Vicente Rojo (Barcelona, 1932) es un creador incansable. Lo mismo ha editado libros que firmado lienzos. Los años no parecen cobrarle factura al diseñador gráfico, editor, pintor y escultor, quien con 83 años cumplidos no ha puesto fin a su prolífica y multifacética carrera. Para muestra, el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) dedica una retrospectiva a sus más de 70 años de trabajo ininterrumpido. Escrito/Pintado se presenta hasta finales de septiembre en el recinto universitario. Una exposición que no sólo indaga en el trabajo de toda una vida, sino que incluye también la última serie de pintura y escultura que Rojo ha desarrollado durante sus últimos tres años de trabajo: Casa de Letras.
Nuestro primer encuentro fue en la inauguración de su última exposición en el MUAC.
Aquel sábado de finales de mayo, el patio principal del edificio de Teodoro González de León en la Ciudad Universitaria de la UNAM lucía abarrotado. Ahí estaban, entre otros: Cristina Pacheco, Marek Keller, Javier Garciadiego, José Sarukhán, María Baranda y Ramón López Quiroga. Colegas, amigos, y un sinfín de admiradores nos congregábamos para el homenaje al gran diseñador del México moderno. Un merecido reconocimiento de su patria por adopción en el que su país de nacimiento se sumó a los vítores y aplausos en la persona del Embajador de España en México.
La trayectoria y extenso legado del artista para las letras y las artes no es poco. Vicente encontró en México la inspiración y las fuerzas para destacar después de salir de la España de la Posguerra sin haber cumplido la mayoría de edad. Ésta es su casa, aquí están sus amigos y en esta tierra se ha consagrado. Vicente Rojo me recibe en su estudio de Coyoacán después de varios timbrazos en la puerta, una carta y muchos correos electrónicos. Detrás de esa insuperable pared de ladrillos sobre el jardín Aurora se encuentra el taller donde hasta hoy trabaja día sí y día también.
Parece que usted no descansa…
Sí. Trabajo todos los días desde mis trece años. Originalmente como doce o trece horas diarias. Luego de repente ya, tuve que bajar el ritmo por un problema en el corazón hace veinte años. Ahora tengo muy buenas horas por la mañana y en la tarde vengo aquí a ver qué hice en la mañana. Al día siguiente vuelvo, incluso sábados y domingos.
El MUAC le dedica una exposición importante en la que se muestra su trabajo en retrospectiva e incluye Casa de Letras, su último trabajo. ¿Quién tuvo la iniciativa?
Cuauhtémoc Medina me buscó. Entre él y Amanda de la Garza hicieron la curaduría. Muy cuidadosa y muy bien hecha. Había que reunir muchas cosas y lo hicieron muy bien. Yo tenía ese trabajo en proceso. Cuando lo vio aquí Cuauhtémoc quiso centrar la exhibición en mi relación con la escritura; incluyendo diseño, edición, libros hechos con escritores y con poetas y ése fue el resultado de la exposición.
El espacio dedicado a su trabajo más reciente es casi equivalente a lo que ocupa el trabajo de toda una vida.
Casa de letras es un trabajo hecho desde luego que a partir de toda la vida, pero prácticamente los últimos tres años. Las veinte esculturas y 36 pinturas están hechas recientemente. Todo en la vida lo he tenido relacionado con las letras: como diseñador, como editor, como pintor, como grabador. Digo, no es ninguna novedad. Creo que todos estamos envueltos en las letras.
¿Es un cambio de formato? Lo digo por las dimensiones de las pinturas.
Me gusta mucho la idea de que una letra que nosotros la conocemos pequeñita cuando leemos, aparte de lo que podamos ver en una tienda o en un edificio, verla crecida. Son letras inventadas, obviamente. Creo que el cambio de escala le va muy bien a una forma que leída es tan pequeña.
Vicente Rojo solía pintar desde los trece años en su natal Barcelona. A los diecisiete llegó a esta tierra que considera propia y empezó con pintura y tipografía para después adentrarse en el mundo editorial. En los años cincuenta formó parte de un colectivo de pintores que pretendían renovar el espíritu cultural del México post-revolucionario. Junto a José Luis Cuevas, Alberto Gironella, Juan Soriano y un largo etcétera de artistas renombrados pertenecieron a la llamada Generación de la Ruptura. Buscaban dejar atrás el nacionalismo para buscar valores más modernos en la pintura.
