Annabel Stafford aboga por la práctica de pasatiempos que no tengan otra finalidad más que el olvidarnos de nosotros mismos.
Mi hermano George es un hombre de intereses amplios. A lo largo de sus 36 años de vida ha intentado ser ambidiestro y estar siete minutos bajo el agua sin respirar; ha aprendido a chiflar con las manos y, en hazañas independientes, también con la lengua hecha taquito; ha aprendido a escupir hacia objetivos determinados; puede hacer sonidos de flatulencias utilizando sus axilas, las articulaciones de la rodilla y las cuencas de sus ojos. Y él siempre ha amado la pesca, aun cuando no involucre la captura real del pez (como cuando mis padres, preocupados por los peligros de los anzuelos, le ataban una piedra a su línea en lugar del cebo).
Cuando éramos jóvenes, George y sus pasatiempos no me parecían algo inusual. En aquel entonces, a principios de 1980, uno de los eventos más esperados del año era un concurso de llamado de aves, lo más importante era ser el niño en la escuela primaria que más sonara como una paloma o un cuervo o una cucaburra. Mis amigos y yo pasábamos largo tiempo aprendiendo a hacer playback de canciones de la Tía Jack (un programa de tele para niños de Australia), inventando lenguajes secretos e intentando voltear nuestros párpados con un cotonete. Si nos hubieras preguntado por qué queríamos voltear nuestros párpados, habríamos pensado que estabas loco. No se necesitaba una razón para voltear los párpados, era algo que daba alegría por sí mismo.
Pero en algún momento, alrededor de 1987, dejamos de inventar nuevos idiomas, nos dimos por vencidos y nos conformamos con hablar los que ya teníamos. Dejamos de intentar engañar a los cinclosomátidos o la cucaburra en responder a nuestros llamados —y a estar contentos cuando lo hicieran—. Y ahora, en 2013, George y sus pasatiempos nos parecen algo extraño.
La verdad no me dí cuenta de este cambio en mi percepción hasta hace muy poco. Me estaba riendo de un amigo que, según cuenta la historia, una vez escondió la evidencia de su pasatiempo (construcción de modelos de avión) en bolsas de papel debajo de su cama, lo que finalmente derivó en un enfrentamiento con su alarmado compañero de departamento. Para este amigo en particular, la construcción de modelos de avión lo ha llevado a las excentricidades de fotografiar aviones en la madrugada, a carreras de autos miniatura y a la construcción de una pista a escala “scalextric” (algo que tiene que ver con los autos miniatura). Todo esto de acuerdo al excompañero de piso con el que me estaba riendo a costa de dicho amigo porque, obviamente, las historias sobre los modelos de avión bajo la cama y los coches miniatura, etc. nos parecían algo muy gracioso.
Pero ¿por qué me daba risa esto? ¿Y por qué en el 2013 y no en 1987? En cierto sentido, hubiera sido menos extraño saber que mi amigo estaba escondiendo revistas porno bajo la cama, en lugar de los componentes de un modelo de avión. ¿Pudiera ser que una de las razones de que su pasatiempo fuera tan sorprendente, es que la gente simplemente ya no hace cosas como construir modelos de aviones o al menos no en los números en los que lo hacían antes? Por ejemplo, según un informe de 2008 de la Oficina de Estadística de Australia, los Australianos dedicaron sólo diez minutos al día a “juegos, pasatiempos, artes y oficios” en 2006, lo cual es siete minutos menos que en 1997. Incluso contando el tiempo que dedicamos a pasatiempos como “actividades secundarias” (es decir, cuando los realizamos a medias frente a la tele), éstas tan sólo suman 17 minutos por día. El porcentaje total de los australianos que realmente llevaron a cabo “juegos, pasatiempos, artes y oficios”, a medias o no, fue del 17 por ciento. Y mientras los participantes incondicionales pasaron un promedio más respetable de cien minutos al día en pasatiempos, una gran parte del tiempo supuestamente asignado a este tipo de actividades en realidad se destina a los juegos de azar y videojuegos. La Oficina llevó a cabo una encuesta por separado en 2007 tomando en cuenta sólo pasatiempos de tipo artístico, y descubrió que sólo 2.1 millones de australianos mayores de 15 años tenían un pasatiempo cultural, lo cual era menos que los 2.5 millones del 2004. Peor aún, sólo habían 356,900 personas en Australia que declararon escribir como pasatiempo y sólo 265,000 involucrados en la música. Y esto ya representaba una mejora comparada con los números del 2004.
