Cuento de Fernando de León.
Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño y le dieran una
flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano… ¿entonces qué?
Coleridge
La rosa sin porqué florece porque florece
Angelus Silecius
Relato de Nizam al-Mulk. Visir.
Creo en la noche y en la media luna que de ella surge como un brillante puñal escondido que salta de un manto negro para clavarse en mi mirada. Creo en esta noche, que como todas, es la voluntad de Alá y no necesito descifrar el mensaje de las estrellas para saberlo. No necesito más que mi fe en Su Omnipotencia para estar seguro de que esta noche no desharé más de lo que he hecho.
Soy un hombre cansado, Abd-Allah, y aunque el propio Alp Arslan haya elogiado mis obras, nunca dejo de tener presentes mis errores. He librado una larga batalla contra la adversidad que yo mismo dejé crecer, y no he conseguido vencer. Ahora me faltan fuerzas para concluir, para corregir definitivamente el mal. Por eso debo tener aliados, y en busca de ellos vamos esta noche rumbo a Qazvin.
Tú eres joven, Abd-Allah. Guías con destreza y decidida valentía mi silla de manos, pues tu fuerza se equipara con la de cualquiera de los otros guardias que siempre me acompañan. Veo con agrado que el niño desvalido que protegí un día se ha convertido en un joven vigoroso. Pero tu juventud y el tiempo que te ausentaste de mi lado te impiden ver el peligro que nos acosa, no solamente a nosotros, no únicamente esta noche, en este viaje. Te hablo de un peligro mayor, un riesgo que acecha este tiempo y atenta contra nuestra fe, ¿puedes imaginar un alma capaz de alterar la inmensidad del reino islámico? No basta una blasfemia, no hemos de temer ni a los nestorianos del poniente ni a los ateos del levante. Nada pueden contra nosotros la retórica violencia de los primeros, ni la hueca sabiduría de los segundos. El enemigo, el verdadero enemigo está aquí, entre nosotros. Cree entender el Qur´an pero lo lee a su conveniencia. Predica a Ismail como el último de los Imanes, y en el fondo todo lo que desea es romper el orden y sacar provecho de ese caos. Me han llamado Armonía del Reino y aunque he vivido para hacer efectiva esa armonía, hoy la siento desquebrajarse por mi culpa.
Veo que no comprendes la razón de este pesar, Abd-Allah. Por eso te quiero contar una pequeña historia que es el origen del mal que nos acecha.
Cuando fui joven, como tú, me invadió una necesidad de conocimiento inusitada. Mi linaje me hubiera permitido no estudiar más de lo elemental y dedicar mi vida a la placidez de la cacería, a jugar chatrang y entregarme a los placeres sensuales. Pero mi mente tuvo sed de sabiduría y solicité a mis padres estudiar con el famoso Mowaffak. Hube, pues, de abandonar mi natal Thus para trasladarme a la ciudad de Nishapur, donde el célebre sabio enseñaba las matemáticas y la astronomía.
Ahí conocí a dos estudiantes cuyas capacidades intelectuales me impresionaron e incitaron mi amistad: Umar Khayyam y Hasan ben-Sabbah. Sí, a Umar lo conociste, fue tu maestro cuando decidiste aprender la ciencia de los astros y los números. Él fue siempre, de los tres, el más aplicado y el más puntilloso, como la ciencia lo requería; Hasan, en cambio, siempre derivaba la astronomía en astrología y la matemática en magia numérica y pronto resultó evidente que más que inquietarle la comprensión del mundo, intentaba descifrar el destino. Su destino.
Tanto como he de reconocer en ellos sus méritos, también debo exaltar mi tenacidad en los estudios, cualidad que me permitió estar a la altura de mis compañeros. Yo era, entre Umar y Hasan, el vínculo que diplomáticamente mediaba entre dos caracteres tan disímiles, casi inconciliables: además, cuando se es joven ninguna diferencia es insalvable, como tampoco es extraño que al llegar la madurez se descubre que el amigo de la juventud sea, en realidad, el peor enemigo. Recuerdo que Umar era calmo y despreocupado. Metódico y vacilante ante cada conjetura demasiado audaz, mientras que Hasan era arrojado innecesariamente y ese arrojo siempre le trajo suerte en sus empresas por disparatadas que fuesen. Así lo comprobé después en muchas ocasiones y su audacia aún me inspira el mismo pánico que ya me estremecía entonces. Pero ante todo fuimos amigos, unidos por el deseo de saber y el Filósofo acertó, una vez más, al decir que la amistad sólo florece entre hombres de igual virtud.