¿Cómo se inició en el arte?
Yo desde los cuatro años quería aprender a pintar. No sé por qué, pues en mi casa no había nada que me incentivara a ello. Yo tenía esa extraña vocación. Hice algunos estudios malos hasta que llegue a México en 1949 y aquí empecé a aprender a pintar. Pase unos meses en La Esmeralda que no me convencieron mucho, luego tome unas clases particulares con Arturo Souto, al mismo tiempo que aprendí la tipografía con Miguel Prieto. Ése fue mi comienzo.
Usted llegó a México y vio a los muralistas. ¿Era lo que se enseñaba en La Esmeralda?
No, yo los vi más bien en vivo, directamente. Sobre todo aquí en la Ciudad de México. Yo no vi hasta el ‘58 los murales de Orozco El hombre de fuego en Guadalajara que me impresionaba muchísimo. Yo veía que yo tenía muy poca preparación para tratar de aprender a pintar. Pero aquí me fui orientando y fui conociendo. Conocí la impresionante cultura prehispánica, el barroco y el arte popular. Todo eso me iba haciendo que yo entendiera algo de lo que son las artes visuales.
Este vínculo que tiene con los elementos geométricos, ¿tiene que ver con la arquitectura?
Tiene que ver mucho. Yo tengo una atracción especial por la arquitectura. La visión concreta que da de nuestra manera de vivir. Nosotros vivimos dentro de arquitecturas permanentemente. Y eso tiene que ver con mi interés por la geometría. Entonces cuando me han pedido que colabore con arquitectos lo he hecho encantado.
Primero fue Señales, después Negaciones, luego Recuerdos. Pero usted es muy conocido por su México bajo la lluvia.
Sí, fueron diez años de trabajo muy concreto. Muy especial. Y con un tema al que yo le tenía y le tengo mucho cariño.
Primero fue la lluvia de Tonazintla y después París. ¿Cómo decidió materializar la experiencia?
A partir de esa lluvia que vi en el Valle de Cholula. Siempre me quedó la idea de que era un espectáculo hermosísimo pero que no se podía pintar. Precisamente en el año ‘64 estuve en París y vi un cuadro de Max Ernst que se llama Europa después de la lluvia donde ni se veía Europa, ni se veía la lluvia, pero el titulo me pareció que era atractivo y que tenía cierto interés. Entonces empecé a hacer pequeñas notas que se llamaban ‘México bajo la lluvia’ o ‘Lluvia sobre México’. Pequeñas notitas. Yo veía que no, que seguía siendo un tema imposible. Luego ya 25 años después, en una estancia en París (por invitación del Museo de Arte Moderno para residir un año en la ciudad) pensé que podía hacer algo con esas notitas sabiendo que era una misión imposible. A mí siempre me han gustado las misiones imposibles. Si son posibles no tienen ningún interés. Además lo que para mí fue una novedad fue que a mediados de la serie comencé a hacer esculturas con el mismo tema.
¿Hubo algún cambio de percepción durante todo el tiempo que pintó?
Yo fui desarrollando los diez años con la intención de fracaso absoluto aunque la conserve todo el tiempo muy consiente. Igual que me había pasado con las otras series, hay un momento en que hay una serie de elementos que las están perturbando que me dan idea de que la serie se acabó y está naciendo otra cosa. Y así fue.
¿Cómo sería hoy ese México de bajo la lluvia?
Bueno. Es que este sistema que tengo yo es muy normal. A base de series. Pero yo no podría volver a ninguna de las series que ya hice. Cuando yo considero acabe la serie, la acabe. Si alguien me dijera ‘necesitamos un México bajo la lluvia’ no podría hacerlo. Simplemente se acabó. Una negación: se acabó.
