Cuento de Millie Ho, escritora canadiense.
Inez afeitó su cabeza al día siguiente.
No notó la relación entre el impulso de raparse y lo que había sucedido. Simplemente salió de la regadera y encontró desagradable la forma en que su cabello caía serpenteando por su cuello como una anguila. Inez creyó que se rapaba la cabeza por una razón puramente estética. Metió el cabello cortado en una bolsa de supermercado y lo escondió en el bote de basura bajo el lavabo. Si durante la cena la madre de Inez notó algo diferente en ella, Inez no escuchó ningún comentario al respecto.
*
Al inicio del verano, Inez había entregado una solicitud de empleo para un puesto de vendedora. La firma de diseño la había rechazado, al igual que el Starbucks cerca de su edificio. Aunque Inez nunca había trabajado anteriormente en almacenes, era buena para saber lo que otros querían y ajustarse para alcanzar esas necesidades. Ella necesitaba una nueva tablet de dibujo para la universidad de diseño que empezaba en otoño y un empleo en la tienda parecía una buena idea por aquel entonces.
Inez fue entrevistada por la gerente de la tienda, una pequeña mujer llamada Raina. Inez no sabía qué opinar de Raina, pues esta revelaba sus emociones sin ninguna advertencia. Cuando Raina aprobaba lo que Inez decía, asentía con la cabeza rápida y repetidamente hasta que su rostro comenzaba a difuminarse. Cuando Raina no aprobaba, pestañeaba rápidamente, como queriendo sacudirse de sus ojos la basura de respuesta de Inez. Era entonces cuando Inez solía tener que fingir una sonrisa, una carcajada, o hacer cosas con su cabeza y extremidades para mostrarle a Raina que ella era, a pesar de todo, un ser humano amigable y accesible.
“Trabajar en un supermercado puede ser todo un reto”, dijo Raina al final de la entrevista. “Tienes que ser realmente firme”.
“Lo seré”, dijo Inez.
La siguiente semana Raina la llamó para agendar otra entrevista, esta vez con el asistente del gerente presente. El asistente del gerente se llamaba Eddie. También era el esposo de Raina. El apretón de manos de Eddie era firme, sus ojos, pequeños y brillantes. Él se mantuvo en silencio a lo largo de la entrevista y no habló sino hasta el final, cuando Raina le preguntó a Inez por qué debían contratarla.
Inez enlistó las razones que había preparado, y entonces –porque de repente sintió que no eran suficientes– comenzó a improvisar, a tropezar y a tartamudear en sus explicaciones.
Justo cuando Inez sintió que el pánico comenzaba a dominarla, Eddie dijo: “Creo que Inez funcionará bien”.
Eddie la estaba mirando con los ojos entrecerrados. No era una mirada inquisidora. Era curiosamente distante, como si él no estuviera pensando en lo que veía en ella, sino en lo que ella podía convertirse.
Cuando Inez recibió una llamada la siguiente semana anunciándole que había obtenido el empleo, ella se lo atribuyó a su desempeño durante la última entrevista. Y tal vez ella había tenido un buen desempeño, pero no uno del que ella se hubiera dado cuenta.
*
La mañana después de haber afeitado su cabeza, Inez remplazó su minifalda por un par de jeans y abotonó su chaleco sobre su ombliguera. Tendría que comprar una blusa más larga en la tienda, algo que escondiera su estómago, que cubriera el cierre de sus jeans y que dificultara desabrocharlos.
Cuando Inez entró a su turno, Eddie tuvo que mirar dos veces, tal como Inez lo había esperado. El rostro de Eddie pareció quebrarse, los pequeños y brillantes ojos entornados, con la furia apenas contenida –Inez pensó– como si ella en cámara lenta estuviera estrellando un mazo contra su coche favorito. Por alguna razón, Inez no sintió ningún atisbo de triunfo por esa reacción.
“¡Inez!”, dijo Raina, “¿Qué le pasó a tu cabello?”
“Decidí rapármelo”, dijo Inez, y sintió como si estuviera a punto de llorar. ¿Pero por qué? Tal vez fuera que todo estaba tomando sentido –lo que había pasado, cómo podía estar potencialmente relacionado a su corte de cabello, el hecho de que ella hubiera olvidado que ellos eran dos, que no sólo se estaba enfrentando a Eddie, que ella tendría que enfrentar a Raina también.
Raina rio y sacudió su cabeza, como si no pudiera creer lo que Inez se había hecho a sí misma, lo que Inez le estaba haciendo a ella.