Una noche como ésta, terminados los estudios, contemplábamos las constelaciones tirados en el llano y Hasan dijo:
— Es fama que los discípulos de Mowaffak siempre alcanzan la fortuna.
— Eso no depende de lo que el viejo enseñe— replicó Umar.
—Creo que sus discípulos siempre alcanzan la fortuna, pues basta que uno la tenga para que los demás compartan su suerte— redondeó Hasan.
—¿Dices que si la suerte te socorriera…?— pregunté, pero Umar me corrigió:
—Dice que si la fortuna socorre a cualquiera de los tres primero…
—¿Cuál será nuestro lazo de unión entonces?— preguntó rápidamente Hasan.
—El mismo de ahora— respondí.
—Prometamos esta noche que el primer afortunado compartirá su bonanza con los otros dos.
—Así sea— prometieron.
—Así sea— prometí.
Pero los hombres, Abd-Allah, no debemos prometer, porque no somos eternos para asegurar nada, y cuando es posible la satisfacción de una promesa, tal vez sea un grave error cumplirla. Nos jactamos de ser leales y honorables, pero vivimos traicionándonos. Creemos ser fieles a nosotros mismos, sin embargo tal asunto es un espejismo y en el fondo nuestro propio corazón es egoísta y desleal.
Quiso Alá que yo fuera el primero en recibir la visita de la fortuna, y me deparó la amistad de Malek Shah: el hoy sultán era entonces hijo del conquistador del Cáucaso, Alp Arslan. Y si bien nunca negaré que esa amistad me posibilitó ser visir del reino, también es sabido que mantengo ese nombramiento, desde entonces, por mérito propio.
Una vez en posesión de mis obligaciones, mandé buscar a Umar y a Hasan.
En cumplimiento de nuestra promesa Umar pidió una pensión de mil doscientos miktales de oro, quería dedicarse desahogadamente al estudio de los astros y de los números. Hasan no pidió dinero, sino poder: quiso un sitio a mi lado en la corte. Concedí sin dudar las dos peticiones. Así, Umar partió feliz rumbo a Nishapur y Hasan se quedó a mi lado para ser mi mano derecha.
Aquella confianza duró muy poco, pues pronto comprendí que lo que Hasan deseaba conseguir a toda costa era mi cargo de visir. Malek Shah me previno de las calumnias que Hasan confabulaba contra mi ante del propio Alp Arslan. Su traición me dolió tanto como me duele todavía al recordarla. Antes de que su veneno hiciera efecto lo expulsé de mi lado. Al echarlo, me escupió su desprecio mostrando su verdadero rostro: me dijo que yo no sabría organizar el reino seldjucida, que la fortuna se había equivocado de hombre al darme tal poder. Desde ese momento mi amigo fue mi enemigo.
Pasó el tiempo y Malek Shah tomó el mando del reino conservándome en el puesto de visir. Tuve entonces mil cosas en qué pensar antes que en el traidor Hasan. Fue precisamente en esos años cuando nadie supo decirme tu paradero, Abd-Allah, pues quisiste vagar por el reino. Hubo en ese tiempo cambios importantes: conseguí instalar sitios donde el pueblo tuviera acceso a la educación en Bagdad y en las principales ciudades del reino, y el sultán me hizo el honor de llamarlas Nizamiyah.
Olvidé a Hasan y menosprecié el tamaño de su ambición; pues diez años después vuelvo a encontrarlo, ahora dirigiendo una secta infiel llamada ismailita. Esta secta fue al principio, como cualquier otra, solo una insignificante minoría de necios que se reunían para blasfemar, pero se hicieron fuertes al mando de Hasan: sus discípulos son capaces de matar sin importarles su propia vida ni el infierno que sus faltas les depara. Practican la taquiya o el arte del ocultamiento religioso, mediante el cual es imposible descubrir sus creencias. Se disfrazan e infiltran para matar a los califas que se niegan a pagarles tributo. Y yo, aunque los he perseguido y no he podido dar con su guarida, se rumora que se han establecido en la montaña Alamut.
