El pasado 26 de junio se cumplieron veinte años de la publicación original en Reino Unido de Harry Potter y la Piedra Filosofal. A propósito de aquella efeméride quise escribir algunas notas sobre mi experiencia personal al conocer la saga de Rowling.
Cuando me encontraba por ahí de sexto de primaria, se estrenó la película de Harry Potter y la piedra filosofal; yo no sabía nada al respecto, no conocía nada de la historia, de los libros (por ese entonces sólo existían los primeros tres publicados en México), simplemente fue un elemento más en la escenografía general (escenografía que yo ignoraba de por sí, porque era muy retraído, quizá incluso un poco más que ahora). Mis padres, por otro lado, desconfiaron automáticamente de un libro que de pronto se había vuelto best seller ya también en México (la película ayudó a expandir en México el éxito original de los libros), de modo que incluso habían decidido que, hasta donde estuviera en su poder, no me permitirían leer los libros del tal Potter. Luego sucedió que un amigo de mi padre le habló sobre los libros porque su hija era una fan que ahora estaba feliz por la película; habló con mi padre (supongo que de una manera muy sincera) para convencerlo de darle una oportunidad al primer libro. Finalmente, la hija de aquel hombre me prestó su ejemplar de Harry Potter y la piedra filosofal para que yo lo leyera. Tantas cosas de mi vida quedaron definidas por el momento en que abrí el libro y leí la primera página… Y, por cierto, mis padres también leyeron los libros eventualmente, y les gustaron mucho.
No llegué a ver la primera película en el cine y afortunadamente leí el libro completo antes de verla en video, de modo que todavía alcancé a formarme en mi cabeza una imagen muy específica del mundo creado por Rowling. La referencia primigenia sobre la que fabriqué el Hogwarts de mi cabeza fue el ex convento de San Francisco aquí en Tlaxcala, desde hace años convertido en museo (que de niño visité muchísimas veces con mi papá). Los pisos de piedra lisa, las escaleras con la piedra redondeada en los bordes de los escalones por años de uso, los adornos tallados en algunos arcos, en muros, en puertas y columnas, la madera gruesa y gastada de puertas y muebles, los barrotes metálicos en las ventanas… imaginé un sitio como ese ex convento pero inmenso, descomunal y repleto de pinturas y estatuas. Por aquellos años me regalaron una copia de Hocus Pocus (¿ya se fijaron que las iniciales de Harry Potter son las mismas de una de las fórmulas mágicas más célebres?), un juego de plataformas para computadora donde un niño hechicero debía recorrer distintos niveles, lanzando un solo hechizo ultra básico y sobreviviendo a distintas criaturas mágicas. Los escenarios de ese juego que representaban interminables pasillos de piedra, con altísimas ventanas en arco desde las que podía verse el cielo nocturno, una luna inmensa y las copas de los árboles de un bosque muy denso, influyeron también la forma en que imaginé Hogwarts… también influyó el juego para computadora de Harry Potter y la Piedra Filosofal; nunca pude ni asomarme a los demás juegos de la serie, pero ese primero lo jugué una y otra y otra vez, porque era una oportunidad “real” de deambular por Hogwarts… y muchos escenarios de ese juego me fascinaron porque nunca aparecieron en la película (ni en ninguna otra) ni tampoco coincidían literalmente con nada descrito en los libros, de modo que terminó siendo una influencia visual para seguir agrandando el Hogwarts que había en mi mente. De por sí, desde años atrás, a veces me quedaba soñando despierto, tomando referencias de lugares reales que había visitado siendo todavía más niño, y los imaginaba con modificaciones que transformaban esos lugares en sitios que bien podrían estar en las pinturas usadas en portadas de multitud de libros infantiles con magia y fantasía; los recuerdos de esos lugares imaginados también se unieron a los materiales con que estaba armando el collage de la escuela de magia y hechicería en mi cabeza. Las películas, por otro lado, terminaron influyendo apenas un poco las cosas que imaginaba al leer los libros; realmente nunca influyeron al mundo mágico que había en mi cabeza al leer cada nueva historia (muy tarde, yo ya tenía uno, que había imaginado desde antes y, sinceramente, me gustaba mucho más), los objetos y criaturas siempre tuvieron aspectos distintos en mi imaginación y lo único en lo que influyeron de manera importante fue en las caras que imaginaba para apenas un par de personajes; después de todo no creo que hubiera sido posible encontrar un casting mejor para los papeles interpretados por Alan Rickman, Maggie Smith, Emma Watson o Robbie Coltrane… aparte de ellos, todos los personajes tuvieron siempre rostros distintos en mi imaginación. Una vez más, considero que fui profundamente afortunado por haber leído cada libro antes de ver su respectiva película (eventualmente incluso antes de que se anunciaran los actores que participarían en la segunda mitad de las cintas).
