basta decir que hay partes del Quijote que no soporto y que La montaña mágica del espléndido Thomas Mann se me presenta como un buen recurso para mis noches de insomnio y alcanzar el anhelado sueño.
Como sea, el punto es que el hábito de la lectura es algo que se aprende con el tiempo. Nadie nace siendo lector. Un lector se hace. ¿Cómo invitar a más gente para que se acerque a la literatura y descubran la delicia que guarda? Dándoles a leer novelas como la sublime Pedro Páramo en la secundaria o a Cervantes, creo que no es el camino. Los pedagogos se quejan de que la juventud no lee lo que se debe de leer, o sea, obras literarias de calidad, los clásicos. Lo que desconocen los “especialistas en educación” es que los niños y los jóvenes sí leen, pero no los libros que los programas educativos ofrecen.
La avalancha que desencadenaron sagas literarias como Harry Potter y Crepúsculo calló la boca a todos los que decían que a la gente no le gusta leer. ¿Cómo pedirle a un niño que no se emocione con las aventuras del famosísimo mago? ¿Cómo evitar que alguien se intrigue con el romance de la criticada novela de Stephenie Meyer? Esos lectores se ven identificados con el lenguaje y las situaciones que se presentan en esos libros. En otra palabra, esas novelas los entienden. Ya la calidad de las obras es otra cosa, pero es por eso que urge una revisión de los programas de literatura ofrecidos en la educación mexicana. Existen grandes novelas que pueden despertar el apetito lector. ¿Qué acaso la SEP no sabe, por poner un ejemplo, que El señor de los anillos es una de las mayores creaciones de la literatura universal y que a la juventud le encanta?
Dudo que algo así pase con la lectura de Pérez Galdós o de Mariano Azuela. Los planes educativos tienen gran parte de la culpa de que la gente en México no lea. Un niño que lee Harry Potter es más probable que después quiera leer Las crónicas de Narnia. Y después querrá descubrir otros mundos. Quizás llegue a Tolkien. Y de ahí, es demasiado probable, que lea a Bram Stoker o a Edgar Allan Poe. Algún día tendrá a Melville en su mesa de noche o una novela de McEwan. Y poco a poco se interesará por libros más complejos y ricos. Pero siempre con la premisa de que leer es divertido, apasionante, una aventura que lo llevará muy lejos.
Por otro lado, los profesores necesitan una preparación específica para impartir clases de lectura. Yo todavía recuerdo el martirio que me presentó leer La Ilíada a los quince años y tener que hacer resumen de cada rapsodia, o aprenderme de memoria rimas de Gustavo Adolfo Bécquer (el cual, por cierto, no me gusta nada). Un buen maestro de literatura debe aprender a enamorar a sus alumnos del mundo de los libros. Y no al revés, enseñando la literatura como una tortura de tiempos medievales.
Abraham Miguel
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