Plática con Mauricio Montiel, escritor mexicano y la mente detrás de “El hombre de tweed”.
-Me interesa cómo la ciudad puede devorar literalmente a sus habitantes, sin devolverlos―, me dice Mauricio Montiel, escritor jalisciense, con respecto a Ciudad tomada, su más reciente volumen de cuentos. Es curioso que lo mencione: he llegado quince minutos tarde a entrevistarlo, después de que el tráfico de la ciudad de México casi me devora a mí. En una mesa de la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica, conversamos sobre la relación entre la ciudad y el individuo, un tema que ha explorado durante muchos años en su literatura.
―Me parece paradójico que las grandes ciudades, como la de México, en algún momento se vuelven contra el individuo que las construye; ese proceso como de Doctor Frankenstein (la criatura que se vuelve contra su creador, o que ya no sabe cómo controlarla) me parece apasionante.
En efecto, los cuentos de Ciudad Tomada están llenos de individuos sin rostro, o con “un rostro que es más bien la primera imagen que viene a la mente cuando alguien dice la palabra rostro”, devorados o movidos por la bestia urbana, por sus edificios, sus laberintos, sus objetos y sus caprichos; una ciudad-personaje, que es todas la ciudades, una ciudad invisible (como las de Italo Calvino, uno de los autores de cabecera de Mauricio), no por invisible menos estruendosa.
―¿Qué tan difícil fue publicar un libro de cuentos? ―le pregunto.
―Es paradójico que en una época como la actual, donde hay tanta atomización de información y de lecturas, los editores no apuesten más por el cuento ―me dice. Son las editoriales independientes, en su opinión, quienes están apostando por este género literario. Incluso va más allá:
―Yo creo, más bien estoy completamente seguro, de que la literatura que realmente vale la pena, la literatura con L mayúscula se está gestando en las editoriales independientes. Las editoriales transnacionales (salvo la excepción que confirma la regla) están rebasadas por intereses más mercantiles que literarios.
Con timing admirable para esta charla, la Academia Sueca concedió, apenas un día antes, el premio Nobel de Literatura 2013 a Alice Munro, una cuentista. Mauricio cree, sin duda, que “el Nobel nos está queriendo decir algo”.
―Quizá hay que prestar atención a lo minoritario, a lo marginal, lo que está fuera de la esfera de los grandes editores, del gran público lector.
Respecto a la concesión del Nobel, Mauricio cree que generalmente está regida por criterios geopolíticos. Es una decisión azarosa, afirma, en la que intervienen muchos factores. Cuenta que, por ejemplo, en ocasiones la Academia pide la opinión de ganadores anteriores. Esto lo sabe de boca de Gabriel García Márquez, quien propuso a J.M. Coetzee, galardonado en 2003.
―García Márquez estaba tan contento que todos decíamos que le habían dado el Nobel a él por segunda vez ―apunta.
Y ya entrados en el Nobel y sus controversias:
―¿Qué onda con Haruki Murakami?
―Tiene obviamente novelas mejores que otras. Pero yo lo que digo, en muy resumidas cuentas, es: primero, es un buen escritor, en el panorama en que lo pongas y contra quien lo pongas; ya “extraordinario” o “magistral” son epítetos que nos quedan a quienes lo admiramos ―entre los que cuenta a Juan Villoro y a Roberto Bolaño―; lo que no me parece para nada sensato ni cuerdo es decir que es un mal escritor sólo porque está de moda. Pero la fama siempre va a acarrear enemigos.
El Nobel es además, concluye, efímero: en la lista de ganadores hay más de uno que ya nadie lee.
Desde hace algún tiempo, Mauricio ha dedicado una buena cantidad de columnas y tuits a la televisión. Es común leerlo recordar series como Los Soprano o hablar, no sin entusiasmo, de Breaking Bad.
―Ignoro por qué circunstancia el medio cinematográfico llegó como a un punto muerto. Quizá hay un mayor interés por generar relatos más expansivos. Cinematográficamente, Hollywood está en una crisis brutal; si bien se siguen produciendo buenas películas, la calidad narrativa que hay en la televisión ya se los llevó de calle.
