¿Qué llevó al general Ignacio Zaragoza a expresar, tan sólo cuatro días después del triunfo sobre los franceses “Qué bueno sería quemar Puebla”?
“Sabrán de qué estamos hechos los mexicanos” es la frase que se lee en el cartel publicitario de la tan mencionada película Cinco de mayo: La batalla, versión telenovelesca de este hecho histórico, producida por Emilio Azcarraga Jean. El discurso de esta cinta es unidimensional: los mexicanos en un acto de patriotismo sin igual se lanzan a defender esta tierra ante el ataque del ejército francés, mientras que los conservadores que acompañan al invasor sólo aparecen como personajes aislados sin ningún tipo de poder e influencia real.
El objetivo de este artículo es ilustrar que la invasión francesa no fue un hecho casual, maquinado sólo por Napoleón III desde Francia, sino el resultado de la complicada situación que vivía el país, debido a la división política e ideológica. Además se pretende dar cuenta del ambiente vivido durante y después de la batalla del 5 de mayo contra los franceses en la ciudad de Puebla, lo que llevó al general Ignacio Zaragoza a expresar, tan sólo cuatro días después del triunfo sobre los franceses: “Qué bueno sería quemar Puebla”.
Dos bandos: liberales contra conservadores
El 5 de mayo de 1862, el ejército liberal, a cargo del general Ignacio Zaragoza, resistió el avance de las tropas francesas hacia la capital del país, y los derrotó en los fuertes de Loreto y Guadalupe, en las inmediaciones de la ciudad de Puebla. Ese día el incipiente ejército mexicano no sólo ganó una batalla contra el invasor –contra el pujante imperio francés–, sino demostró también que el gobierno liberal encabezado por Benito Juárez no permitiría que nación alguna se inmiscuyera en los asuntos políticos internos, como ya lo había dejado claro en los preliminares de La Soledad, firmados entre México y Francia, España e Inglaterra el 23 de febrero de 1862:
(…) el Gobierno constitucional que actualmente rige en la República Mexicana ha manifestado a los Comisarios de las potencias aliadas que no necesita del auxilio que tan benévolamente han ofrecido al pueblo mexicano, pues tiene en sí mismo los elementos de fuerza de opinión para conservarse contra cualquier revuelta intestina, los aliados entran desde luego en el terreno de los tratados, para formalizar todas las reclamaciones que tienen que hacer en nombre de sus respectivas naciones. 1
Las tropas francesas que meses antes desembarcaron en el puerto de Veracruz al mando del conde de Lorencez, en un acto que rompía con todas las negociaciones de paz, traían consigo a los mexicanos José María Gutiérrez de Estrada, Juan Nepomuceno Almonte, hijo de José María Morelos y a quien más tarde los franceses reconocerían como el “jefe supremo interino de la nación mexicana”, Francisco Xavier Miranda, cura del sagrario metropolitano de Puebla condenado al destierro por sus conspiraciones en contra del gobierno, y Antonio de Haro y Tamariz, poblano que en 1856 encabezara un levantamiento armado contra el gobierno moderado de Ignacio Comonfort. Todos ellos eran miembros del partido conservador y fueron los encargados de negociar en las cortes europeas el apoyo a la intervención y el establecimiento de una monarquía en México.
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En oposición a este modelo estaban los liberales, quienes proponían una república federal cuya Constitución sería la recién promulgada en 1857, que atacaba algunos privilegios –principalmente económicos– de las corporaciones eclesiástica y militar.
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Si bien no podemos negar el carácter imperialista que tuvo la intervención francesa en México, pues con ella Napoleón III vio la oportunidad de establecer un protectorado francés en el país que hiciera contrapeso al expansionismo de los Estados Unidos, debemos igualmente considerar la delicada situación política interna. De esta forma podríamos decir que la batalla del 5 de mayo fue el inicio de la intervención francesa en México y, por otro lado, el epilogo de la guerra civil mexicana entre liberales y conservadores, conocida como de tres años –de 1857 a 1861– o de Reforma. En esta guerra se opusieron dos proyectos de nación: por un lado los conservadores, cuyo principal ideólogo y defensor fue Lucas Alamán, proponían una monarquía como la única forma de gobierno capaz de salvar al país de la anarquía en la que había vivido desde inicios de su vida independiente y, aún más, para salvarlo de su desintegración como nación. En resumen, buscaban “conservar” las instituciones y valores que ellos consideraban pilares de la sociedad mexicana y cuyos orígenes eran anteriores a la independencia: religiosidad, propiedad, familia y moralidad. 2 En oposición a este modelo estaban los liberales, quienes proponían una república federal cuya Constitución sería la recién promulgada en 1857, que atacaba algunos privilegios –principalmente económicos– de las corporaciones eclesiástica y militar.