Debes creerme, Abd-Allah, desconozco la forma en que Hasan convence a sus jóvenes suicidas, pero no hay verdad sino demencia en sus actos. Eblis se ha adueñado de su mísera alma… Por eso debemos detenerlo, por eso vamos a Qazvin, a buscar aliados. De entre tantos temerosos califas conformaré un ejército que logre sacar a los ismailitas de su escondite por encumbrado que sea.
Detengámonos un momento. Deseo caminar un poco, en este páramo que aun de noche es hermoso. Mira la luna, Abd-Allah; pocas veces la volveremos a ver tan resplandeciente, tan brillosa y punzante… ¿Dices que me equivoco? ¿Que Hasan es La Sombra de Alá sobre la Tierra, y yo un infiel? ¡Guarda tu daga! Tú, que eres como mi hijo ¿me traicionas? ¿Tú eres un ismailita? ¿Qué pudo prometerte Hasan para que me mates? ¡El Paraíso! ¡Guardias! ¡Guardias!
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Relato de Umar Khayyam. Matemático.
Bebe, Abd-Allah, eres joven y el vino se siente en tu cuerpo más cómodo que en la misma copa; brindemos por la salud de Nizam al-Mulk, que por él tenemos los dos este vino y esta paz que precisa el pensamiento feliz. Alégrate porque ese hombre sabio te ha protegido y porque gracias a él te es posible estar aquí, conmigo, estudiando. Bebe y no pienses más en tu deseado paraíso, porque tal lugar no existe más que en la cabeza de los cobardes, de los incapaces de vivir ahora, de saborear el vino del instante, de los sordos a su sermón discreto y conciliador, de los ciegos ante su color que es el de la sangre y del crepúsculo, de los inapetentes para el milagro de la alegría sincera, de los mancos ante la belleza de la caricia. No esperes a morir para sentir esa embriaguez eterna, bebe ahora y ya serás inmortal. No te reserves para tus setenta huríes, aquella muchacha que pasea entre las rosas tiene más rocío, más aroma que sus espinosas compañeras. Un beso suyo, un sorbo más y no podrás evitar la dicha.
Te preocupa el porvenir, los ocho cielos, la vida eterna, el perdón de Alá. Apenas comienzas a vivir y ya reclamas al tiempo tu pedazo de Paraíso; y no sabes qué es. Ésa es tu incógnita; pues bien, Abd-Allah,—Servidor de Alá— como reza tu nombre, descubre esa incógnita como resolverías la más sencilla de las ecuaciones, mantén siempre tu igualdad en cualquier operación que desarrolles y al final sabrás el verdadero valor de lo que se te ocultaba. Tienes un enigma, también una constante y una variable. Constante es tu vida, y Variable la actuación que en ella hagas. Dices, estudioso del Qur´an, que después de la muerte habrá gozo: pues suma gozo a la vida también. Que en la vida hay desencanto: réstale encanto a tu paraíso de igual manera. Que Alá multiplicará tus sentidos para que puedas disfrutar plenamente cada placer. Multiplica entonces los placeres capaces de gozar en vida. Que la vida nunca es enteramente feliz y se divide en miles de insignificantes alegrías, pues divide la eternidad de tu paradisíaca dicha y verás que cualquier felicidad, por enorme que sea, resulta igual de insignificante. No olvides, joven amigo, que mientras la igualdad se mantenga es posible encontrar finalmente la breve diferencia, y hela aquí: anula uno a uno con operaciones contrarias cada argumento: Resta el gozo. Suma encanto. Divide la percepción. Multiplica la dicha. Encontrarás que esta vida es como el Paraíso, con una gran diferencia: que la vida está aquí, al alcance de tu mano, y el Paraíso es un sueño que quizá no sueñes cuando te adormezca la muerte. ¿Comprendes Abd-Allah que de nada le servirás al Eterno cuando solo