No alcanzo a reunir todas las palabras para expresar lo afortunado que me siento por haber empezado a leer los libros cuando apenas se había publicado un par, haber pertenecido a la generación que no tenía idea de cómo iba a terminar la historia, la generación que genuinamente creció junto con la historia de Harry Potter. Como leí cada libro sin ninguna referencia cinematográfica alcancé a imaginar mi propia saga de Harry Potter, completa y sin interferencia… ahora que es una historia firmemente instalada en la cultura popular, ninguna otra generación podrá vivir la experiencia de leer los libros por primera vez con esa libertad tan absoluta.
Pero no solamente el aspecto de los lugares y los personajes, sino que también el mood entero de la saga fue muy distinto y personal para mí, porque al ir leyendo los libros les fui adjudicando una banda sonora propia. Para mí, la historia de Harry Potter es fondeada por el álbum Pieces of Africa (Kronos Quartet… y especialmente la primera canción: Mai Nozipo), el álbum The Visit (Loreena McKennit), el álbum Odes (Vangelis e Irene Papas), Sheperd Moon (Enya), una que otra canción de Rainbow, un par de canciones celtas (la que tengo más presente es Seal Woman/Yundah, de Mary Mclaughlin) e incluso un par de pistas de un disco de cantos gregorianos medievales llamado Miracles of Santiago: Music from the Codex Calixtinus. Pero eso sí, esta muy personal banda sonora para la saga no implica en modo alguna que no sienta un escalofrío de emoción cada vez que escucho el tema de Hedwig (ya popularizado como el tema de Harry Potter), de John Williams.
De modo que me encontré irremediablemente enganchado, invertí múltiples horas en imaginarme una vida alterna en la que yo podría existir en ese mundo; hice algunos dibujos y un intento de comic, pero rápidamente desistí; no era lo mismo, podía hacer dibujos referentes a la historia, podía intentar plasmar figuras, pero la magia estaba inamoviblemente instalada exclusivamente en los libros. De cualquier modo, la historia se volvió una parte enorme y siempre constante (en mi cabeza) de mi vida, de la realidad. Y tamaña bendición que esto resultó, porque cuando leí los primeros dos libros me encontraba yo cursando sexto de primaria, justo después comenzó la secundaria y la escuela se volvió horrible, por muchos motivos… sin embargo, el mundo de Harry Potter fue una gran ayuda, porque me encontraba ya perfectamente instalado como fan, y pasaba los días escolares anotando en un par de libretas (ambas temáticas de Harry) ideas sobre historias que básicamente estaban completamente influenciadas por el mundo de Rowling. Pasé los días escolares hojeando revistas, mirando ilustraciones de la saga muy independientes de las películas, pasaba horas soñando despierto en el salón de clases… alguna vez, incluso, empecé a escribir mi idea de un guion de cine adaptando el libro de Harry Potter y la cámara secreta. Por aquel entonces yo realmente no tenía amigos, de esto me di cuenta hasta después; había dos personas con quienes poco después llegaría a formar una amistad más en forma y que a la fecha estimo sinceramente, pero principalmente me juntaba con alguien que, ahora lo sé, ni era mi amigo ni era una buena persona. Había compañeros de la escuela (no sólo del mismo salón) que habían empezado a molestarme y las clases en sí eran incomprensibles para mí. Harry Potter fue uno de los elementos más importantes que consiguieron que, a pesar de todo, pasara yo una buena época. Eventualmente conocí, fuera del colegio, a un amigo que también era fan de la saga, con quien fui al cine a ver la segunda película y con quien pasé mucho rato hablando sobre los libros (el mismo amigo por el que conocí a Rammstein y junto con quien intenté aprender a jugar Magic, juego en que él era muy bueno y yo era pésimo); fue él, precisamente, quien en un cumpleaños me regaló el cuarto libro de Harry Potter, el más reciente por ese entonces.