Ni de aquí ni de allá
El país se encontraba dividido entre estas dos tendencias políticas. En el caso de muchos políticos y militares, la posición era relativa: dependía de los beneficios políticos y económicos que pudieran obtener de una u otra facción. Un ejemplo es el caso del poblano Antonio de Haro y Tamariz, miembro de la burguesía poblana, quien llegó a comulgar con las ideas liberales y bajo el gobierno de Valentín Gómez Farías en 1846 propuso la desamortización de los bienes de la Iglesia para obtener recursos que permitieran al gobierno hacer frente a la invasión norteamericana. Años después, al no verse beneficiado por la revolución liberal de Ayutla, tomó partido por los conservadores y de hecho los apoyó durante la segunda intervención francesa.
Incluso personajes clave en los inicios de la intervención transitaron de un bando a otro. Tal es el caso del general José López Uraga y de Manuel Doblado, quienes a fines de 1855 se insurreccionaron contra las recién promulgadas Ley Juárez y Ley Lerdo, al grito de “religión y fueros”. En 1862 López Uraga fue nombrado jefe del ejército de Oriente y encargado de la defensa de Puebla ante la intervención francesa; días antes a la batalla declinó al mando por considerar al ejército mexicano falto de los recursos indispensables para la victoria. Más tarde se adheriría al Imperio, según lo hicieron otros militantes liberales. Mientras tanto, Manuel Doblado, ante la inminente invasión tripartita de 1861 fue nombrado secretario de Relaciones Exteriores y comisionado para negociar los tratados de paz con las tres potencias.
Esta actitud relativa no era exclusiva de la clase política, pues los mexicanos, tan acostumbrados a las revueltas políticas, solían tomar partido por uno u otro bando. Como menciona el Dr. Silvestre Villegas,
sería una ilusión suponer que todos los que peleaban tenían dichos ideales, los chinacos e indígenas que conformaban buena parte de los contingentes militares se adherían por seguir a un hombre carismático o porque el patrón o el terrateniente que los explotaba se había adherido a la causa conservadora obligándolos a seguirla y asesinándolos si se rehusaban. 3
Puebla no escapó a esta realidad social y, a unos días de la victoria obtenida por el ejército liberal el 5 de mayo, en un telegrama enviado a México, el general Zaragoza da cuenta de la polarización social que se vivía y el apoyo prestado por ciertos sectores de la población a la intervención francesa.
En cuanto al dinero, nada se puede hacer aquí porque esta gente es mala en lo general, y sobre todo muy indolente y egoísta (…) Qué bueno sería quemar a Puebla. Está de luto por el acontecimiento del día 5; esto es triste decirlo; pero es una realidad lamentable. 4
¿Qué fue lo que llevó al general Zaragoza a emitir tan funestos comentarios sobre la ciudad en la que días antes “las armas del Supremo Gobierno se habían cubierto de gloria”? ¿Por qué los poblanos asumieron una actitud contraria al triunfo del ejército mexicano? Para responder a estas preguntas debe considerarse el origen de esta ciudad y sus características históricas.