seas pasto? Indudablemente Él quiere que goces; si no fuera así, ¿a qué poner al alcance de un hombre las caderas de una mujer? ¿Para qué darle el generoso vino, el fortificante café, para qué el arte de la música, sino para el placer? Equipara tu vida al tabaco que si no es consumido en su tiempo se seca sin beneficio alguno y sólo se eleva al cielo mediante el fuego; el humo es la única memoria del fuego, el resto son cenizas. Deja ya tu perorata religiosa, que Alá si es Alá no va a rebajarse a platicar con nosotros. Claro, veo en tu resentida mirada que crees oír las estupideces de un viejo borracho, pero, quieras o no, te llevo una ventaja insuperable. Tú eres joven y quieres creer en algo. Antaño, yo también quise creer, pero fue mi condición entender primero, entender la noche y sus días, la primavera y los inviernos, el tiempo y su medida espacial, circular… Terminé creyendo en mí. Irremediablemente en mí, en la brevedad de mi noche, en mis atardeceres, en las necesidades de mi cuerpo formulado por un verano rodeado de otoños. Este viejo borracho que te habla modificó el calendario que hoy contabiliza tus días, resolvió problemas matemáticos que nadie antes pudo resolver; y por fin, un día, para mí la vida misma ya no fue un problema sin solución. Me di cuenta de que vivo de la caricia que brinda la fragilidad del aire y de la tristeza del agua; del coraje del fuego y de la paciente tierra.
Abd-Allah, no inviertas tu fugaz tiempo en cavilaciones sobre el Paraíso, toma mi consejo y entrégate al vino agridulce de estar vivo, que Alá aprobará tu sabiduría. Hace muchos años tuve dos amigos: uno decidió servir a sus semejantes, dar paz y orden a sus vidas, y hoy es el visir más sabio que haya existido. El otro, como tú, sintió la necesidad de buscar el Paraíso desesperadamente, y su búsqueda lo llevó a traicionar a cuantos confiaron en él, a viajar sin reposo de una ciudad a otra, de una religión a otra sin encontrar su verdadera fe, aprendiendo y burlándose luego de sus maestros, elucubrando en la mente su propia religión. Hoy ya es anciano como yo. ¿Qué le queda? ¿Qué encontró? Su cabeza está llena de mentiras y no distingue ya lo real de lo imaginario. Es incapaz de vivir tranquilo porque sus fantasmas no le dan paz ¿crees que a eso venimos al mundo, Abd-Allah? ¿A perseguir fantasmas?
Un día de éstos moriré. No me ilusiona encontrar arroyos de vino y huríes. Mi cuerpo se ha saciado precavidamente y ya tengo satisfecha la memoria. Me consuela imaginar otro tipo de caricia, una que ya no sentirá mi cuerpo: la caricia de los pétalos de una rosa que el viento deshoje sobre las losas de mi tumba.
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Relato de Alid al-Mahdi. Señor de Alamut.
Escucha el rumor de los que se confabulan en mi contra. Oye sus pasos en las escalinatas de este castillo. No se aproximan, como tampoco se alejan, se arremolinan con ímpetus desconocidos por los pasillos. Rondan sin decidirse a tocar a mi puerta. Esa gente a la que yo, y mis padres, y los padres de mis padres, hemos mantenido unida y a salvo de la suerte que hubieran corrido afuera. Esa gente cuyos antepasados huyeron de los feroces califas abasidas que los persiguieron por infieles y aquí, en Alamut, encontraron protección, trabajo y alimento.
Y aunque los tiempos han cambiado, aún sus descendientes tienen un hogar gracias al sultán Malek Shah y a su visir Nizam al-Mulk. Tú no lo sabes, puesto que no naciste aquí. Llegase hace un par de años de Qazvin, y sé que antes estuviste en Nishapur estudiando álgebra.
