Alejandro Zambra
Mudanza
Antílope, 2017
Mudar implica cambio, un movimiento, o tal vez un salto: el desprendimiento de lo que se aferra al cuerpo. Con el paso de los años, vamos (res)guardando cosas a nuestro alrededor, en las esquinas de los cuartos, en el descanso en la escalera desde el cual Zambra recomienza varias frases.
O abajo,
de izquierda a derecha, treinta
noches con sus días en las fundas
que nos guardan y nos cierran y nos
guardan, embalados en las cajas
que ellos abren muchas veces […]
Cuando empecé a leer Mudanza, todavía tenía varias cajas de libros en la sala del tercer piso y en la cocina del primero en casa de mis padres. El movimiento de la mudanza no sólo es horizontal (de un punto geográfico a otro) sino también vertical (a lo largo, de arriba abajo/ de abajo a arriba). Zambra establece el descanso en la escalera como ese lugar donde “no se permiten demasiadas precisiones/ y se pierden las señales cuando pasas/ con los brazos ocupados […]. Mudanza es una pila de cajas que no se derrumba, permanece como una torre, o más bien como un muro.
Durante este mes me he dedicado a recolectar textos sobre la frontera, física y metafórica, para mi tesis. Así que redescubrí el poema de Zambra a través de su segunda parte (la-segunda-caja), que más que cruzar, llegar a El Otro Lado, lo que hace es desfondarse en el camino: importa el trayecto y la espera hacia el destino, no el borde.
La frontera ya no es un límite o una línea divisoria, pensémosla como una fractura: La Hendidura. La herida que seguimos abriendo y sangra y punza, pero no dejamos cicatrizar.
Ella viaja largas horas y no llega a su destino,
hay carteles con su nombre, hay personas
que esperaban un encargo y ella viaja largas
horas y no llega y eso es todo […]
Mudanza también podría ser un cartón armable de la ausencia. Nos encontramos en diferentes tiempos, en diferentes latitudes del cuerpo que se va, que falta en determinado espacio: “Amanece en Sacramonte y en Santiago/ y en Bad Hersfeld adelantan los relojes”. Trazamos fronteras alrededor de los husos horarios, dibujamos las líneas y cada punto (esa guía de corte) es desprendible: se arman las cajas que después podemos llamar hogar. Creo que este vaivén de diferencias horarias involucra más que, por ejemplo, “unos días, unas noches con sus veces y sus voces y sus pausas”.
El camino que nos trajo ya no existe. Este librito me recuerda cómo nos vamos acumulando de diferentes formas durante toda la vida: ahí están la ropa, las sábanas blancas, algunos bultos de basura, las cimas de las camas, pero también las personas y los lugares y las palabras que nos quitaron de la boca, como dice Zambra.
Las cajas que los demás abren ante nosotros nunca se terminan, como esta mudanza en la que nos involucramos dentro del poema. Más que un viaje, estamos a la deriva. Salimos todavía sin llegar a ninguna parte, eso es una mudanza: irse de casa.
Ytzel Maya
Artículos recientes por Ytzel Maya (see all)
- El otro Nueva York: ‘Mi cena con André’ - 06/02/2018
- Las cajas que ellos abren - 01/08/2017
- Dafen y el espacio de la (x)legalidad - 25/05/2017
Deja un comentario