La lengua no es sexista, el sexista es el hablante. Si bien es cierto que palabras como “zorro” tienen una franca acepción sexista en su forma femenina, el problema no es de la lengua, sino del que la usa. Es decir, el sistema lingüístico no decide la connotación sexista de la palabra, sino los usuarios del mismo.
No cabe duda de que la lucha por los derechos de la mujer -así como otras luchas por los derechos humanos- es una lucha justa y necesaria, pero en ese contexto no es al sistema lingüístico al que se debe atacar. Los sistemas lingüísticos tienen reglas internas que no son decididas por los hombres; éstos son fenómenos del tercer tipo.
Los fenómenos del primer tipo son los fenómenos naturales; los del segundo son fenómenos causados por el hombre intencionalmente y los del tercero son fenómenos causados por el hombre, pero sin la intención de provocarlos. Es decir, el hombre comenzó a hablar con la intención de comunicarse, pero nunca tuvo la intención de crear un sistema lingüístico. Así pues, los bichos lingüísticos comenzaron a crecer y a transformarse, incluso a reproducirse. Es el caso del latín que produjo las lenguas romances, entre las cuales está el español. Estas lenguas evolucionaron a partir del latín que se hablaba en las calles y no en los monasterios; es decir, brotaron del latín vulgar, del latín del pueblo.
Hartos fenómenos fonológicos empezaron a hacer de las suyas en el latín vulgar, llegando al grado de unificar todos los casos que tenían los sustantivos en el latín culto. ¿Se han fijado como en algunos dialectos del español, por ejemplo, el veracruzano, el cubano, el puertorriqueño, la -s del plural tiende a desaparecer y dicen ellos muy alegremente: “la’ cosa’ “? (La ‘ es una pequeña aspiración que todavía hacen). Pues lo mismo sucedió en con el latín.
El latín tenía cinco clases de sustantivos que terminaban en cada una de las vocales; había, pues, sustantivos que terminaban en -o, -a, -i, -u, -e. Pero además, cada clase tenía seis casos y dos números. Nos cuesta mucho entender el asunto de los casos de sustantivos, pero equiparémoslos con los verbos. Si yo digo “corro”, la -o indica que soy yo quien corre y que lo estoy haciendo en este momento; mientras que si digo “corrió”, -ió indica que es una tercera persona quien corrió y que lo hizo antes de hoy. Lo mismo era en latín con los sustantivos; había una terminación para indicar que el sustantivo era sujeto, otra para señalar que era objeto directo, otra para el indirecto, una para el vocativo, otra para indicar la circunstancia y una para posesión. Aclaro que ésta es una clasificación muy simplificada que uso nada más para ejemplificar.
Entonces, tenemos que en latín los sustantivos estaban clasificados en cinco categorías y en cada una de ellas había 6 casos y dos números, puesto que cada caso tenía su correspondiente plural. Y para complicar el asunto, en latín había tres géneros: masculino, femenino y neutro.
Como ya dije, los fenómenos fonológicos -que nadie decidió que existieran, pero que siguen existiendo- provocaron la pérdida de los casos del latín; es decir, al igual que la “s” del plural se pierde en idiolectos del español, en latín se perdió la -m, la ā y la ă se fusionaron, así como la ī y la ĭ, etc. Para acabarla de amolar, las terminaciones de los sustantivos que terminaban en cada una de las vocales se redujeron a tres: -a, -e, -o. El resultado fue que se perdieron los casos del sustantivo y nada más quedó el número: quedaron sustantivos con singular, plural y ¡género!
Les tengo que comunicar que el género neutro también fue avasallado por estos cambios fonológicos y morfológicos; es decir, son cambios formales y, les aseguro, que ningún macho los decidió.
Entonces, ¿dónde quedaron los sustantivo neutros en el sistema que se estaba conformando? Pues hicieron lo que pudieron. Dependiendo de qué clase eran y cuál era su terminación se fueron formando los sustantivos masculinos y femeninos; así de los neutros ANNUS, PRATUM y VINUS se formaron año, prado y vino, y de OPUS->OPERA, obra.
El resultado de este proceso que, por cierto, duró cinco siglos es que se formaron más sustantivo masculinos que femeninos. Por lo tanto, como cualquier oposición en el sistema, el elemento más productivo es el no marcado, es el genérico. Sucede lo mismo con la oposición singular-plural; el elemento no marcado es el singular porque es el más productivo, y en las terminaciones verbales el genérico es -ar por la misma razón.
Les puedo asegurar que ninguna mente machista, ni siquiera Alfonso El Sabio, decidió que el género no marcado fuera el masculino.
Cuando los hablantes de español, a través de un largo proceso, cambien el genérico a femenino o a neutro, pues así será; pero, mientras tanto, no confundamos la política con el sistema de la lengua y dejemos que los fenómenos del tercer tipo sucedan.
Diana Diosdado dice
😀
Melvis González dice
Valga la aclaración.