No soy el único que mira al arte contemporáneo con cierta reticencia. Sobre todo aquellas obras que necesitan de explicación para comprender su discurso. Personalmente creo que una obra de arte debe hablar por sí misma, y entablar un diálogo íntimo con quien la aprecia, algo que se nombra, o al menos eso pienso, como experiencia estética. Justo eso me sucedió con la pintura de Paulina Jaimes (Ciudad de México, 1986), joven pintora, a quien busqué vía e-mail después de ver la entrevista que le concedió a la crítica de arte Avelina Lésper para Milenio Televisión. Al cabo de algunas semanas, Paulina me invitó a su estudio, un departamento en el centro de la ciudad, para realizarle una entrevista.
Paulina Jaimes es expresiva, mueve las manos al hablar, gesticula, sonríe. Es afable, cordial, de ojos grandes y mirada profunda. Dista mucho del estereotipo de artista ensimismado, inaccesible o con tufos de grandeza. Se cuida de emitir juicios sumarios o lapidarios, rehúye a la polémica porque sabe que no se llega a ningún lado cuando se discute de gustos artísticos. Prefiere que su trabajo hable por ella, aunque todavía no lo considera arte:
—Yo no sé qué tanto pueda llamarlo arte. Tienes que dejar al tiempo las cosas para que de verdad perdure. Si a ti te mueve o te indica algo, pues quiere decir que mi trabajo no es en vano, pero ya decir arte… Para mí es algo que tiene que traspasar el tiempo y que de verdad tiene que perdurar en muchas personas, porque de repente pueden ser modas.
Pasado el mediodía, el centro de la ciudad de México está en pleno movimiento, y el ruido, como siempre, es incesante. Sin embargo, al ir subiendo las escaleras para llegar al taller de la pintora Paulina Jaimes, la barahúnda de la ciudad se queda atrás, y uno se aísla poco a poco hasta que el silencio es absoluto. En su departamento también vive el artista Jonathan Gómez, es él quien me abre la puerta. Colgados en las paredes están varios cuadros de la colección “Síntomas de un cuerpo presente” con la que Paulina Jaimes ganó la beca del FONCA 2010 – 2011. Se trata de una serie de cuadros cuyo tema principal es la vulnerabilidad. Vemos rostros o cuerpos fragmentados, y algunos están atrapados en una especie de cortina transparente que fácilmente se relaciona con agua.
“En mis cuadros si algo es evidente es la cuestión del miedo”
El eje temático de los cuadros es la vulnerabilidad del ser humano. Desde el 2008 comenzó a interesarse por este tema personalmente. Platica que el miedo, por una cuestión personal, influyó en su manera de sentirse frente al mundo. Sin embargo, sus lecturas de sociología, (profesión que le hubiera gustado ejercer si no fuera pintora), como Lipovetsky, Baudrillard y sobre todo Zygmunt Bauman, autor de Tiempos líquidos, le permitió extrapolar un discurso que no sólo le correspondía a ella:
—Empecé un discurso, no nada más mío sino más general. Es decir, qué está pasando en la sociedad y cómo yo estoy inmersa en eso. Estoy contaminada de todo y de lo que estamos sintiendo en general muchos.
Así se fueron acumulando las pinturas de cuerpos fragmentados o de apariencia enferma, y algunos otros cubiertos o atrapados bajo un velo de agua. Menciona que actualmente son numerosas las formas de sentir miedo, por medio de la televisión, la industria farmacéutica, los alimentos transgénicos, enfermedades particulares. Es decir, vivimos rodeados de información que nos hace sentir vulnerables. De ahí la aparición de los “velos de látex” que, de acuerdo con la pintora, aparecieron jugando con la técnica:
—Estamos inmersos en una realidad en la que necesitas adaptarte continuamente. Y eso es muy agresivo. Estamos renaciendo todo el tiempo, por eso los metí como en membranas, y de repente quise darles este desgarre, como si se estuviera volviendo a romper la placenta.
Sin embargo, Paulina se niega a utilizar el rojo para evitar la comparación con la sangre.
—¿Por qué no querías hablar de sangre?
—Porque todo el tiempo vemos eso. Creo que como pintora, si quiero mostrar mi trabajo, tengo que ser amable con el espectador, para que entienda de otra forma las cosas. Les das oportunidad de que él recree su realidad.