Pero no la considera un fracaso…
No es un fracaso, desde mi punto de vista artístico, pero sí en cuanto a resolver el tema. Yo sabía que era un tema que no se podía pintar, pero hice el intento hasta el final. Hay que perseverar. Yo me comprometo a hacer mi trabajo sabiendo que puede fracasar, pero tengo que hacerlo.
¿Por eso no se consideró para Escrito/Pintado?
Lo del MUAC es muy curioso porque está centrado en la relación que tuve con pintura y escritura. Y de la serie de México bajo la lluvia hay algunos elementos ahí pequeños con relación a algunos libros que hice con escritores. Es que no encajaba con el esquema que se había propuesto.
Vicente Rojo es un hombre de pocas palabras. Serio. Reservado. Un creador dedicado a su trabajo. Las colaboraciones que ha tenido con arquitectos, ensayistas, poetas, narradores y escritores han sido extraordinarias. Rojo ha editado más de 30 libros de artista a los que modestamente prefiere llamar ‘Libros de edición limitada’ de autores, nada menos, como Gabriel García Márquez, Bárbara Jacobs, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Miguel León-Portilla, Augusto Monterroso, entre otros.
¿Qué es lo que más recuerda de cuando trabajó con Octavio Paz?
Que fue un trabajo hecho por correspondencia. Fue muy curioso. Él era embajador en la India cuando me propuso hacer lo que luego se convertiría en Discos Visuales. Me mandó ideas muy concretas, muy precisas en cuanto a estructura del trabajo. Yo, sin embargo, tenía libertad para hacer mi interpretación plástica. Ése fue un trabajo que hice con él y a continuación el libro de Marcel Duchamp que está en la exposición. Una edición en la que yo le iba proponiendo elementos a partir de un texto no muy extenso del propio Octavio sobre Duchamp.
¿Eran amigos?
Nos conocíamos de antes, pero me sorprendió mucho recibir la invitación desde Nueva Delhi, porque sí nos conocíamos pero no éramos amigos. Me mandó una carta diciendo que admiraba mi trabajo y que pensaba que era la persona que podía resolverle sus propuestas. Después fuimos amigos durante muchísimos años.
¿Cómo fue la colaboración con Ricardo Legorreta para el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE)?
Yo había hecho con él el Aula Magna del Centro Nacional de las Artes. Me había pedido recubrirla con azulejos de artesanía de muy buena calidad. Pensó que algún juego parecido podía estar en el fondo del espejo de agua. Yo le dije que esos azulejos se verían desde los edificios pero si alguien pasaba por ahí no vería nada debajo de 40 cm de agua. Entonces le propuse hacer unos elementos que tuvieran una presencia más visual. Le propuse simplemente hacer ese grupo de lo que yo llamo volcanes que son, efectivamente, unas pirámides. Y bueno, él estuvo de acuerdo.
En “País de los volcanes” se observa también su México bajo la lluvia en el orden, la diagonal y la repetición de elementos.
Yo he trabajado siempre con la diagonal, el círculo, el cuadrado: formas básicas; o con la pirámide, el cubo, la esfera. Ésos para mí han sido los puntos de partida siempre para mi trabajo.
Y aquí, el taller se lo hizo Felipe Leal.
Sí. Cuando era joven y tratable.
Cuénteme de esa fachada que es discreta pero imponente, muy vistosa.
A mí me gusta mucho el ladrillo. Le dije simplemente que quería una pared de tabique aparente y el encontró esa forma tan hermosa de triangular que tenía que ver también, obviamente, con mi trabajo.
La tónica de nuestra charla da un giro cuando menciono el exilio español en México. Es la propia voz de un exiliado la que se corta un poco. Más que la propia Guerra, lo que marcó a Rojo fue la posguerra. ”Nací cuando llegué a México” me espeta cuando le digo que es importante que se preserve la memoria de la historia de España. “Viví una época muy difícil pero no creo que yo deba de contar mi vida; hay gente que lo paso mucho peor”.
Lleva usted el mismo nombre del General Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor del Ejército republicano durante la Guerra Civil Española. ¿Cómo era la relación con su tío?