Ni siquiera necesito las dos manos para contar el número de personas que conozco con pasatiempos genuinos. Está el amigo de los modelos de aviones y George; el resto los ha abandonado. Estas actividades que tienen una larga historia y prestigio se enfrentan a la extinción. Lo único que mantiene con vida a la filatelia, por ejemplo, es un boom en China, de acuerdo con Ed Wolf del Consejo de Desarrollo de Filatelia NSW.
“No nos gusta esto”, dice Wolf, cuyo trabajo consiste en conseguir que la gente se interese en la filatelia de nuevo. “Pero es justo decir que (coleccionar estampillas) está en peligro de extinción. Hay una idea generalizada de que los coleccionistas de estampillas son nerds”.
A decir verdad, las cosas han empeorado tanto para los pasatiempos que, en 2010, nada menos que una autoridad como la Fuerza Armada de Cadetes Británicos declaró que los nerds y los obsesivos eran prácticamente las únicas personas que todavía estaban interesadas en los rompecabezas, las canicas y la construcción de modelos de trenes. Después de encuestar a 2,000 adolescentes y adultos británicos, la Fuerza Armada informó que la mitad de todos los adolescentes considera a los pasatiempos tradicionales como “aburridos o simplemente raros”. La mayoría de los encuestados dijo que la tele era su principal interés; tres de cada diez nombraron las compras como su principal pasatiempo.
Incluso George renunció a sus actividades sin sentido y a sus pasatiempos. Consiguió un empleo decente y de prestigio como abogado corporativo y trabajó muchas horas. Se matriculó en una maestría en derecho corporativo para impulsar su currículum y poder mejorar su salario.
En la década de 1970 un psicólogo llamado Mihaly Csikszentmihalyi acuñó el término flow (flujo) para describir ese estado del ser en el que se está tan atrapado en una actividad que uno se vuelve inconsciente de cualquier otra cosa —tiempo, espacio, comida e incluso la existencia propia—. Él compara esta sensación con el éxtasis religioso.
En las últimas décadas, Csikszentmihalyi y sus colegas han pasado un montón de tiempo dando localizadores electrónicos a diferentes personas, para luego llamarles y averiguar lo que están haciendo en diferentes momentos del día y cómo esa actividad los hace sentir (él lo llama método de sampleo de experiencias). Este muestreo indica que el flujo sólo ocurre cuando se está involucrado en una actividad por la actividad misma y no porque prometa alguna otra recompensa, como la fama, el dinero o la felicidad —o incluso el mismo flujo. La clave para el flujo, menciona Csikszentmihalyi, es “centrar la atención en lo que estás haciendo y tratar de hacerlo lo mejor posible”. Si constantemente se está comprobando si uno está fluyendo, entonces no se está concentrado en lo que se está haciendo y se interrumpe el flujo en sí. Así que en realidad, dice Csikszentmihalyi, es sólo en retrospectiva que uno se puede dar cuenta de que ha estado fluyendo. Se mira hacia atrás y se piensa “ah…, así es como debería ser la vida”.
En un mundo ideal, Csikszentmihalyi nos dice: “una persona debe llegar al punto donde encontrará recompensas intrínsecas hasta en las cosas que tiene que hacer, como el cuidado de la casa o el trabajo”. Pero como primer paso la mejor manera de lograr fluir es “encontrar cosas que deseas hacer, como submarinismo, escalar, la poesía o cocinar, cualquier cosa que te guste”. El humilde pasatiempo es entonces una actividad de fluidez perfecta.
Y, sin embargo, parece ser que estamos renunciando a las actividades que prometen hacernos sentir bien. La investigación de Csikszentmihalyi ha demostrado que los adolescentes estadounidenses gastan al menos cuatro veces más la cantidad de tiempo libre viendo la televisión que haciendo deportes o pasatiempos, y esto sucede a pesar de que experimentan el flujo sólo el 13 por ciento del tiempo que están frente a la televisión, en comparación con el 34 por ciento del tiempo que dedican a pasatiempos y el 44 por ciento del que practican un deporte.