Pues así es, Abd-Allah; ellos, que me deben su vida y su tranquilidad, hoy se confabulan en secretos traicioneros y por las noches planean usurpar mi mando. ¿Piensas que no me doy cuenta? ¿Que no escucho a distancia los pasos del hombre que, como sombra, crece entre más se aproxima? Atraviesa el desierto para traer a Alamut la discordia. ¿Y cómo habría de llegar la discordia si no es en forma de un hombre? Seguro estoy que ninguno de mis siervos tiene motivos para serme desleal, pero cuando se prestan oídos a voces forasteras surgen, de manera casi inexplicable, la inconformidad y la violencia. ¿Qué extraño ha llegado últimamente? Sea quien sea ya ha penetrado tranquilamente esta fortaleza. Despacio ha trepado por las montañas de Alborz, dejando atrás las aldeas cercanas. Ha sorteado con calma la peligrosa ladera y los acantilados hasta la cumbre de esta montaña. Mis guardias, que desde largo trayecto lo han tenido en la mira de sus arcos, no le han matado. Las puertas de Alamut, que han resistido cercos inclementes y batallas sangrientas, no han estado cerradas para él y su palabra llegó a cada atalaya, a cada pasaje subterráneo, a las bodegas, a los pozos, a las cisternas, envenenando el agua con sus ideas, enviciando luego el alma de mis súbditos. No escucho lo que les dice a escondidas, no conozco el sonido de su voz, pero llega hasta mi claramente su silencio que precede al temblor de las almas cuando una nueva fe las tambalea, cuando la tierra anuncia un cambio y en su temblor destruye sin parar lo habido.
Escucho cada palabra que me es dicha con respeto fingido, como si ya mis servidores tuvieran un nuevo señor, pero me permitieran mandar porque ya nada importaran mis órdenes. De poco me valió tratar de engañar a este invisible enemigo. Fingir adoptar su credo para identificarlos y luego poder echarlos de Alamut. Tanto suplicaron piedad, tanto lamentaron su error que finalmente me convencieron para que les permitiese volver. Pero apenas entraron y sentí que el engañado había sido yo, y que ya otro había tomado el mando del castillo.
¿No es ése tu caso, Abd-Allah? ¿No fuiste el que me habló de Hasan ben-Sabbah, como La Sombra de Alá sobre la Tierra? ¿Y después, cuando te expulsé, no juraste por el Apóstol dejar esa infiel religión ismaelita? Dime, muchacho, ¿no es verdad que me obedeces porque él te ha ordenado que me obedezcas? Callas. Me crees tan inocente para no entender que Hasan está entre nosotros con un nombre falso; quizá sea el hombre que todos llaman Dihkhuda… No te alarmes, joven amigo, tal vez aún estés de mi lado y no lo sepas. Antes de delatarte, antes de traicionarme escucha como yo los sonidos de Alamut. Escucha atentamente, no sólo la voz que les predica, también escucha el silencio del que descree. Sopesa cada palabra y no la valores por seductora que sea, sino por su verdad. Cada palabra tiene una historia que la legitima o la contradice. Toda palabra aspira a ser pronunciada con plena conciencia de su valor. Tal vez la única oportunidad que tengo de recuperar Alamut sea pronunciando las palabras correctas que me devuelvan los siervos que alejaron las palabras equivocadas.
Escuchemos atentamente, Abd-Allah; cabe la posibilidad de que yo mismo termine por aceptar esa voz y luego aplauda mi derrota. Posiblemente también Hasan esté dispuesto a escucharme, a negociar esta derrota, y quizá sean sus mismos seguidores los que deban pagar por él. Temo que cualquiera de ellos pague obediente el enorme precio de tener Alamut.
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Relato de Hasan ben-Sabbah. Sombra de Alá en la Tierra.
