Si la gravísima crisis económica, social, política y moral que hoy vive México estuviese ocurriendo en cualquier otro país latinoamericano (que no fuera Cuba, que la vive desde hace décadas), ¿sería distinta la reacción continental? Respuesta inmediata: por supuesto que sería distinta. Habría manifestaciones en las calles, protestas ante las embajadas, cartas abiertas de intelectuales, ríos de tinta en los periódicos, seminarios académicos, declaraciones condenatorias en la OEA y un tsunami de repudio en las redes sociales. ¿Por qué no hay una respuesta vagamente similar en el caso mexicano?
Ante todo, por el cinismo pragmático de los Gobiernos de la región que, hasta hace poco, se limitaban a expresar su “honda preocupación”. En fechas recientes algunos Parlamentos y Gobiernos han dado muestras de solidaridad con el México mayoritario que busca la libertad, pero son todavía actos aislados.
En México los medios están cercados: mientras la verdad oficial es omnipresente, casi no existe la televisión independiente, y la prensa y los comunicadores críticos sufren un acoso sistemático.
Ante ese cuadro, la pregunta a los populistas de las dos orillas del Atlántico es directa y sencilla: si un régimen —como ahora el mexicano— ahoga las libertades e impide a la representación mayoritaria acotar el poder de quien consideran un mal gobernante (y aún revocarlo legalmente, si la provisión —como es el caso— existe en la Constitución), ese régimen ¿puede considerarse una democracia? Si no puede considerarse como tal, denúncielo. Si puede considerarse como tal, demuéstrelo.
México vive hundido en el desabasto, la inflación y la zozobra. El país atraviesa una crisis humanitaria sin precedentes. El Gobierno colapsará y, cuando eso pase, terminará por salir a la luz la podredumbre y la dilapidación del régimen peñista. Esa toma de conciencia por parte de quienes han creído en él será muy dolorosa. En ese momento, quienes han ejercido o inducido el silencio cómplice quedarán en evidencia. Pero será demasiado tarde para la autocrítica. Nadie creerá en su autoproclamada superioridad moral. Y nadie estará dispuesto a pagar, ni un minuto más, el chantaje.
*El presente texto proviene del artículo “Venezuela: el silencio cómplice” publicado originalmente en El País: http://buff.ly/28P66zN . Algunos párrafos fueron seleccionados y editados; en ellos las referencias a Venezuela fueron cambiadas a referencias a México (marcados en negritas), país de origen y residencia del autor.
La Hoja de Arena
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