John Underwood, expresidente y actual secretario honorario de la Sociedad de Reconstrucción Histórica de Australia Inc. (HRSA), tiene 66 años, trabaja en ventas y está en una muy buena posición para hacer observaciones sobre la forma en que se encuentran los pasatiempos y otras actividades sin sentido. Underwood se ha volcado sobre ello desde hace décadas y formó parte del grupo original que, hace 34 años, se separó de la recreación de las escenas de la guerra civil para iniciar la HRSA. Desde entonces, ha tenido que ver a su amada Sociedad encogerse de 66 miembros en su apogeo (en la época del bicentenario Australiano y el aniversario Victoriano) a tan sólo 17 miembros actualmente. En realidad sospecho que la membresía activa es aún más pequeña debido a la forma en que Underwood dice “17 miembros en nuestros registros”, pero no tengo el corazón para investigar más a fondo.
Según la forma en que Underwood lo pinta, la HRSA ha sido víctima de una tormenta de consumismo, videojuegos, más y más TV “y el paso de los grandes aniversarios históricos que nos habían caído tan bien”.
Para ilustrar su punto sobre el consumismo: la HRSA solía hacer funciones gratuitas en un parque temático histórico en particular y “cuando empezamos a hacer las recreaciones, éstas duraban de 35 a 40 minutos”, dice Underwood. “Pero después de tres años los dueños de las tiendas se quejaron de que las recreaciones eran demasiado largas y mantenían a la gente fuera de sus tiendas. Así que las recreaciones se redujeron a quince minutos y, finalmente, a diez. Posteriormente el parque empleó a sus propios actores”.
Para ilustrar el punto sobre la tele, así como el del consumismo, consideremos lo siguiente: la HRSA ha llevado a cabo sus viñetas (que incluyen batallas navales de la época victoriana, rebeliones de Eureka y dramatizaciones tipo Ned Kelly) en Sovereign Hill y Flagstaff Hill y en las ferias y en los aniversarios y en escuelas. Pero ahora, incluso con todo el humo y el ruido de dos cañones auténticos que la Sociedad tiene, si una recreación “se extiende por más de seis minutos, ni lo pienses”. Y esto es para audiencias menores de trece años. Los más viejos, dice Underwood, “simplemente no están interesados en tipejos corriendo y disparando mosquetes. Parecen mucho más interesados en ver acción moderna en la televisión o jugando videojuegos”. Incluso los propios hijos de Underwood, nacidos en el centro de la escena de recreaciones históricas, no están “interesados en lo más mínimo”.
“Ahora todo el mundo quiere dos de todo” profetiza Underwood. “Me hablas de un hogar con tele… Ahí están los dos coches, las dos o tres televisiones, una computadora y por lo general una laptop, así que tanto el marido como la esposa tienen que trabajar para cumplir con los pagos de la hipoteca y hay un mínimo de tiempo para los pasatiempos.
Un hecho aún más aterrador es que, al menos en lo concerniente a sociedades de recreación histórica, la HRSA es una de las afortunadas. La mayoría de las asociaciones tienen tan pocos miembros y pueden reunir tan poco público que, según Underwood, ni siquiera pueden volver a recrear algo alguna otra vez y se reducen a la producción de “exposiciones históricas”.
Dejando a un lado los videojuegos, creo que Underwood ha descubierto dos grandes razones por las cuales me río de mi amigo y su pasatiempo de aviones a escala y por las que creo que George es raro.
Primero: el consumismo. Estoy bastante segura de que Underwood ve al consumismo como el enemigo de los pasatiempos, principalmente porque nos convence de que tenemos que ganar, comprar y pagar cosas, lo cual toma un montón del tiempo que podríamos dedicar a los pasatiempos. No obstante, es probable que se sorprenda al saber que la culpa del consumismo es mucho más profunda. De seguro se asombrará al saber que él es un subversivo —un punto que desarrollaré en un momento—.
El intelectual británico Terry Eagleton cree que, a medida que el capitalismo de consumo se ha convertido en algo cada vez más omnipresente, su instrumentación despiadada se ha filtrado en cada área de nuestras vidas. Cada objeto y cada minuto deben tener una función o un propósito, que a su vez alimenta a este ethos de logros que tenemos, donde los seres humanos destacan sólo cuando están palomeando documentos y haciendo cosas relevantes (he parafraseando bastante). Pero la idea general es que, según los cálculos de Eagleton, las actividades sin sentido y los pasatiempos solamente porque sí se vuelven más y más raros a la par que nuestra sociedad se vuelve más consumista. De hecho, en su libro After Theory, se va tan lejos como para afirmar que el capitalismo tiene horror de “la idea de hacer algo por el mero placer de hacerlo”. Y aquí volvemos al punto anterior sobre lo subversivo de las actividades de Underwood: el sinsentido, según Eagleton, “es un asunto profundamente rebelde”.