A propósito de ser alguien introvertido y outsider (todavía más que ahora), hubo algo más que descubrí con Harry Potter por primera vez: un fandom ya a nivel global, en los años en que el internet era todavía relativamente nuevo. Leí incontables veces algunas revistas que conseguí por ese entonces de Harry Potter y, en una de esas revistas, encontré una lista con sitios de internet sobre Harry Potter hechos por fans de la saga. Entré a todos y en ellos encontré juegos, trivias, artículos, fanarts pero, sobre todo, un vistazo real a la enorme comunidad de gente en todo el mundo (en todo el mundo, a pesar de que sólo entré a páginas en español, de España y Latinoamérica) que se sentían igual que yo respecto al mundo creado por Rowling. No era exactamente lo mismo que ser un mago, pero sí era una sensación profunda y cálida de pertenencia, de ser miembro de una comunidad que, entre edades, géneros, países y gustos de todo tipo, teníamos en común algo que era muy importante para nosotros.
Para cuando leí el sexto libro, Harry Potter ya era un fenómeno mundial de proporciones increíbles, yo ya estaba en la preparatoria (en una escuela distinta, por fin tenía amigos de verdad y me sentía más a gusto). El séptimo y último libro se publicó durante el verano que antecedía al que sería mi último año de preparatoria, al leerlo, Harry y yo teníamos prácticamente la misma edad. Fue el único libro que de hecho encargué en una tienda que se volvió mítica en la ciudad, porque fue pionera en venta de cierto tipo de libros, videojuegos, animes, juegos de cartas (Magic, Yu-Gi-Oh!), el dueño era conocido como El Don y era una persona con muy buen carácter; fue precisamente El Don quien, por la noche, me llamó para decirme que acababa de llegarle el libro (lo recibió en inglés, al mismo tiempo que todas las grandes tiendas en las grandes ciudades lo recibieron para liberarlo, pero como esta es una ciudad tan pequeña y modesta él no hizo venta nocturna), pero me dijo que él debía irse de improviso a no recuerdo dónde o por qué, de modo que acordamos vernos en una calle cercana, él pasó con su esposa en auto y redujeron la velocidad al pasar junto a mí, ahí El Don estiró el brazo al pasar para entregarme el libro y seguir adelante. Volví a casa y empecé a leer de inmediato.
Releí los siete libros el año pasado y, como pasa con todas las cosas que revisitamos en distintos momentos de nuestra vida, muchas cosas eran diferentes. Si acaso lo que puedo decir es que ahora los libros me gustan todavía más que antes, sin duda alguna es porque ahora entiendo muchas más cosas, no solamente de la trama interna sino de lo que hay detrás de la historia, ahora comprendo y admiro mucho más la compleja trama dickensiana concebida por Rowling; antes me maravillaba la magia, un mundo oculto poblado por magos y criaturas fantásticas, ahora además de todo eso me conmueve el eficaz y complejo retrato que hace Rowling de múltiples facetas de la naturaleza humana, de las relaciones familiares, la amistad, el amor, el odio, el sentido de justicia, lo despiadado de la guerra, la relación con la muerte, la importancia de una búsqueda personal.
Ahora, desde hace años, me dedico a escribir. Sueño con algún día poder escribir una historia que haga sentir a quienes la lean por lo menos una fracción de todo lo que yo sentí leyendo los libros de Harry Potter, una historia que signifique para quienes la lean al menos una fracción de lo que aquella saga significó para mí, la manera en que cambió significativamente mi vida. He tenido muchas influencias y admirado a muchos autores, en mi propia casa he recibido una formación envidiable por parte de mi padre, pero ya respecto a una influencia personal e íntima en mi trabajo específico al momento de escribir, y aunque sigo aprendiendo cuanto puedo de los libros que leo, en el fondo Rowling es la madre de todas las historias que escribo.
Harry Potter es una influencia importante en cuanto a quiénes somos como seres humanos los que crecimos leyendo sus libros, es ese poder y su historia amena y compleja lo que habrá de volver inmortal a la saga en los años futuros. Como es de suponer en una cosa tan relevante, Harry Potter ya es parte de la cultura popular, igual que Sherlock Holmes, Drácula, el monstruo de Frankenstein, James Bond, Batman, etc. Las películas que en general son adaptaciones bastante pobres, sirven tanto como un agradable complemento (siempre las he visto como el equivalente de las ilustraciones de un libro) como para un referente visual para un código común entre todas las personas al tocar el tema… sin embargo, pienso que por un lado siempre existirá ese, el Harry Potter que pertenece al mundo entero (el cinematográfico) y, por otro lado, incontables Harry Potter que han sido imaginados incontables veces y pertenecen a cada una de las personas individuales que han leído los libros porque todos, con influencia de las películas o sin ellas, tienen su propia visión de la saga en sus mentes y corazones. Por eso, para todos nosotros, Hogwarts será siempre nuestro hogar.
Ilustración del autor.
Diego Minero
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