Plática con Gabriel Rodríguez Liceaga, autor de Niños tristes (Tierra Adentro, 2013).
Cazar a Moby Dick
Espero al escritor Gabriel Rodríguez Liceaga (premio Bellas Artes de cuento 2012) afuera del Café La Habana. Es lunes y como cada semana desde hace nueve meses, en un par de horas, en una de las mesas del famoso café, tendrá lugar una sesión del taller literario que él coordina. En los minutos de espera reviso la cuenta de Twitter de Gabriel (@El_Neb) y me encuentro con una de las imágenes que usa para anunciar su taller. Es la imagen de un solitario hombre sentado en un parque vestido con una botarga de Elmo, el personaje de Plaza Sésamo. Una vez que nos hemos encontrado, casi como explicación de esa imagen, Gabriel me comenta:
–No me siento muy ligado al mundo, no me gusta la gente en general. Pero con quienes me identifico, como nunca lo he sentido con otros hombres, es con los que se suben al barco ballenero a cazar a Moby Dick.
Es inevitable. En el par de ocasiones que lo he encontrado, Gabriel siempre termina hablando sobre los libros que lo han emocionado. –Mi padre, mi figura paternal, es a quien estoy leyendo en este momento– me platica. Hemos caminado un par de cuadras y ahora nos encontramos en una de las bancas de la plaza de la Ciudadela. Al otro lado de la calle, un grupo de ancianos toman clases de danzón y cerca de nosotros un cuarteto de niños juegan futbol. Interrogo a Gabriel sobre sus primeras lecturas:
–Empecé con libros que no es que ahora me den pena sino que ya no los visito ni conmemoro. A mí quién me abrió las puertas de la literatura fue sin duda Julio Cortázar. Fue impresionante, me abrió las puertas de algo que no sabía que existía. A mí me gustaban mucho los comics, en eso gastaba mi dinero, y creo que el gran umbral fue cuando en vez de comprar un comic me compré un libro, me compré Rayuela. Yo creo que a Cortázar lo tienes que leer entre los dieciocho y los veinte, y después de los cincuenta.
Esta fila de ecos interminables que es la literatura
–Yo creo que es inmediato. Es como cuando ves por primera vez una hentai y acabas dibujando chichis– así me responde Gabriel cuando le pregunto sobre el momento exacto en que decidió ser escritor.
–Se mueve un mecanismo de chispa. Creo que el lugar común es decir “me di cuenta que yo también tenía cosas que contar”. Es así de estúpido. De pronto quieres formar parte de esta fila de ecos interminables que es la literatura. Uno empieza a ser escritor en serio en el momento en que siente ese chispazo y se sienta a escribir. Luego viene un momento enorme de madurez, de reflexión, de documentación. El otro día oí que Daniel Sada decía que eras escritor sólo si seguías escribiendo después de los cincuenta años. Creo que tiene que ver con eso.
En Balas en los ojos,su primera novela, Gabriel cuenta la historia de Genaro, un “típico pendejo que vomita de tristeza”, quien se dedica a buscar los cuadros pintados por su madre antes de que cometiera suicidio. Varios reseñistas han señalado que, a la manera de Palahniuk, la novela está llena de precisas reflexiones sobre la vida en este siglo tan neurótico: “La vida es una pérdida de tiempo, pero malgastarla escribiendo es una brutal necedad”. Y al parecer Gabriel es un necio: a sus treinta y cuatro años tiene cuatro libros publicados: El demonio perfecto (BUAP, 2008), Balas en los ojos (Ediciones B, 2011), El siglo de las mujeres (Ediciones B, 2012) y Niños tristes (Tierra Adentro, 2013).
Se vive para escribir
Pero antes de publicar en papel, como muchos otros escritores de su edad, Gabriel comenzó escribiendo en un blog: No estoy borracho. Explorando los textos que a lo largo de más de ocho años fue publicando en internet uno puede encontrar los esbozos de las ideas que después desarrollaría en sus libros.
–El blog me devino en lectores. Más fiel que un perro y que una mujer pues un lector. Yo creo que un autor tiene que buscar su voz y a sus lectores. Una vez que los encuentras, que hay un grupo de personas que están leyéndote por gozo, por placer, pues ya chingaste. Y el blog, quieras que no, pues sí fue una plataforma para conseguir un montón de gente que me conociera. Además creo que los blogs nos dieron una milagrosa oportunidad de comunicarnos con todo mundo y sin intermediarios y nadie la aprovechó porque nadie tenía nada qué decir. Y resultó que a la gente que le iba bien en los blogs y que estaba formando un estilo de contar y de registrar las cosas, le empezó a gustar más tener quincenas. Todos tienen ahora buenos puestos y cosas así. La verdad ya se les olvidó que querían escribir un libro o un guión o lo que sea.
Para llenar la alacena Gabriel a veces trabaja como publicista. Labora por un tiempo, ahorra algo de dinero, renuncia y se dedica a escribir por el tiempo que ese dinero le alcance.
–Lo que pasa es que yo no creo que se pueda vivir de escribir. Se vive para escribir. Entonces lo que hago es modificar mi realidad para justificar mis pesadillas– apunta.
