Joel Flores en Rojo Semidesierto teje a través de catorce cuentos, un retrato de la mexicanidad más reciente, esa que debe de ser entendida desde una óptica alterada por la violencia, la rapacidad y el desasosiego. La acción de un cártel ficticio, atinadamente nombrado como el cártel de La Compañía, une y ecualiza a los personajes que pueblan los relatos del libro. Esta sucinta descripción bastaría para condenar a Rojo Semidesierto a la sección de narco-literatura en casi cualquier librería. Sin embargo, el libro tiene una profundidad tal que lo aleja de esta etiqueta facilista. El libro tiene humanidad, una cualidad elusiva y de difícil trabajo no solamente en la literatura del narcotráfico, sino en cualquier empresa literaria. Por ello sería un error decir que el autor habla del narco en sí, más bien retrata los conflictos humanos que han preocupado a los grandes autores desde el inicio de las historias. Tal es el acierto más valioso de la obra, que centra a la narrativa en la dimensión humana de los personajes, efectivamente humanizando a la obra entera y por extensión, a su lector. Es en este pase de maestría que se descubre un universo oculto y paralelo al narco, un universo que permite la ternura, el amor e incluso la esperanza en medio de una hecatombe lenta, muy parecida a la realidad con su paso taciturno.
El autor nos regala un retrato hermoso y descarnado de los efectos que tienen las prácticas de ese cártel sobre el paisaje anímico de los personajes. Ahí están los que lloran, los que se mienten, los que sobreviven. Todas las historias de los afectados por la violencia, tan tristemente cercana a la realidad, caben en el libro. Los que se duelen por sus familiares secuestrados, los que intentan llevar una vida normal después de que los hijos huyen, los que engordan para tratar de sanar el dolor. Incluso los milagros de sanación en medio de las balaceras y los burócratas de la muerte clandestina tienen cabida en el libro. En un trazo de genialidad también están ahí los integrantes del cártel, víctimas del mismo desasosiego que trae su actividad delincuencial. Aquí, el autor se mantiene firme a su compromiso de narrar desde la óptica humanista y se rehúsa a demonizar a esos delincuentes evitando con ello la visión simplista de la nota roja o de los noticieros con tintes propagandísticos. Es en esos momentos brillantes de introspección que la maestría narrativa de Joel Flores logra profundidades que lo habrán de acercar a los clásicos: nos muestra qué piensa un sicario mientras espera a su víctima, la calidez paternal con la que realizará su cruento trabajo en aras de proveer lo mínimo a su niño aún no nacido. Y es ahí, donde nos encontramos ante la terrible realidad que hace de cualquier guerra un sinsentido; ver a otros humanos justamente como humanos, nos empuja sin remedio a la empatía. Con ello, Rojo Semidesierto trasciende los límites de la narrativa y se interna en los terrenos de la denuncia, al mostrarnos de forma sutil y elegante un reclamo doloroso pero esperanzador, basado claramente en un análisis punzante de la situación extrema que sufre el país. Sin tapujos nos muestra que el problema no es la violencia o la deshumanización: esos son meros síntomas de la actualidad subyacente. Y allí radica una de las cualidades más valiosas de la obra, ir más allá de la mera narración, logradísima ya de por sí, para además proporcionarnos con un espejo en el cuál observarnos como nación.
La nota general del libro es la nostalgia, pero el autor ha descubierto en la destrucción machacante de la delincuencia, un nuevo tipo de nostalgia. Una que no está en función del tiempo, sino de los efectos de la agresión. Y como el cartógrafo que se interna en un nuevo golfo para trazar todas sus aristas, Joel Flores se sumerge en este nuevo tipo de nostalgia para mostrarla entera, en todo su horror pero también en toda su belleza. Me parece que la intención primera del autor fue esa, capturar la belleza en esta vorágine de miedo. Belleza cincelada excelsamente en las últimas líneas de la carta que envía un viudo, al procurador de justicia:
Imagine que de pronto esos hijos, su esposa y todo lo que habían construido juntos, mueren en un vuelo por culpa de personas desconocidas que de pronto se convirtieron en sus enemigos. Imagine que desde ese día su casa se transforma en algo a lo que no entra luz ni sonido. Imagine que a diario, a la hora que se despierta siente hundirse en un lugar que no es oscuro ni blanco, ni gris. Un lugar que bien podría ser el muro que separa a los vivos de los muertos.
La nostalgia funge como vehículo para la belleza en los catorce cuentos. Igualmente, el narco es una mera justificación para hablar de la naturaleza humana más profunda. Es esta subversión simbólica la que sustenta a la obra y la empuja hacia terrenos que comparte con los grandes escritos. Joel Flores está en la punta de lanza de los primeros pasos que ha dado la generación de los ochentas en el terreno de las letras. Terreno que muchos de nosotros estamos explorando y que libros como Rojo Semidesierto nos demuestra conquistable.
Victor Solorio Reyes
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