El año pasado envié una de las dos novelas que pude concretar en mi año de asueto al Premio Herralde de Novela que convoca editorial Anagrama. Naturalmente no gané. Sería muy ridículo de mi parte participar en un certamen de esas características con el anhelo de ser elegido, sin embargo entrando a concursos me obligo a terminar ciertos textos en ciertas fechas. El ganador fue un mexicano, Juan Pablo Villalobos. La novela: “No voy a pedirle a nadie que me crea”. Apenas abro el tomo (en su sospechosa segunda edición a quince días del fallo) me encuentro con una sorpresa agradabilísima. Ambos elegimos el mismo epígrafe. Una joya de Tito Monterroso.
… excepto mucha literatura humorística, todo lo que hace el hombre es risible o humorístico.
Desconozco las razones por las que Villalobos eligió tal llave para abrir las puertas de su libro. En mi caso tiene que ver con el anhelo de suscribirme a esa hilera de ecos formada por los escritores mexicanos que utilizan el humor como recurso literario. ¿Ecos? Más bien carcajadas. Destornillarse de la risa hasta el llanto, como el viejo buda propone. Torri, Arreola, Ibargüengoitia y el nacionalizado Monterroso. Es un clan chico. Pocas mentiras dichas mil veces me provocan tanto rechazo como aquella de que a los mexicanos nos da risa todo. Es mentira. Mentira cochina. Aseguro que un porcentaje malsano de la literatura que se escribe en esta nación es seria, melodramática y, lo peor de todo, solemne.
Juan Pablo Villalobos destaca por su sentido del humor. O al menos eso dicen las contraportadas de sus libros. Esta alarma es peligrosa porque uno se aproxima al texto esperando divertirse. No sucede tal cosa. “No voy a pedirle a nadie que me crea” es una novela astuta que cuenta una historia terrible y angustiante: el destino de omisión de la mexicanidad en el Viejo Continente. Europa como un atajo al olvido. El anticlímax europeo de las búsquedas artísticas latinoamericanas.
A la manera del detective soquete que jamás entiende qué está sucediendo del todo (“Nuestro Hombre en la Habana”, “Noticia Bomba”, “El breve Reinado de Pipino IV”), el protagonista se embarca, manipulado por una mafiosa fuerza superior, a Barcelona. A tientas, nuestro héroe sobrevive a los capítulos casi por accidente: va descubriendo a la par que el lector, el meollo en que está metido. Su intervención en el plan entre narcos y empresarios corruptos es minúscula pero básicamente implica que pisotee su vida. Tan desesperado como entusiasmado porque tiene una historia en las manos, se lanza a redactar una novela sobre lo que le está sucediendo (con las exageraciones propias de una obra de ficción). Su novia lo acompaña al viejo continente. Él, tratando de protegerla, la abandona a su suerte en Barcelona. Ella mendiga sin un euro esperando a que algo suceda mientras pergeña su diario. Se suman a estos dos hilos narrativos los correos electrónicos que escribe la melodramática madre de él y las demoradas cartas del primo difunto que inicialmente provocó toda esta comedia de situaciones.
Ambas líneas narrativas quedan inconclusas. Cortadas de tajo. El horno no está para bollos. No voy a pedirle a nadie que me crea, reiteran desde el más allá cada uno de los personajes de “No voy a pedirle a nadie que me crea”. No hemos superado a Rulfo, enhorabuena.
Bolaño, al nombrar al primer cap. de “Detectives Salvajes”, Mexicanos Perdidos en México, nos impuso una suerte de destino cultural en este mundo de principios de siglo. Los mexicanos estamos extraviados aquí y en la Conchinchina. Particularmente en Barcelona. Quizá lo único con lo que contamos es con nuestra calidad de mexicanos, nuestra chicharronera forma de entender las cosas y nombrarlas: la perpetua fiesta falsa que nos hace reír hasta las lágrimas aun al borde de la muerte. Somos, pues, marionetas de Cantinflas del destino. Esto Villalobos lo tiene clarísimo y gana rampantemente el Premio Herralde con una novela en la que tienen cabida los chistes tipo ahí tienes que van un colombiano, un mexicano y El Papa, la fragilidad de los jarritos de Tlaquepaque y “El Arte de la Fuga” de Pitol.
Me entero de que Juan Pablo Villalobos está preocupado por, ahora que es afamado y extranjero (vive en España desde hace ya un buen rato), volverse un simple folclor mexicano para gringos. En esta novela queda claro que sus miedos están infundados. En ese gentío de voces que es Barcelona, Villalobos coloca a sus personajes como perinolas que hablan y hablan. Un auténtico laberinto de voces, expresiones y majaderías en el que descuella el amor al habla del mexicano. Villalobos redime cariñosamente una tradición oral que pondrá al voraz lector hispano a indagar. Sus libros tendrán pies de páginas en el futuro. Defiende nuestros “chales” menos exactos. En la presentación del libro en Guadalajara, el autor contó que le ha costado mucho trabajo darse a conocer allá porque los españoles solamente leen a españoles y las críticas que le han hecho en Barcelona van más por “de dónde ha salido este, recién me he enterado que el tío tiene otras tres novelas”.
Compleja teoría literaria novelizada, novela negra a ratos, libro feminista que se burla del feminismo y rescate de una práctica oral en gestación, “No voy a pedirle a nadie que me crea” es un librazo.
Voy a pedirle a todos que lo lean.
Gabriel Rodríguez Liceaga
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Luis Padilla dice
Se me ponen los pelos de punta cuando leo que a los Mexicanos mas Mexicanos les atrae la madre patria , creo que España es un lugar con un valor indescriptible culturalmente , el problema es cuando un grupo de pretenciosos la hacen suya, no fisica pero si imaginariamente , los mexicanos que desean la vida en España me parecen de lo mas limitados que hay en esta tierras, el mundo es muy grande para limitarse en el idioma español , somos de una generacion muy global por la television eh ir a unas raices tan proximas me parece primitivo , no leeria ese libro aun me lo regalaran