Asegura que en Breaking Bad, por ejemplo, no sólo hay una arquitectura novelística, sino que algunos capítulos son como pequeñas piezas teatrales: Walter White y Jesse están encerrados en una habitación contaminada; el espectador no extraña la acción, el diálogo está tan bien construido que hace pensar en un cuento de Ernest Hemingway o una pieza teatral.
―Sin embargo ―le digo― creo que todavía hay una frontera entre la narrativa en la literatura y la narrativa en la televisión; es decir, todavía no vemos una serie cuyo título principal sea el creador.
―Ya empieza a haber ―asegura, y cita un par de ejemplos: David Fincher y Martin Scorsese, quienes han incursionado en fechas recientes en la televisión. Además, por supuesto, de David Chase y Vince Gilligan, creadores de Los Soprano y Breaking Bad respectivamente, el lanzamiento de cuyas nuevas series ya se espera como si fuera su próximo libro.
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Y ya que estamos con los paralelismos, recordamos un par de series inglesas, Black Mirror y Sherlock, cuya principal característica es la brevedad (apenas tres capítulos por temporada) y la concentración narrativa de cada episodio, quizá guiño para un equivalente televisivo del cuento.
―Resulta curioso que este fenómeno se esté dando en Estados Unidos e Inglaterra, donde nació el cuento moderno como género.
Además de por sus libros, Mauricio Montiel es conocido por haber creado, administrado y usurpado ―según sus propias palabras― la cuenta de Twitter El hombre de tweed. Se trata este personaje de un hombre de rostro incierto y saco de tweed que lleva ya tres libros de vida, todos repartidos en dosis de no más de 140 caracteres. Cuando le pregunto por las razones del éxito de una “novela de folletuit”, como le gusta llamarla, me dice que, más que el éxito, le emociona el interés de los lectores, e incluso de algunos colegas que, aun sin tener una cuenta en la red social, han dado con la historia del personaje y, más recientemente, con La mujer de M, su contraparte femenina.
―El lector sigue queriendo historias que le cuenten. Por más atomizado y fragmentado que esté todo actualmente, llama la atención la continuidad. Yo lo veo [Twitter] como un río que está pasando frente a ti; de repente dices: “pues aquí está este pescado, o este tronco”. Lo que yo quise hacer fue poner una especie de dique, una presa.
Mauricio ha sido, además, el centro de un fenómeno curioso:
―En un simposio del libro electrónico, recientemente, me presentaron como El hombre de tweed. Y yo dije “No, a ver, espérense, yo me llamo Mauricio Montiel”.
De igual manera, algunos se han creído que La mujer de M no es sólo un personaje de ficción.
―Tengo dos cuates que están declaradamente enamorados de ella ―me cuenta.
Mauricio, el autor, se ha quedado más de una vez tras bambalinas, algo que sucede con frecuencia en la red.
―Twitter, por ejemplo ―le digo―, está lleno de estas voces, concepciones de la realidad, que nadie dijo, o que todos dicen; lo que importa son las ideas y no quién las inventó. ¿Qué hay del autor?
―Yo no sé hasta qué punto se podría llegar al grado cero del autor. Su desaparición se logrará cuando una inteligencia artificial, una base de datos, empiece a generar historias. Sería interesantísimo, pero finalmente ésta tendría que estar nutrida por gente; no se puede autogenerar. No sé, eso sí, si existan cuentas de Twitter administradas por más de una persona, en donde la figura del autor se anule en favor de una construcción narrativa.
[Los sueños trenzan el cordón que nos une con todo aquello que podríamos ser.]
— El hombre de tweed (@Elhombredetweed) agosto 17, 2012
[El arte no explica el mundo: lo ilumina.]
— El hombre de tweed (@Elhombredetweed) octubre 11, 2013
[Se escribe para perder el rumbo. Se lee para recuperarlo.]