No quieras entender. El entendimiento es una trampa, es sólo apariencia, zahir que atrapa las miradas de los comunes. Debes creer. Sólo así se te mostrará lo oculto, y te acercarás al batin y serás no sólo ismailita nizarí, sino también batinita. Pero creer requiere tiempo, requiere paciencia y fe, una fe inmensa, ciega, voraz, avasalladora. Para creer debes olvidar lo que mal aprendiste solo y permitir que yo sea quien te enseñe de nuevo y sin errores. Mírame y olvida que mirabas, que yo abriré tus ojos. Escúchame y sé sordo para que mi voz perfore tus oídos hasta hoy inútiles. Desecha tu voz hasta que mis palabras te muestren el camino del habla. Abandona tu olfato que sólo sabe incertidumbres, y no recuperes el tacto sino es para palpar lo indestructible… Palabras. Alguien te enseñó a desconfiar de las palabras. A no creer en lo que tu débil razón no comprende. Alguien llenó tu corazón de impaciencia. Pero pronto llegará el momento en que creas sin necesidad de palabras, sin comprender ni esperar nada, sólo creerás. Sabrás que el placer del cielo es posible sin que para ello tengas que vivir una vida de oración y caridad, ayuno y peregrinaje, porque eso no basta. El Originador exige acción a sus fieles, exige obediencia absoluta, pero su recompensa es inmensa e inmediata. Vuelves a sentir dudas sobre tu proceder. Y sin embargo todo cuanto te he pedido que hagas ha sido logrado: te he dicho ?ve de Qazvin a Alamut y háblale a sus habitantes de mí y de mi pensamiento?, y ellos te escucharon. Te he dicho ?expulsen al mal llamado Mahdi de Alamut a toda costa? Y se ha retirado por su propio pie; los tres mil dinares de oro que ha pedido por la fortaleza los ha pagado sin dudar el sultán de Damghan, devoto ismailita. Te he dicho ?toma Alamut el primer día del año cuatrocientos ochenta y tres, no antes, no después?, y así ha sucedido. Porque estaba cifrado en su nombre la fecha del inicio de mi estadía en Alamut, que significa Nido de Águila, es decir Aluh-amu´t , y sus letras a cuyo valor numérico corresponde el uno, treinta, cinco, cuarenta, uno, seis y cuatrocientos, respectivamente; sumados dan la fecha. Y en cada palabra hay una cifra que ahora aunque pudieras obtener, no conseguirías comprender su significado y relación con Lo Escrito. Cuando creas ciegamente comenzarás a comprender y llegará el día en que descifres el Orden que estableció el Originador y seas parte del Intelecto Universal, el primer ser originado… ¿Deseas saber más? Acepta entonces que no es posible tal comprensión del mundo sin un maestro que te guíe hasta esas verdades, ese ta´lim que será tu punto de partida hacia los secretos del bien y del mal. Jura que nunca divulgarás los secretos que te revele. Promete no ayudar jamás a los que nos ataquen, y hablarme siempre con la verdad. Y sobre todas las cosas acepta que yo no soy un maestro más, sino El Maestro, pues por mis venas corre la sangre del Apóstol Mahoma, que no fue el último, como tampoco el Qur´an es el último mensaje que Alá dio a los hombres. Ahora yo soy Su Representante, Su Instrumento, Su Sombra en la Tierra. Mi voluntad es la de Él, pues ha puesto Su Palabra en mis palabras, y mis mandatos son Su Mandato.
¡Bebe este cáliz que te ofrezco, Abd-Allah! En tu nombre está cifrado tu destino y yo te enseñaré a servir a Alá. Te daré así la esencia de tu propio ser ¡Bebe sin titubeos, porque hoy mismo te será revelada la Gloria del Paraíso!
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Relato de Riya. Hurí del Paraíso.