Mi padre, su hermano, se exilió en México, y él se exilió en Argentina. Luego trató de reunir a toda su familia (siete hijos) cuando fueron invitados a dirigir la Escuela Militar de Bolivia. Allí se formaron. Luego mi tío enfermó y pensó que podía regresar a España sin problemas en el año 57. Y regresó. Yo lo vi después en un viaje que hice en el año 60.
Pero Franco todavía estaba vivo. ¿Cómo logró entrar?
Mi tío era militar de mucho prestigio. Era de la generación incluso de Franco. El prestigio no solamente lo tenía como un gran defensor de la República sino como un gran militar. Tenía el respeto de los militares franquistas hasta donde un militar franquista podía tener respeto. Pero bueno, lo tenía. Hizo una especie de petición y le permitieron volver. No se portaron muy bien con él pero, bueno, él ya estaba enfermo y no pretendía hacer ninguna actividad en España.
Y murió en su patria.
Si, murió en Madrid. Yo hice un viaje en el año 60 y lo vi en Madrid. Es que me cayó muy bien. Mi padre y él eran hijos huérfanos de un militar entonces tenían derecho a estudiar en la Escuela Militar de Toledo. Mi padre estudió para ingeniero y mi tío, el General, para militar. Me sorprendió mucho porque, aunque conocí a mi padre poco (a los diecisiete años), era una persona digamos dura, de carácter difícil. Pero cuando conocí a mi tío era una persona dulce, cariñosa, que no tenía nada que ver con mi padre. Me dejó muy asombrado.
¿Usted, entonces, por qué vino después a México?
Nosotros salimos exiliados (mi padre, mi madre y tres hermanos) a Francia una semana antes de que los franquistas entraran en Barcelona. (Larga pausa.) Pero era evidente que mi padre no podía volver. Él era comunista. Tenía su propia visión política. Mi madre, que era hija única, tenía que volver a ocuparse de sus padres. Nosotros volvimos a Barcelona y mi padre a México. Cuando acabó la Guerra Mundial, a través de la embajada de México en Lisboa, mi padre pidió que sus dos hijos mayores lo acompañaran a México. Fueron dos años de trámites en Barcelona. Vinieron en 1947. Cuando llegaron ellos mi padre nos reclamó a mi Madre y a mí y fueron otros dos años de trámites muy complicados. Ponían todos los impedimentos posibles para que uno no pudiera salir. El caso es que ya nos juntamos aquí, mis padres (que hacía diez años que no se veían), dos hermanos y yo. Mi hermana mayor se casó en Barcelona y allí se quedó.
Más que la guerra, usted vivió la posguerra…
Que fue aterradora, de una crueldad… Una guerra hasta donde se puede entender se entiende, pero ese ensañamiento que tuvo Franco con los vencidos yo creo que es históricamente algo que no tiene parangón con ninguna otra época de la historia de ningún otro país.
¿Cómo se incorporó usted cuando llegó a México?
Lo que pasa es que yo no llegué como llegaron los exiliados en 1939. Yo llegue en 1949 y mi padre ya estaba exiliado aquí. No tuve ese problema de cómo me iban a recibir. Yo sabía que venía a estar muy bien acompañado y así ha sido hasta la fecha: extraordinariamente acompañado. Si no, no hubiera podido trabajar con esos 30 escritores y otros muchísimos más.
Sentados en la mesa de su taller le digo que la entrevista ha llegado a su fin. “Si es por mí yo no digo nada, no tengo esa facilidad o ese interés”, me dice el Maestro. “Yo muestro mis pinturas. Si alguien se acerca a ellas pues me parece muy bien y si no se acercan también me parece muy bien. Hay muchas pinturas y mucho arte a nuestro alrededor, que cada quien escoja lo que le atrae.” Vicente no piensa poner fin a su carrera de artista. Su trabajo lo mantiene vivo y seguirá con las letras y los alfabetos que son su pasión. Al apagar la grabadora tuvimos una conversación más distendida mientras recorrimos el taller en el que trabaja: un amplio e iluminado espacio de doble altura donde remata un jardín. Me corrige: “No es un jardín porque se da solo”. Probablemente sea su mágica lluvia la que riega los enormes árboles que ahí crecen. La lluvia del México que sigue viendo Vicente Rojo.
Emilio Buenavida
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