Puebla: una joyita colonial
Puebla fue fundada en el siglo XVI, pensada como una ciudad propiamente española en contraposición a la capital del virreinato, de origen indígena. De esta forma podría decirse que en la ciudad de Puebla se encontraban más ampliamente arraigados los valores defendidos por los conservadores. Por esta razón Melchor Ocampo, destacado político liberal, hacia 1840 calificó a esta ciudad como “una joyita colonial, conservada y bien cuidada, como en un relicario”. 5
La ciudad de Puebla fue la segunda ciudad más importante de la Nueva España y mantuvo esa posición hasta inicios del siglo XX. Para mediados del XIX el partido de Puebla tenía una población de 70,000 habitantes, lo cual representaba un tercio de la población nacional. 6 Puebla era un centro comercial de gran importancia, en gran parte gracias a su situación geográfica intermedia entre el puerto de Veracruz y la ciudad de México. Su principal actividad económica era la industria textil, en particular la algodonera, que representaba para 1843–1845 entre el 40 y el 50 % de la producción nacional. 7 La Iglesia poblana, llamada la Roma mexicana, era propietaria aproximadamente de la mitad de los bienes raíces de la ciudad por lo que poseía un gran poderío económico pues actuaba como una institución de crédito. Además tenía un gran influjo social debido a que tenía bajo su control las instituciones asistencialistas como los hospitales y las instituciones educativas, lo cual la acercaba a diversos sectores sociales. El bajo clero, más cercano a las comunidades, ejercía un gran control sobre las conciencias de sus feligreses, por lo que en diversas ocasiones azuzaban a la población a levantarse en armas en defensa de su religión.
Lo anterior explica el levantamiento conservador que, tras la promulgación de una serie de leyes liberales, tuvo lugar en el estado de Puebla en diciembre de 1855 bajo la dirección del cura de Zacapoaxtla, Francisco Ortega y García. 8 Antonio de Haro y Tamariz se unió a la revuelta y un mes después tomó la ciudad de Puebla estableciendo en ella un gobierno militar que fue reconocido por el obispo de la curia poblana, Antonio Pelagio Labastida y Dávalos. Su efímero gobierno fue patrocinado con los préstamos “forzosos” impuestos al clero y a los comerciantes locales. Dos meses más tarde las fuerzas rebeldes presentaron su capitulación al también poblano Ignacio Comonfort, quien para solventar los gastos de la campaña militar emprendida por el gobierno para recuperar la ciudad decretó el 31 de marzo la incautación de los bienes eclesiásticos en la diócesis de Puebla, hasta que se recaudara la cantidad de un millón de pesos. El obispo Labastida se negó a aceptar este castigo pecuniario impuesto sobre su diócesis y fue expulsado del país. Desde su exilio mantendría una nutrida correspondencia con el padre Francisco Xavier Miranda, principal impulsor del imperio mexicano en las cortes europeas, en la que expresaría su apoyo y esperanza en el triunfo de la intervención.
El presidente Ignacio Comonfort, un año más tarde, desconocería la Constitución liberal de 1857, hecho que a la larga desencadenaría la Guerra de Reforma.
En esta época Puebla era reconocida como una diócesis de creyentes fervorosos en la que los valores religiosos pesaban sobre las conciencias de sus habitantes y, por lo tanto, como la más antijuarista de todas las ciudades de la Republica.
Ante la inminente guerra con Francia la entidad poblana fue declarada en estado de sitio el 3 de enero de 1862. El presidente de la República designó al general José M. González Mendoza como gobernador del estado con la orden de tomar de forma inmediata las medidas necesarias para enfrentar la situación y avocarse a acopiar recursos materiales y humanos para la guerra. Ante la abierta oposición de los miembros de la legislatura del estado para dejar el poder, el presidente Juárez ordenó que el gobernador Ibarra cesara los obstáculos que se le presentaban al general González. Con estos antecedentes se hacía evidente que resultaría muy difícil encontrar apoyo real, especialmente en la capital. 9
Una constante fueron los problemas económicos que atravesaron las tropas liberales durante su estancia en la ciudad poblana. Muchos de sus habitantes la habían abandonado ante el inminente enfrentamiento entre las tropas francesas y las mexicanas, y muchos de los que se quedaron se negaron a cooperar con el ejército liberal. Además, como ya se ha apuntado anteriormente, la Iglesia, la mayor interesada en la derrota de las fuerzas federales, concentraba gran parte de la riqueza.