Lo que sucedió enseguida bien pudo haberle pasado a alguien más. Inez observó cómo la despedían desde algún lugar fuera de su cuerpo. El tiempo se hizo lento. El sonido del latido de su corazón acalló la música pop que sonaba por la bocinas del supermercado. Lo último que Inez recordaría sería a Eddie mirándola mientras seguía a Raina a la trastienda.
*
Galina, una compañera de Inez, en una ocasión a la hora de la comida arremetió contra Raina. Raina era una perra. Raina no tenía vergüenza. Raina siempre estallaba contra ellas.
“Culpó a todo mundo por los jeans robados, menos a ella misma”, dijo Galina. “Como si no fuera el trabajo del gerente asegurarse de que nadie se robe nada, para empezar”.
“Raina sólo es Raina”, dijo Inez.
“Mi teoría es que no le dan suficiente en su casa. Eddie debería sacrificarse por el equipo y, no sé, cogérsela hasta desmayarla”.
“Eso es asqueroso”. Inez se imaginó a Eddie, quien medía más de 1.80 y parecía un tinaco, absorbiendo el atómico cuerpo de Raina. Algo que sería fascinante desde una perspectiva científica, eso si Inez viera las cosas de ese modo.
Galina masticó su nugget de pollo concienzudamente. “La verdad es que también te chinga mucho”.
“Tal vez está celosa de mí y Eddie”. Inez había dicho aquello como una broma. Eddie siempre le sonreía o le preguntaba sobre su fin de semana. Le abría las puertas incluso cuando ella tenía ambas manos libres. Aunque probablemente, eso era algo que hacía por todos.
“No me puedo imaginar a Eddie engañando a Raina”, dijo Galina. “Es como el inicio de un episodio de La Ley y el Orden: Unidad de Víctimas Especiales”.
Inez se encogió de hombros. De cualquier modo, ella sólo estaba ahí por el dinero. Una vez que juntara lo suficiente para una nueva tablet, Raina, la tienda y todos en ella serían un recuerdo distante.
Eso fue antes de que Eddie comenzara a ofrecerle aventones a su casa, antes de que ella comenzara a aceptarlos.
*
La madre de Inez no le preguntó por qué no estaba en casa por aquellos días. Cuando la televisión se encendía y la botella de vino se destapaba, el cerebro de su mamá se apagaba. Lo más cerca que estuvo de preguntarle si algo malo le pasaba fue cuando lanzó una queja sobre cómo ahora parecía un chico.
“Es una cosa de artistas”, dijo Inez.
“Tu papá no lo habría permitido”, dijo la mamá de Inez arrastrando las palabras. “Las chicas deben verse como chicas, okay”.
La mamá de Inez nunca decía “okay” con signos de interrogación. “Okay” siempre iba seguido por un punto. Era su forma de indicar cosas que no eran negociables.
Eventualmente, Inez dejó de ver televisión con su mamá.
Se encerró en su recámara y trató de dibujar. Como no tenía modelo alguno, terminó realizando bocetos de su propia mano. En su muñeca había un moretón verde cuyos bordes estaban poniéndose amarillos. Inez apretaba su pulgar contra el moretón hasta que éste se ponía rojo, hasta que sentía algo parecido al dolor.
*
Algunas veces su teléfono sonaba.
Algunas veces era Galina, contándole lo aburrido que era el trabajo sin ella. Nunca hablaban sobre el despido de Inez, ni siquiera sobre Raina. Era un tema que debía evitarse, un acuerdo no hablado entre las dos.
Algunas veces su teléfono sonaba y era Eddie. Inez no contestaba esas llamadas. Dejaba que los mensajes llegaran al buzón de voz y después los borraba uno por uno, debajo de las sábanas, usualmente ya entrada la noche. De alguna manera, ver su número aparecer en la pantalla la hacía sentir indefensa. Semanas después de haberse rapado Inez se dio cuenta de que después de todo sí le gustaba la anguila que bajaba por su cuello, y que había renunciado a ella por nada.
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Cuando las clases comenzaron, Inez siguió usando jeans y chalecos, y su cabeza se cubrió con una pelusa oscura.
En el autobús sobresalía, pero en la escuela, entre el montón de chamarras de piel falsa y botas Doc Martens, se convirtió en una chica alternativa, en una rockera grunge, una aspirante a artista.
