1
En absoluta oscuridad no logras más que pensar. Y piensas. Piensas en tu mujer y en los niños. Sabes que ella te reprenderá porque otra vez dejaste la leche en el carro: dirá que todo se te olvida, que dejas lo importante por lo urgente, que por tu culpa otra vez los niños desayunarán cereal caliente. Tu esposa tiene razón: no habrá leche fresca en la mañana, pero también se equivoca: jamás olvidas lo importante, de hecho, hacer que lo valioso trascienda es el motor de tu existencia. En la maraña de redes que es la sociedad, te visualizas como una araña que va tejiendo hilos fuertes a base de escupir verdades. Esas verdades que otros quisieran tapar.
En tu trabajo sigues un método riguroso para escarbar zonas de la realidad que nadie más se atreve y extraer datos que hablen de injusticia y corrupción. Después cuestionas a los involucrados, generalmente sujetos de cuello blanco que tras, si acaso, enfrascarse en guerras de declaraciones contigo, salen totalmente limpios de cualquier señalamiento. Pero eso no te interesa, sigues empeñado en construir la sociedad crítica de tus sueños y para eso vigilas cada movimiento de los implicados.
Por ejemplo, sabes que hoy el gobernador entregará la obra número 800 de su mandato. Cerca del medio día, en un escenario improvisado en la periferia de la ciudad, sus blanquísimos dientes y su pelo engominado brillarán bajo un toldo que lo protegerá del sol mientras habla de progreso y crecimiento económico frente señoras gordas que no lo escuchan y niños malolientes que miran al infinito. Después cortará un listón, estrenará los 100 metros de pavimento y se despedirá de la multitud que estallará en aplausos en medio de una nube de polvo. Entonces dirás que se habrá consumado otra simulación del bienestar. La marginación social maquillada con despilfarros y exposiciones mediáticas de soluciones efímeras es algo, que a diferencia de un litro de leche en el carro, nadie debería olvidar.
2
Alguien dijo una vez que una sociedad que olvida está condenada a repetir sus errores. Te has cansado de repetírselo a tu mujer pero ella no escucha, no entiende. Es como ese perro viejo allá afuera, que se conforma con huesos roídos mientras otro más grande se come los bistecs que por derecho le corresponden.
Esa sensación, de vivir en una sociedad donde nadie exige y todos se conforman, te posee cada vez que te paras detrás del micrófono, convirtiéndote en un perro rabioso que intenta arrancar a los malos el alimento que considera suyo. Destapas al aire los casos de corrupción y desvío de recursos públicos que benefician, sobre todo, a extranjeros. Comparas cifras de lo robado con lo invertido en salud y educación. Enumeras lo que se podría haber pagado con ese dinero: tal cantidad de medicamentos, tantas plazas médicas, tantos salones de escuela, cientos de viviendas de interés social.
Tu voz se acelera conforme hablas como si fuera independiente de tu pensamiento: funcionarios, corruptelas, nexos, desvíos, mandatario.
Sientes que las palabras se disparan solas de tu boca, que tu voz es un taladro encendido sobre la conciencia colectiva, un cincel que va formando criterios, que estás esculpiendo una memoria social o al menos eso quieres creer.
Abandonas la cabina, sales de la radio sin saludar a nadie, entras a la ciudad y miras que nada ha cambiado: los ricos siguen siendo ricos, los pobres cada vez más pobres, los perros comiendo restos de un bote de basura caído. Y te pillas pensando que tal vez tus palabras en el aire tocan pocas conciencias o quizá ninguna.
3
La autopista 93 es la más nueva y también la más desierta. La ciudad se luce de parsimoniosa: hoy estuvo más imperturbable que nunca. Siempre pensaste que su iluminación natural es como la de esos pueblos de película donde nunca pasa algo. Con la tarde ha llegado el silencio, silencio roto apenas por el motor de tu coche que avanza por la carretera. En el asiento trasero está la leche que olvidaste. Ya no está caliente, está podrida. Tu cuerpo en cambio, en la penumbra de la cajuela, ha comenzado a enfriarse. Quién es el desconocido que conduce tu coche, nunca lo sabrás. En tu mente escuchas tu propio eco diciendo: funcionarios, corruptelas, nexos, desvíos, mandatario y una lista inagotable de palabras, pero la verdad es que ya nadie te escucha, porque a nadie le importa.
Alejandra Meza
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