Despierta, Abd-Allah, abre tus ojos vacíos de felicidad y permite que se llenen. Mira los árboles más hermosos, tú, que acostumbrado estabas a ver desiertos inclementes. Estás en la Montaña del Jacinto, donde ningún hombre puede llegar si no es la voluntad de Alá, y sólo Hasan ben-Sabbah es Su voz. Permíteme guiarte, mi nombre es Riya, soy una de las setenta huríes destinadas a servirte. Abrázame y caminemos sobre la húmeda hierba por entre las mezquitas de deslumbrante mármol. Mira correr el agua cristalina y fría como nieve recién derretida; mira la lenta cascada de miel, y el vino, prueba el vino de esta fuente, olvida toda antigua prohibición, aquí tus deseos serán satisfechos. La fruta cuelga de los árboles y a tu menor deseo tendrás una cacerola de oro repleta de ella. La carne; cualquier platillo que sea de tu agrado te será servido al instante. La leche corre por ríos en este lugar, bastaría que sumergiera tu copa en ellos para que tus labios la saborearan al instante. Escucha el canto de pájaros que jamás escuchaste. Aves de colores que no existieron antes para tus ojos. Flores de aromas que volverían loco de placer a un hombre común cuyas facultades no hubieran aumentado doscientas veces, como Alá ha aumentado las tuyas para que puedas disfrutar plenamente. Recuéstate en esta alfombra cómodamente para mostrarte mi cuerpo que bajo mantos verdes desea ser tocado por ti. Alá me creó y creó a sesenta y nueve huríes como yo para ti, sólo cuando me acaricien tus dedos tendrá sentido mi existencia. Comprueba que he sido formada conforme a tus más callados anhelos, pues nada es secreto para Alá, que las medidas de mi talle antes de estar en mi cuerpo estuvieron en tu pensamiento, que mis piernas son largas por tu voluntad, que mis pechos están hechos al tamaño de tus manos, que mis labios no se acomodarían mejor en otra boca que no fuera la tuya, que soy virgen y lo volveré a ser cuantas veces me inunde tu deseo, pero sin dolor alguno, sin cansancio; sólo lo placentero, sólo lo inmaculado nos unirá eternamente. Tócame, déjame revelarte el gozo que guarda mi ser para tu alma, y mi tacto sea como los pétalos de esta rosa, pero el tuyo punzante daga que te permita verme las entrañas. Penétrame y que la firmeza de tu aliento estalle dentro de mí, porque ahí hay una parte del Paraíso que sólo a ti pertenece, llega ahí una y otra vez, recorre ese sitio de parte a parte, que ningún espacio quede sin tu presencia; llega hasta lo más profundo y guarda algo en prenda para demostrarte que no sueñas, que Hasan te ha concedido la dicha eterna…
Duerme, joven fida´i. Has bebido nuevamente el brebaje de Hasan y el sueño vuelve a hacerte preso. Ya no sabes de ti. Pronto llegarán los hombres que te trajeron para devolverte al castillo principal. Cuando despiertes allá en tu calabozo pensarás que soñaste haber estado en el Paraíso, pero Hasan te convencerá de que verdaderamente permitió por unas horas que disfrutaras del Divino Jardín. Creerás en su poder y querrás regresar. Él te ordenará fidelidad ciega. Honrarás entonces a tu nombre, Abd-Allah, y no habrá fida´i más fiel, aunque quizá no sea la voluntad del Todopoderoso la que sirvas. No sabrás que este paraíso es aparente, y no has estado en la Montaña del Jacinto pues ni siquiera has salido de Alamut. No sabrás que Riya no es una hurí de los cielos, sino una esclava comprada en Basora y que era virgen realmente antes de ti, pero jamás volverá a serlo. Eso significa que ya no te veré más pues mi presencia contraría las reglas divinas. Otra falsa hurí te recibirá la próxima vez, si Hasan te permite volver a probar de ese cáñamo llamado hashis. ¿Qué te pedirán a cambio? ¿Qué harás con tal de volver? Podría ordenarte arrojarte desde una atalaya contra las rocas y lo harías porque tu alma está convencida de su poder divino, y sabrías que al morir entrarías inmediatamente en el Paraíso. Si te ordenara arrancarte el corazón, con tu daga te abrirías el pecho para dárselo. Podría mandarte a matar a alguien y nadie lograría evitar que tu espada separara el cuerpo de la cabeza del sentenciado ¡Qué hermoso tu afán, comedor de hashis, por poder volver a mis brazos! ¡Qué triste conocer la mentira, saber que habrás muerto en vano, inocente hashishi!
Quizá aún puedo darte una señal. Algo que al despertar te diga que no soñaste lo sucedido, y que tu paraíso está oculto pero cercano. Tomaré esta rosa que antes rozó nuestros cuerpos y la ocultaré en los pliegues de tu turbante. Sabrás, al encontrarla, que si esta rosa no se te separó, si bajó contigo de los cielos, igual podría bajar tu amante hurí, sin que tengas que morir.