No hizo nuevos amigos, no volvió a contactar a los que ya tenía. No se compró una nueva tablet, pero se las arregló con la que ya tenía. Se enfocó en los trabajos escolares y entregó sus tareas días antes de la fecha límite. Anduvo con la cabeza agachada y no habló a menos que le hablaran a ella.
*
Y entonces, justo como Inez se había prometido, comenzó a dejar el verano atrás. Sus calificaciones era las mejores que había visto nunca y, con suerte, podría obtener una carta de recomendación para volver a solicitar una estancia en la agencia de diseño.
Entonces recibió una llamada telefónica, la llamada en la que era difícil escuchar algo porque Galina sollozaba muchísimo.
“Voy para allá”, dijo Inez y subió al primer camión que iba hacia el centro.
Era extraño regresar al centro comercial de noche. Inez recordaba las luces de neón, los altos edificios de departamentos, los taxis que pasaban gritando, siempre hacia ella. Entró al centro comercial y más escenas llegaron a su cabeza: estar cerrando la tienda con Eddie cuando Raina no estaba por ahí, el resplandor azul de una pantalla que parecía ser producto de alguna tecnología alienígena, cómo un cinturón de seguridad fuertemente apretado contra la piel desnuda puede llegar a quemar.
Galina estaba sentada en la banqueta afuera del estacionamiento del centro comercial. Los ojos de Galina estaban rojos y su cola de caballo desarreglada y enredada en una forma que no se veía linda.
Galina comenzó a hablar. Inez sintió como si otra vez estuviera viendo todo desde fuera de su cuerpo, excepto que esta vez ella sí estaba fuera de su cuerpo, mirando a Galina golpear el cemento de la banqueta y de repente gritar, y una y otra vez arreglarse el cabello.
Lo que debieron haber hecho era haber ido a la policía. Lo que las detuvo fue Raina.
Fue el miedo a Raina más que Raina misma. Pero Raina y el miedo usualmente eran la misma cosa. Inez y Galina se quedaron calladas por unos momentos, intensamente pensando en Raina y sintiendo miedo, y entonces Galina sacó el paquete de su bolso.
Eran unos jeans nuevos, aún doblados en su cubierta de plástico original con la etiqueta bien escondida en el bolsillo trasero.
“Él puso esto en mi bolsa”, dijo Galina. “Me dijo que me acusaría si le decía a alguien”.
Una extraña sensación de mareo se retorció dentro de Inez como una anguila. Tuvo ganas de vomitar.
Inez sugirió que hablaran con Raina primero. Ellas se asegurarían de que Raina entendiera la situación. Tal vez eso evitaría que estallara.
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Raina estaba tranquila, demasiado tranquila. Inez y Galina intercambiaron una mirada. Ellas esperaban que Raina gritara y riera. Que saltara sobre el escritorio y retorciera sus cuellos.
“Así que” dijo Galina cuando terminó, “iremos con la policía, y no nos puedes detener”.
Raina parpadeó rápidamente. Después suspiró. Fue un suspiro pequeño y silencioso, el tipo de sonido que la mamá de Inez hacía después de tomar largos tragos de vino. Era un sonido de resignación, de saber que te gusta algo que está mal pero no puedes hacer nada para evitar hacerlo.
“Tú lo hiciste”, Raina le dijo a Inez. No era una pregunta. Simplemente le decía algo que ya había descubierto. “Hiciste que Galina dijera todas estas horribles cosas porque estás enojada conmigo por haberte despedido”.
“Eso es mentira y tú lo sabes”, Inez dijo. “Deja de protegerlo”.
Raina suspiro de nuevo. Estaba lo suficientemente cerca para que Inez pudiera ver su propio reflejo encogiéndose en los hundidos ojos de Raina.
“Al menos ya sé qué ha estado pasando con el inventario”, dijo Raina volviéndose a Galina. “Tú también estás despedida”.
*
Inez no pudo ver a Galina después de eso, incluso después de que Galina le dijo una y otra vez que aquello no había sido su culpa.
Un día se convirtió en una semana y una semana se volvió un mes.
Nunca fueron a la policía.
Inez lamentó haber borrado los mensajes de voz de Eddie. Lamentó quererse haber ahorrado algunos pasajes del metro. Lamentó haber querido una nueva tablet. Y por último, lamentó haber querido ser una artista.
Lo único que no lamentó fue emborracharse con el vino barato de su madre. Después vomitó todo en el baño, pero al menos eso se llevó el malestar de una vez, por ahora.
Cuento originalmente publicado en Joyland Magazine.
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