Yo no soy Marxista ni nada, pero no creo que Eagleton esté exagerando. Pensemos en los niños que, por derecho, no deberían tener mucho que hacer. Y, sin embargo, en la actualidad, no puedo mencionar ni a un chico que intente voltear sus párpados de adentro hacia afuera. Pero sí sé de un pre-adolescente con mira a las Olimpiadas que pasa varias horas a la semana en entrenamiento de gimnasia, de un niño de dos años de edad que tomó clases de arte y movimientos para fomentar su creatividad, y varios niños pequeños matriculados en pseudo-gimnasios infantiles. Además, hay CDs y DVDs educativos llamados “Bebé Einstein” y cursos de lectura rápida para darle a los niños ventajas en la escuela, y nadie se detiene a pensar lo monstruoso que sería si su bebé en realidad fuera un Einstein. La necesidad de logros comienza en la cuna y todo tiene un motivo ulterior. Los niños no tienen siquiera lo que se llama, según el cronista social Hugh Mackay, “juego no estructurado” y es probable que éste sólo se permita todavía porque algún experto dijo que contribuye al desarrollo del niño. “Lo cual es verdaderamente raro”, dice Mackay; “todo es parte de este empuje hacia más estructura y más metas y logros”.
Y, sin embargo, el sentido de la naturaleza humana es precisamente su sinsentido. “Tenemos que sacar del gimnasio la idea del florecer”, escribe Eagleton en After Theory. “Se vive bien cuando entendemos nuestra propia naturaleza como un fin disfrutable en sí mismo”. Según Eagleton, la naturaleza humana es un poco como la naturaleza de la jirafa. “Ser una jirafa no te lleva a ninguna parte, es cuestión de hacer tus cosas-de-jirafa por el sólo hecho de hacerlas”.
La segunda razón para la desaparición del pasatiempo es, como sospecha Underwood, la tele. Está, por supuesto, el hecho evidente de que la televisión es un veneno para los pasatiempos y las actividades sinsentido, ya que su promesa de estirar los pies sobre el sofá y realizar mínimo esfuerzo nos aleja de la recreación histórica e inclusive de la práctica de escupir en el blanco (aunque se puede hacer todo esto durante los comerciales).
Pero la televisión tiene la culpa en otro sentido. En un ensayo de 1990, David Foster Wallace argumentó que, debido a que vemos tanta televisión, se nos ha condicionado a pensar que nuestro valor como ser humano está ligado a ser observado, y esto a su vez nos ha cohibido; constantemente estamos anticipando lo que decimos, lo que hacemos, y cómo nuestra audiencia lo percibirá, de tal manera que cambiamos lo que decimos y hacemos, antes de decirlo o hacerlo, para volverlo agradable al paladar del público. Es, como el crítico A. O. Scott ha señalado en una revisión de la obra de Foster Wallace, un circuito de retroalimentación. Todo esto, por supuesto, tiene relación con el argumento del instrumentalismo-consumidor, porque los pasatiempos luego son juzgados por el cómo afectarán nuestra capacidad de ser observados. Y entonces, incluso si usted decide continuar con un pasatiempo especial, es sólo porque piensa que va a incrementar su popularidad, lo que entonces lo cancela como un pasatiempo, porque los pasatiempos son algo que se hace porque sí. Jonathan Franzen, un amigo de Foster Wallace, habló de esta idea cuando admitió haber intentado suprimir su amor por las aves, ya que no era “muy cool” ser un observador de aves, a pesar de que “cualquier cosa que traiciona la pasión verdadera, por definición, no es cool”. La pasión, según el Diccionario Macquarie, significa “cualquier tipo de sentimiento o emoción, sobretodo cuando es fuerte y convincente”. Ese tipo de emoción es un anatema para la autoconciencia necesaria para tratar de complacer a un público. Como Franzen sugiere, es impopular involucrarte tanto en algo que te lleve a olvidarte de ti mismo. Y la encuesta de los Cadetes Británicos demuestra que no está siendo paranoico. Se encontró que a una cuarta parte de los niños en edad de escuela les preocupa ser vistos como “solitarios” si desarrollaban un pasatiempo algo obscuro. Entonces, es muy apropiado decir que “el planking” es el pasatiempo favorito del 2011/12. Es un pasatiempo algo irónico y loco que, por supuesto, no es un pasatiempo en lo absoluto.
