25 junio, 2017
Hay escritores cuya literatura fluye con naturalidad de estornudo. Escriben como a uno se le desabrochan las agujetas. Escriben con la naturalidad con que los vecinos hacen ruidos cuyo origen no acabamos de comprender. Y uno dice: ah, es la licuadora pero no es cierto, aquello es un enigma. ¿Cómo pueden ser escritores de manera tan contundente, tan espontánea, tan sísmica?
Un ejemplo de este tipo de autor, padre absoluto de la literatura norteamericana, es Mark Twain. El divertidísimo Mark Twain.
Superando el idiota prejuicio de que se trataba de un libro para el público juvenil, leí apenas “Las aventuras de Huckleberry Finn”. Jamás pensé que tal libro fuera tan asombroso, tan lleno de aventuras, tan complejo. Hay un momento en que Huck se da cuenta de que considerar a su negro como un ser humano es poco menos que un pecado mortal. Así de fácil. “Sí, voy a ayudarlo aunque eso implique que nunca entre al Paraíso”, se dice a bordo de su barquita, “de todas formas el Paraíso debe de ser un sitio muy aburrido”. Esto está muy espeso, oigan. Publicada en 1884, en la novela hay beodos, travestismo, mitomanía como modo de vida, ladrones impecables, charlatanes, negros esclavizados, crueldad, violencia contra los animales, un padre que golpea salvajemente a su hijo. ¡Uff! Pero Twain es tan ingenioso y su prosa se da con tanta espontaneidad que no nos da tiempo de escandalizarnos. Más bien reímos a carcajada suelta y nos ponemos del lado del pícaro Huck, genial chamaco que ha conseguido una de las cosas más complicadas que hay en esta vida: la construcción de una ética propia.
Me volqué con naturalidad sobre los “Cuentos Completos” de Mark Twain, recién editados por Penguin Classics, ahora en español. Un tomo enorme y medio caro. Mil páginas de puros dislates. Viene ahí incluido el afamado y cotorro “Diario de Adán y Eva” que, contra todo pronóstico, resuelve siendo una historia de amor. También figura el fascinante cuento de un hombre que entiende el lenguaje de los pájaros. Otro: un grupo de gentilhombres queda atorado en una nevada adentro de un ferrocarril, el grupo organiza una elegante comitiva burocrática para discernir administrativamente a cuál de los pasajeros se van a comer primero. Más que tramas, son semillas cuyo fruto fue escrito anoche en una pantalla de Word por un joven cuentista hoy desvelado.
Mientras escribo esto voy apenas a la mitad del tomo. Lo abandonaré temporalmente para enfocarme en un par de lecturas de observancia obligatoria. Hay un cuento que ejemplifica perfecto la pavorosa naturalidad de Twain. Escrito con la naturalidad con que se entibia el agua. Se llama “Un cuento medieval”. Plantea una situación enredadísima con un desenlace brillante, casi tan novedoso e increíble como aquel párrafo final de “Crimen y castigo”. No exagero.
Aquí pueden leerlo en su idioma original: aquí.
28 junio, 2017Establecer imagen destacada
¿Recuerdan que en la columna pasada enlisté las que a mi parecer eran las mejores películas en lo que va del siglo? Cometí la injusticia de no incluir un par. “Under the skin” y “Ciudad de dios”.
Gabriel Rodríguez Liceaga
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