En la cancha las reglas están claras: sólo hay una forma de ser hombre y transgredirla es la peor humillación. Así como de juego de pelota milenario, el ganador es deificado en un altar y se castiga a los que pierden enterrándoles con la boca un centenar de penes simbólicos. Parece que es costumbre en el deporte mexicano relacionar la victoria con la masculinidad, con el ideal del macho que conquista. Es por eso que la investigación iniciada por la FIFA resulta tan escandalosa, porque hacia afuera señala una práctica anacrónica y hacia adentro le tira a nuestros odios más queridos.
Este jueves la FIFA inició una averiguación por los cantos homofóbicos lanzados por los seguidores de la selección mexicana de fútbol durante los partidos contra Brasil y Camerún. La oficina antidiscriminación del organismo realizó una denuncia por los gritos de “puto” escuchados en los estadios, calificando éstos como una conducta inapropiada de los espectadores. La FIFA, en sus regulaciones del Mundial, prohíbe cualquier tipo de discriminación, incluyendo la relacionada con el sexo y la orientación sexual. De aplicar estrictamente sus propias reglas, la Federación tendría que expulsar a México de la competencia. El proceso de la FIFA pone ante la mirada internacional nuestro grave problema de homofobia normalizada.
¿Por qué la expresión —¡puto!— es homofóbica y misógina? Porque se trata de una palabra históricamente utilizada para vulnerar a la población gay, rescatada ahora para aludir lo indigno. No importa en qué contexto, se nos recuerda para invocar a lo más bajo: la femineidad, la renuncia al papel del macho alfa y de la dotación de mujeres-objeto para convertirnos en una más de ellas (en versión torcida y poco auténtica).
Perder o ser idiota en el deporte mexicano significa ser penetrado. El resto del cuento ya nos lo sabemos de memoria; el que es penetrado “pierde”, es inferior, no vale. El grito de —¡Puto!— en los estadios es un retrato fiel del deporte subconsciente que practican los mexicanos cuando creen que juegan fútbol: la competencia por el trono del más chingón, que se obtiene penetrando y sometiendo a sus pares.
Insultar en el slang mexicano no es tarea difícil. Para señalar que alguien, por sus acciones y torpeza, es inferior a la categoría de persona sólo hace falta subrayar las características que lo alejan del ideal del macho dominante. Los que se acercan, según la misma lógica, son dignos de respeto e idolatría: son los chingones. Los que se distancian (por sus características físicas, psicológicas o las que sean) son merecedores de las piedras y el repudio del pueblo. Los objetos despreciables y violables que no tienen valor por tener hoyos: son los chingados.
No importa a quién se ataque ni los motivos, el chiste es poner en tela de juicio la orientación sexual y la expresión de género. Las mujeres, los bisexuales, los gays y las transexuales quedamos entonces en el imaginario popular como la encarnación misma de lo indigno. Menciono a las mujeres con énfasis porque veo a muchas defendiendo muy campantes los gritos de —¡puto!— de sus machos. ¿Qué no se dan cuenta de que al agredirnos a nosotros se las llevan a ellas de retache? Sus nombres femeninos se ocupan como insultos. Se están diciendo que no habría nada peor, más sucio, más basura, más cercano al emparedamiento en vida que parecerse a una de sus madres.
No sé si es un exceso que la FIFA haga tal o cual cosa con la selección mexicana de fútbol. No estoy al tanto de las precisiones de sus reglas ni me parecen el centro del debate. Reconozco, sin embargo, lo necesario que son este tipo de escándalos. Es probable que sin la presión internacional muchos cambios en favor de los Derechos Humanos jamás se realizaran en nuestro país. Resulta vital que una organización dedicada a promover el deporte y la convivencia internacional funcione bajo una lógica no discriminatoria.
A estas alturas de la historia ya no es más que un berrinche el pretender negar que las personas LGBTTTI (Lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero, intersexuales y las que se vayan agregando) formamos parte de la diversidad de las culturas. Para ser incluyentes, su organización tiene que reconocernos y respetarnos. Ahora lo difícil será que se nos respete en nuestro propio país. Que reconozcamos las agresiones escondidas en nuestras costumbres y aprendamos a soltarlas. La postura de la selección mexicana de fútbol debe ser contundente: deben rechazar cualquier tipo de discriminación, como la mencionada por la FIFA.
Tendremos que cambiar de raíz nuestro contexto, esta cultura homofóbica que elige al aplastado como en ruleta rusa. Nunca se sabe quién será la próxima víctima. Que si por ir agarrado de la mano de tu novio, que si por un ligue que recién conoces, que si por meterte al bar equivocado. Todo está arreglado para que la culpa siempre sea del transgresor de la ley más sagrada: los códigos de género, los manuales del macho dominante y de la esclava agradecida. Aunque no lo piensen cuando lo griten, acá las locas y las liosas sabemos que, cuando nos toque ser el próximo muertito, lo último que escucharemos en esta jodida vida será el eco bestial y contundente de la palabra —¡Putooooooo!—.
anthony mun dice
Estas muy mal. El grito NO es homofobico, es desmadre. Yo soy homosexual y yo mismo lo he gritado. Esto me parece un discursito digna de una feminazi y me parece que tú tienes un grave problema de homofobia interiorizada al ponerte el saco y al pensar que un homosexual no es masculino.
anthony mun dice
Te invito a que veas más fútbol, a que trates de comprender la cultura futbolera, ve los partidos, ve a los estadios para que te abras la mente.
Miguel Ángel Dávalos Anaya dice
Corro como puto.