La toma de la ciudad por el México liberal en marzo de 1856 marcó a los habitantes de la ciudad: significó una afrenta contra la ciudad y su Iglesia. Estos hechos estarían presentes en la mente de los poblanos. Algunos de ellos tomaron previsiones para recibir a los europeos con arcos de triunfo y decorar sus casas con los colores de Francia. Su actitud ante el triunfo de los liberales sobre el ejército francés el 5 de mayo de 1862 fue contraria a lo esperado. Los comunicados que envió el general Zaragoza a la Ciudad de México al ministro de Guerra y al presidente de la República así lo demuestran. Solicitó muy especialmente que la persona encargada de atender el telégrafo sólo transmitiera los mensajes que él autorizara, pues en la ciudad circulaban noticias falsas y mal intencionadas. Llama a Puebla traidora, egoísta, mala e indolente. 10
Jan Bazant menciona que “los jefes mexicanos recibieron, en lugar de una felicitación de la burguesía poblana, una carta de la colonia francesa de Puebla, en la que expresaba su gratitud por el trato humano impartido a los prisioneros franceses”. 11
Tras la muerte del general Ignacio Zaragoza, acaecida en septiembre de 1862, el presidente Juárez mandó que Puebla, hasta ese entonces llamada de los Ángeles cambiará esta advocación por la del héroe del 5 de Mayo, medida que no fue bien recibida por los habitantes de la ciudad.
Conclusión
La ciudad de Puebla fue un ejemplo de la división política que se vivía en el país, pues una parte de ella le fue hostil al ejercito liberal mexicano y especialmente al general Ignacio Zaragoza –se llegó a propagar el rumor de que su familia, originaria de Texas, era bautista, metodista o episcopal con lo cual se generaba un ambiente poco favorable al defensor de la plaza–. Si bien por parte de los conservadores poblanos se distinguieron los hermanos Haro y Tamariz y el cura Francisco Xavier Miranda, en la defensa del gobierno liberal también se destacaron algunos poblanos como Alatriste, Isunza, Romero Vargas y Zamacona, pertenecientes a la incipiente clase media y quienes posteriormente se vieron favorecidos por los gobiernos liberales.
La intervención francesa y el Segundo Imperio Mexicano comenzaban con una victoria liberal que a la larga sería definitiva, a pesar de que en mayo de 1863 la ciudad de Puebla cayera ante los franceses después de un sitio de 62 días. El ejército francés fue recibido por los miembros de la Iglesia y la burguesía en la catedral de Puebla donde se cantó un Te Deum por la gloria conquistada.
Notes:
- Preliminares de la Soledad, citados en Raúl González Lezama, Cinco de Mayo. Las razones de la victoria, México, INEHRM, 2012, págs. 86-87 ↩
- Tomas Rivas Gómez, “La batalla del 5 de Mayo de 1862 en la visión de los conservadores. ¿Derrota o una nueva oportunidad, en A 150 años de la batalla del 5 de Mayo de 1862. Revisiones y aclaraciones, México, BUAP, 2012, págs. 80- 81 ↩
- Silvestre Villegas Revueltas, “El papel desempeñado por Primm y Manuel Doblado en los preliminares que antecedieron a la intervención francesa”, en Estudios de historia moderna y contemporánea, IIH- UNAM, vol. 13, 1990, pág. 141. ↩
- Carta dirigida al ministro de Guerra el 9 de Mayo de 1862 desde la ciudad de Puebla, en 5 de Mayo de 1862, México, 2000, Gobierno del Estado de Puebla, pág. 118 ↩
- Citado por Octavio Guzmán en “La joyita colonial. El padre Miranda”, en La batalla del 5 de mayo, México, 1963, pág. 77 ↩
- El estado de Puebla se dividía en siete distritos y el distrito de Puebla en siete partidos. El partido de Puebla incluía la ciudad y sus alrededores. ↩
- Jan bazant, Los bienes de la Iglesia en México 1856- 1875, México, Colmex, 1971, pág. 46 ↩
- Octavio Guzman, “Aclaraciones indispensables sobre el mito de los zacapoaxtlas en las conmemoraciones anuales de la batalla del 5 de Mayo de 1862”, en La batalla del 5 de mayo, México, 1963, pág. 99 ↩
- González Lezama, op. Cit.,pág. 70 ↩
- Ibid., pág. 146 ↩
- Jan Bazant, op. cit., pág. 48 ↩
Gabriela Galicia
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