un golpe del alba en las flores
me abandona ebria de nada y de luz lila
ebria de inmovilidad y de certeza
Alejandra Pizarnik
Ebria que no, que de la luz no. Ebria y salmodiada por la noche no. Los pájaros más negros de mi boca y los cuchillos no, que de la muerte no. Todo el silencio y el gemir de oboes, la muchacha prostituta en mi ventana, el musgo entre los dientes no. El canto tremebundo de cigarras no, la hondura no. Yo arrastro este muñón de lengua entre palabras mudas que ya no, que lloran porque no. Y es Ésta mi plegaria, Ésta mi más dulce imprecación: la del dolor que no.
Desde otro cielo
Es levísimo murmullo el grito. En el cuenco de mi boca, un beso lírico se arrastra y me humedece el canto. Cómo hablarte desde aquí si mutilaron cada miembro de mi voz? ¿Cómo recordarte que en las manos llevo un mapa y una brújula para ver si me extravío de esta mi locura de sin ti? Cómo, si tu cuerpo está tan lejos de mi abismo, allí donde lo veo y no lo toco? Cómo, si en tu cielo hay niños pecadores y pájaros sin lluvia y en el mío mariposas que olvidaron que volaban, migas de libélulas y nubes lloradoras? Tal vez si me lleno la mirada de silencios, si me arranco las antiguas cicatrices y ornamento tu tristeza con el hilo de mis venas, tal vez si me anudo los retazos de la lengua al arco de esa viola que olvidaste, sólo así sepultaré todos los barcos. Sólo así renacerán las jacarandas.
ii
Morir. Morir insomne y desierta. Cuando todo huela a caléndulas y a mar. Amar. Cuando el mundo se convierta en el último murmullo de Dios, cuando no haya más silencio que el batir de alas de un pájaro ciego. Llover. Lluviar toda la fe que se me pudre en las heridas, hablar en monosílabos, morder la pulpa del dolor. Morir. Morir atenta, con el estómago vacío y los ojos muy abiertos. Mirar. Mirarlo todo, el cuerpo violentado de la niña, la sangre coagulada de los perros, el genocidio de poetas. Entender. Saber que en estas horas todo es mentira, el olvido, la guerra, la resurrección y el tiempo. Dormir. Dormir es imposible. Por eso digo que es mejor morir.
xxii
Ya empieza a insomnecer y aquí no hay luna ni sol ni estrellas. No se escuchan las plegarias de la vieja rezandera ni hay jaurías mendigando las migajas del ayer. Aquí hora es Ésta en que la piel se pudre y en el cementerio yacen tantos niños? Aquí palabras se pronuncian cuando de una boca virgen brotan los gemidos primigenios del dolor? Aquí lugar es Éste donde el hambre y la apatía nos sofocan lentamente? No lo sé. En los párpados oscuros del silencio ya ha empezado a insomnecer, tal vez contemplemos el tristísimo y fingido orgasmo de la muerte.
Poema para Ágata
para encenderte los párpados, Ágata,
y hablarle al leopardo que duerme a mitad de tu sangre
para escuchar el bramido de lilas a mitad de tu sangre
hay que ser Ángel o violeta degollada
ceniza de uvas negras
vino ardiendo en la lengua de las animalas
hay que sacarse de los ojos la nieve
decir aguamarina
clavar una libélula en el pecho de los recién nacidos
para apagar la niebla hay que morir despacio
mientras los Árboles arrullan a los astros
hay que morir despacio
y para siempre
Nada
te digo que vivir
es una mala noticia
nos abandonan en el mundo
con el cuerpo impregnado de otras soledades
y no tenemos nada
una casa enorme y vacía
nada
niños de ojos nublados
manos que envejecen
sin escribir una sola palabra
nada
despertamos sin saber qué día moriremos
ni de qué manera
caminamos con las piernas rotas
porque no sabemos nada
y te lo digo
no tenemos nada
sólo hambre
y fe
y miedo
Morir de Paraíso
III
Lavarás tu cuerpo poseída por la sombra. Al primer golpe de agua, la piel arrancará de tajo un nombre a la memoria. Querrás decir Leteo, canción del tenebroso, diamela, pero estarás muda de espanto. En la espera del que tañe mirlos en el aire, te descubrirás distinta a las demás hijas de Eva y hablarás por los desnudos.
Soy la que flota en el río, la despojada. Polvo de la madre extraída a su niña en trance.
La desnuda
dicen ellos
la bestia descarriada.
¿A qué tanto ropaje si en la piel se me calcina un nombre?
¿Para qué vestir de nube, aturquesada, si de arder me estoy muriendo?
Busco acordes en la niebla que apacigüen mi silencio. Me abandono en el lenguaje de las barcas. Del ciprés soñado por amantes solos nace una canción de cuna para las muchachas tristes.
En las ramas del almendro, madura el corazón del oboísta.
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Luz de azul ensueño
Un bramar de clavicordios ensordece el valle de los muertos. Yo lo escucho con mi sed de noche en un vaso sin estrellas.
II
Estoy azuleciendo de sin palabras. El silencio es algo muy hermoso y muy terrible.
III
La niña que olvidó sus ojos marrones junto a la noche soy yo. La ciegamente sola, amadora del silencio, de la luz.
IV
Atardecí como la ahogada en un río de pájaros. La noche me resucitó las alas, pero alguien dijo que las muertas no saben volar.
V
Una horda de azafranes y su lluvia de semillas herrumbraron mi lenguar. Ahora espero, con los ojos muy abiertos, que un caballito del diablo venga y me lama la nuca.
VI
La más sanguínea hembra tiene hoy venas vacías. Y es otramente ella, tan cantando como siempre en su apátrida lengua.
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Ave muda
I
el corazón del náufrago lo sabe
lo presiente:
hay una campana bajo el mar
que espera ser tañida por las manos del ahogado
II
este puerto que se incendia
a golpe de guitarra y amapolas
baña con su luz marina
los retratos de mi infancia
en las barcas de nocturnos pescadores
la bahía se desordena
niños de ojos inundados
cantan en silencio
para sus hermanas ebrias
ellas danzan en el muelle
con melancolía de estatuas
ceden su blancura a las gaviotas
y el aroma de sus cuerpos
humedece la madera
es de noche en el verano de mi infancia
alguien canta una canción de cuna
y el ardor de la bahía se desordena
III
isla de pájaros:
caja musical donde la bailarina se desnuda
y tiende el corazón sobre las rocas
lavada por la sal y el viento
ella olvida lo que sabe del silencio
de la sed de su garganta
emigra para siempre un ave muda.
Daniela Camacho
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