De acuerdo con un demonio llamado Screwtape, citado largamente en el texto de C.S. Lewis Las cartas de Screwtape, una de las maneras más fáciles para condenar a una persona es impedirle hacer las cosas que realmente le gusta hacer. De esa manera, nunca descubre que todo aquello que la Sociedad le dice que son placeres —como la vanidad, el bullicio, la ironía y el costoso tedio— no son el placer verdadero.
“El hombre que real y desinteresadamente disfruta de una sola cosa en el mundo por el placer mismo y sin importarle un comino lo que otras personas dicen sobre él, está por ese simple hecho ya preparado para cualquiera de nuestros más sutiles modos de ataque”, dice Screwtape. “He visto a un ser humano defenderse de fuertes tentaciones sobre ambiciones sociales, por medio de un apetito aún más fuerte por las tripas y las cebollas”.
Si usted no cree en los demonios, intente reemplazar a Screwtape con, digamos, el CEO mundial de la Sociedad de Cirugía Estética Siempre Joven, o con el jefe del bufete de abogados de “prestigio” para la cual estás trabajando horas extras, quienes de igual manera están en contra de que hagas una cosa simplemente por placer, ya que ello conlleva el riesgo de darse cuenta de que la cirugía de senos por la cual has estado trabajando en dos empleos, o de que la promoción por la cual te has quedado a trabajar hasta el final del día, no son la llave de la felicidad. Podrías incluso pasar más tiempo siendo realmente feliz, lo cual sería inconveniente, ya que todo el sistema de consumo depende de que nosotros estemos vagamente insatisfechos o al menos tengamos la sensación de que la vida podría ser mejor si tan sólo pudiéramos ser famosos u obtener un ascenso o conseguir un Lexus.
Culpar a Screwtape (a quien curiosamente no le gustan los pasatiempos porque implican un “olvido de sí mismo” del que desconfía) o a los CEOs o a la mano invisible del capitalismo, está en realidad fuera del punto. Lo que realmente importa es esto: ellos están ganando. No estamos pasando el suficiente tiempo haciendo las cosas que amamos porque hemos comprado la mentira de que la felicidad está relacionada con ganar la carrera y porque estamos tan ocupados manteniéndonos en esa pequeña rueda de ratón de Sísifo que no nos damos tiempo para oler las rosas y con ello romper el hechizo que dice que unos nuevos senos significan la felicidad.
Tanto Csikszentmihalyi, Screwtape, Underwood y George están de acuerdo en que el poder de las actividades sin sentido radica en su capacidad para hacer que te olvides de ti mismo. Paradójicamente, es precisamente cuando nuestros egos se van a volar que llegamos a ser realmente felices. Es ahí donde la desaparición de las actividades sin sentido empieza a parecer bastante siniestra, ya que por supuesto si todos abandonáramos nuestros egos, obsesiones y ambiciones, probablemente no seríamos los súper consumidores que somos ahora.
Tal vez si todos nos detuviéramos un momento a recostarnos en el cofre de nuestro auto para ver despegar a los 747, habría algunos antropólogos más y algunos banqueros mercantiles menos; se venderían más libros y menos cremas antiarrugas. En realidad, el mundo entero podría cambiar.
Hace un poco más de tres años George recordó lo mucho que le gustaba pescar. Dejó su trabajo como abogado corporativo, cambió su maestría en derecho corporativo por una en derecho ambiental y consiguió un trabajo en el departamento de agricultura donde se dedica a cuidar a los peces pelágicos (los que nadan cerca de la superficie). En su tiempo libre anda en bicicleta y, junto a sus compañeros de trabajo, busca lugares secretos donde pescar. Y el año pasado le compró a mi hijo de un año de edad un tanque de peces de juguete.
Venga la revolución.
Annabel Stafford
Artículos recientes por Annabel Stafford (see all)
- Las actividades sin sentido, un ensayo - 01/12/2013
Deja un comentario