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Relato de Abd-Allah. Hashishi
Yo he sabido esperar en la obscuridad. He estado deseando esta media luna, esta noche. La paciente daga de oro que me entregó Hasan ben-Sabbah, ha permanecido oculta, conmigo, hasta esta ocasión. Por fin será cumplida la voluntad de Alá y Nizam al-Mulk morirá tal como la Sombra de Alá en la Tierra lo dispuso. Sabrá entonces que su servidor ha cumplido la misión y podré esperar mi anhelada muerte. Los guardias de Nizam rebanarán mi cuerpo y yo me arrojaré gustoso al filo de sus cimitarras, pues al momento mi alma se encontrará en el Paraíso donde me espera la hurí llamada Riya, setenta veces multiplicada para envolverme de felicidad.
Largo ha sido el camino y hoy más que nunca pido perdón a Alá y a su Iman por los tiempos de duda, porque de niño sólo tuve gratitud para Nizam por adoptarme y enseñarme el Qur´an, sin saber que quien debía ser adoptado por la verdadera fe, quien necesitaba aprender el verdadero sentido del Qur´an, era él. Después, siendo apenas un adolescente, escuché las blasfemias de Umar Khayyam, y por mucho tiempo me hicieron desconfiado e incrédulo, pues me llevó a vivir como si cada día fuera el último de mis días, negándome la esperanza de una vida eterna. Pero Alá es grande y no permitió que mi alma se perdiera. Me atrajo hasta Hasan ben-Sabbah, cuyas profundas palabras me hablaron del Iman Ismail, y de la auténtica fe. Me enseñó el arte de la Taquiya para ocultar mi credo de los impuros y dándome pruebas de confianza me mandó a predicar clandestinamente su palabra a la montaña Alamut, donde sus habitantes abrazaron con alegría la palabra de Alá que desconocían. Sólo su amo, el infiel Alid se negó a someterse; con vanos racionamientos intentó ganar mi apoyo y volverme un traidor; finalmente dejó Alamut a cambio de triste dinero.
¿Cómo pretender que traicione al Maestro? Si su voluntad es la de Alá, si después, cuando mi debilidad me llevó a cuestionar mi fe, me permitió visitar el Paraíso y vi el Jardín Secreto en la Montaña del Jacinto, con árboles incomparables, arroyos de leche y miel, como lo anuncia el Qur´an. Bebí de un vino que hacía sentir el perdón y la paz de Alá, y vi aves de increíbles plumajes, y vi rubíes regados entre flores fantásticas, vi a un lobo amistoso jugando con un cordero, vi un camello que hermanado lamía el pelaje de una mula, vi al perro de los siete durmientes y a sus amos en santa paz, vi al Apóstol Mahoma dialogando con el Apóstol Jesús… Y comprobé que no había sido un sueño por una rosa que la virginal Riya hundió en mi turbante y que al despertar aún estaba ahí. ¿Cómo dudar siquiera del origen divino de Hasan ben-Sabbah?
Me ha ordenado matar al hombre que un día me protegió y pronto estoy para hacerlo porque sólo él conoce los porqués. ¿Cómo temer mi muerte si me ha prometido que he de regresar al Paraíso? ¿Qué he tenido en vida? ¿Sed? ¿Ansiedad? ¿Tristeza? ¿Dudas? Todos mis malestares han encontrado en Hasan ben-Sabbah el bálsamo y el alimento que llena de paz y tranquilidad mi ser.
Muchas noches soñé con esta noche; llevó tiempo infiltrarme en la guardia personal de Nizam, ganarme su confianza, estar aquí ahora, camino a Qazvin, escuchando su necio arrepentimiento por apoyar en su juventud al Imam, pretendiendo encontrar aliados en su contra sin sospechar que ha sido tan sólo una herramienta del Intelecto Universal.
Y ahora el visir ordena detener su viaje pues desea descansar. Habla de la luna que parece una daga sin saber que mi mano empuña una daga más dorada que el sol. ¡Muere, visir, por Alá! ¡Grita, aunque no comprendas que ya estás muerto!
Ya veo venir las brillantes cimitarras. Ellas iluminarán de tajo y para siempre la obscuridad terrenal de mi alma.
En memoria de mi padre, J.L.R.V.
Fernando de León
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