Cuenta que en una exposición una madre tapó los ojos de su hijo para que no viera una obra que aludía a la sangre. En su estudio hay alrededor de nueve pinturas, las cuales, a pesar de retratar cuerpos, son sutiles con el tema que presentan. También hay uno de sus cuadros más viejos, donde una mujer en ropa interior aprieta con sus dos manos su estómago, con el cual se hace evidente la transformación por la que ha pasado su pintura. Ahí mismo reposan los libros de quienes son sus influencias como Lucien Freud. Atrás de Paulina, yace un cuadro inacabado de la colección que presentó al proyecto “El Milenio visto por el arte” que se titula: “El drama de la sustancia”: consiste en una serie de rostros, con ciertas expresiones, y mojados en tinta azul.
Paulina se levanta de su silla para mostrarme un cuadro de esta colección. Lo sostengo nervioso como cuando una madre te presta a su hijo para que lo cargues. Mientras, ella me explica:
—Tiene que ver con lo que permanece y con lo que fluye. Me gusta el discurso contradictorio; el tatuaje te lo haces porque le adjudicas un simbolismo o una experiencia personal, eso te marca y contrastarlo con la fluidez de un color que se desvanece, se corre, y así es todo en la vida, fluye y se desvanece.
“Estaba muy solitaria por lo que hacía”
Debido a la predilección que tiene Paulina Jaimes por pintar en general el cuerpo humano se sintió aislada de la escuela, donde no era apreciada esta característica bajo el argumento de que eso siempre se ha pintado.
—Uno tiene que estarse moviendo y buscar. Yo salí de la escuela y estaba muy solitaria por lo que hacía. Facebook me ayudó a encontrar a gente que está haciendo cosas que me emocionan y son de mi edad… Están como estos dos mundos. Está la cuestión conceptual, gente que hace instalaciones, que no está mal. Me gusta mucho la pintura, defiendo mucho la pintura, pero conozco gente muy creativa en la parte conceptual. No es una batalla, cada quien se dedica a hacer sus cosas.
Ahora que es maestra del CEDART pone mucho empeño en enseñarle a sus alumnos la diversidad de formas artísticas para que puedan elegir con mayor libertad lo que quieran hacer. Su intención es otorgarles una conciencia distinta para que puedan realmente crear:
—No puedes trabajar con una imagen, con algo que de verdad no te está emocionando. Aquí las cosas no son obligadas. Debes agarrar un discurso que de verdad te mueva para poder seguir generando. Cuando yo las siento obligadas pues ya no las pelo.
Hija de padres pintores, a Paulina siempre le pareció normal vivir de la pintura. Supo de momentos buenos y malos. Pero sabe que son muchos los padres quienes no apoyan a sus hijos cuando tienen intereses artísticos. No obstante, sabe que lo esencial es trabajar duro y moverte. De sus padres, lo primero que aprendió fue el aspecto de la observación:
—Toda mi vida tuve un lápiz y un papel. Mis papás me atascaron de papel y pluma. Ni se diga de materiales, aunque echara a perder sus cosas. Hasta los 16 tomé un pincel y empecé a pintar óleo.
Ya para entonces tenía conciencia de que quería ser pintora. Apenas hace un año vendió su primer cuadro, el segundo fue el que pintó para Grupo Milenio. Comenta que fue difícil para ella ver cómo se llevaban a quien prácticamente procuró como a un hijo. Gracias a un consejo de su amigo y colega José Antonio Farrera supo que era necesario vender sus cuadros, sobre todo para seguir pintando. A la joven pintora le entristece saber de artistas consagrados cuya frialdad es tal que ya ni siquiera pintan sus propios trabajos sino que se limitan a firmarlos.
—¿El artista tiene responsabilidad social?
Es la última pregunta y la responde sin vacilar, sin pensarlo dos veces. En cuanto termino de hacerla se escucha su afirmación contundente:
—Sí, totalmente. Hay gente que dice: cómo puede un pintor hablar de lo que hay afuera si se la pasa pintando encerrado. Pero somos agentes sociales. Hablo de algo social a partir de lo que soy yo, porque estoy inmiscuida en todo esto. Es imposible no hablar de algo social y tener un compromiso social. Siempre hay una búsqueda a decir algo y reflejar algo, igual no lo haces conscientemente porque no trabajas para los demás sino para ti, pero cuando llevas un cuadro a una exposición te das cuenta de que realmente está reflejando algo.
Paulina Jaimes es una pintora interesada en el ser humano, de ahí su necesidad por retratarlo. No cabe duda, el apego que desarrolla por sus cuadros es prueba de su sinceridad como pintora. De nuevo asombrado por la quietud de su departamento, salgo de ahí como quien acaba de salir de un santuario para volver a incorporarse a la vorágine de una ciudad que no conoce el silencio.
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