— El hombre de tweed (@Elhombredetweed) agosto 19, 2012
[El arte es una llave. Nosotros somos la puerta.]
— El hombre de tweed (@Elhombredetweed) febrero 12, 2012
―Julio Cortázar decía que la realidad es un telón rasgado; la literatura es lo que se ve a través de las rasgaduras. Ése es el tipo de literatura que a mí me interesa hacer.
Esto me contesta cuando le pregunto su opinión sobre la literatura fantástica, el realismo y otros subgéneros, así como sobre las controversias que constantemente surgen entre sus practicantes. En los cuentos y en las novelas de Mauricio, la realidad no se trastoca pero sí se enrarece, coquetea con lo improbable, sin necesidad de crear mundos alternos, al estilo de algunas películas de David Lynch.
―Me muevo en terreno movedizo ―dice.
Reconoce, además, su deuda con la literatura gótica, de la que tuvo una buena dosis en su juventud.
―Creo que el mayor hallazgo de la literatura gótica, y su mayor aportación a la literatura universal, es ver cómo el interior del ser humano se podía volcar al exterior; cómo el paisaje físico se podía volver un paisaje psíquico.
Otra de sus herencias literarias es la narrativa italiana, me confiesa: Dino Buzzati, a quien define como “un escritor fronterizo entre distintos países literarios”; Italo Calvino, narrador multifacético, y Curzio Malaparte, de quien destaca un “realismo poético de altísimos vuelos”. De la misma forma en que se mueve impunemente entre la realidad y la fantasía, Mauricio esconde entre sus líneas, para los lectores más cuidadosos, las frases de sus antepasados literarios, las homenajea y les da nuevo aire, las pone incluso en boca de sus personajes.
―Como un epígrafe que se metió a la casa, le digo.
Aunque no se considera un crítico, Mauricio dedica parte de su trabajo al arte. Lo mismo escribe sobre una escultora contemporánea en su columna para Confabulario, el suplemento de El Universal, que escribe en su blog sobre algún pintor canónico. Quien lo sigue en Twitter sabe que es, si no un defensor del arte contemporáneo, al menos alguien que pone en duda a sus críticos más acérrimos. Aunque no logramos ponernos de acuerdo sobre la frontera entre el buen arte y el malo, tiene algunas certezas al respecto.
―Me interesa el arte contemporáneo por una cosa, sobre todo a partir de Duchamp, que es el papá de todos los pollitos: me parece interesantísimo que el arte se haya descolgado de los museos. La gente estaba acostumbrada a un arte retiniano, y el arte contemporáneo se ha vuelto más intangible, etéreo, un arte que borra las fronteras, algo que a mí me gusta hacer con los géneros literarios. Otra cosa que me parece muy interesante es que el artista ahora explora más la relación con su propio cuerpo… Claro que hay mucho farsante, mucho payaso; gente que apela demasiado a lo intelectual y cuyas obras no se sostienen por sí solas.
Louise Burgeois y Tracy Emin son ejemplos de artistas que, según Mauricio, están haciendo arte contemporáneo más de impacto y menos de concepto.
―Si se trata de justificarse, todo puede tener una explicación racional. El arte, yo creo, debe ser más visceral. Uno sabe cuando un libro o una pintura le gustó en la medida en que, de alguna u otra forma, marcó su vida.
Finalmente, antes de que la mesera nos pregunte qué por qué no ordenamos nada, dos preguntas más:
―¿Qué pintor crees que pintaría lo que escribes?
―Edward Hopper.
―Y, si estuvieras atrapado en una isla desierta ―o mejor, en una pintura de Hopper―, ¿qué película, qué libro, qué obra de arte visual y qué disco llevarías contigo?
―Película: El espíritu de la colmena, de Víctor Erice; pintura: La tempestad, de Giorgione; disco (aquí voy a hacer trampa porque son tres): el soundtrack de la trilogía de La chica del dragón tatuado de David Fincher, compuesto por Trent Reznor y Atticus Ross; y libro: El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.
Adrián Chávez
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