Siguiendo su idea, le comento que me parece sintomático el que muchos escritores, fotógrafos y artistas visuales estén empleados en la industria de la publicidad.
–Pues sí. En mis tiempos los publicistas eran escritores frustrados, músicos frustrados, dibujantes frustrados. Ahora los publicistas son publicistas frustrados. La publicidad es un oficio donde se juntan las mentes más brillantes con las más mediocres: los mercadólogos. Porque un escritor puede trabajar en lo que sea, pero la publicidad en específico creo que sí está pudriendo voluntades humanas y de imaginación.
Querer ser el mejor escritor del mundo
Gabriel me cuenta que fue el mismo Eusebio Ruvalcaba, su maestro, quien lo animó a abrir su propio taller literario. A diferencia de otras opiniones, el joven escritor defiende la idea del taller como forma de impulsar a las nuevas plumas.
–El taller tiene mucho de autodidacta, en el sentido de que te obliga a escribir. Además la decisión siempre está en tus manos. Nadie te indica qué hacer. Creo que el papel de un buen tallerista es hacer que la gente escriba. Tengo mi taller y llegan mis alumnos y yo me pregunto qué los impulsa a venir otra vez. Y puedo asegurar que de las personas que han venido a mi taller, hay al menos cuatro que si le siguen chambeando van a ser bien buenos. De mi parte, mi papel es darles recomendaciones de libros que a mi me abrieron los ojos. Y tratar de meter lo menos mi cuchara creativa y ayudarlos a elegir la forma de contar las cosas que ellos llevan en el corazón– me dice mientras se lleva la mano al pecho.
–¿Cuál crees que es el mejor consejo que te han dado?– le pregunto.
–Una vez jugando futbol un chavito, el Chicles, me dijo: “siempre juega con los puños cerrados y sonriendo”. Eso aplica casi a todo, a hacer el amor, a leer. Ahora, un consejo literario, pues muchísimos. Tuve la fortuna de tener un maestro formidable. Eusebio Ruvalcaba no te enseña a escribir; te enseña a comportarte como escritor frente a tu obra: con humildad y tratando de entender que uno no está aquí para hacer nada relevante. Y ser paciente. Imagínate: once años yendo a su taller.
Y vaya que él es humilde. Alguna vez, después de la presentación de su primera novela, Gabriel aconsejó a sus posibles lectores que mejor leyeran Moby Dick de Melville o El poder y la Gloria de Greene.
–La literatura no necesita ni un punto ni una coma. Ya hay obras impresionantes perfectamente escritas. Y los monumento de las letras, tanto mexicanas como universales, ya sabemos todos cuales son. Y uno así insiste. Yo creo que yo ya me di cuenta que nunca voy a escribir una obra maestra. Voy a tratar de pulir mi prosa y cada vez contar mejor las cosas. Yo creo que todo escritor tiene la obligación de querer ser el mejor escritor del mundo.
Tal vez siguiendo esta idea, abordando un reto más grande, en El siglo de las mujeres Gabriel le dio voz a dos personajes femeninos: Alma y Dinorah. En el libro ellas se embarcan en un viaje cruzado en busca de sus padres. Sobre el origen de la novela, Gabriel me cuenta:
–Lo que yo noto es que hay un momento histórico en el que la mujer va a tomar decisiones fundamentales para lo que va seguir representando ser mujer en unos años. A mi me emociona mucho pensar, aunque ya no me va a tocar que me amen, que va a haber mujeres en algún momento de este siglo que no van a pensar que ser mujer es más difícil. Las mujeres ocupan puestos que no lo hacían hace diez años. Eso es una realidad. Están teniendo formas de manifestarse que no tenían antes. A mi como escritor me interesó mucho tratar de narrar la vida de dos chicas que están inmersas en esta coyuntura. Yo que más quisiera que poder entender el alma femenina.
Leer señala directamente todo lo que está mal en la humanidad
Además de sus cuatro libros publicados, Gabriel también ha recibido varios premios: el Nacional de Cuento Joven María Luisa Puga y recientemente el Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí. Al respecto comenta:
–Lo que yo creo es que hay más premios que escritores. Y yo creo que los premios están mal planteados, porque te agarran a billetazos y después te olvidan. Imagínate, los premios juveniles se los dan a treintones. Un premio juvenil tendría que ser con un rango de edad bajo, identificas talentos y de alguna forma les vas pavimentando la vida para que puedan seguir escribiendo. Yo me gané el Bellas Artes y ellos me dieron mi diploma, mi cheque y nunca más me han contactado. En ese caso Tierra Adentro-Conaculta (quienes publicaron su más reciente libro) sí te apoyan un montón. Lo doloroso está en que el libro que Bellas Artes me premió sólo ha tenido tres lectores, los del jurado. Por ejemplo, ¿dónde están los premios Bellas Artes del año pasado?
–Y respecto a política cultural, ¿te preocupa que en México se lea poco?
–El otro día leí, creo en el Universal, una encuesta en que se decía que el promedio de lectura era de libro y medio al año, lo cual es alarmante. Pero imagínate que ese libro y medio es Moby Dick o el Ulises Criollo y entonces ya chingamos. Lo que pasa es que hay un problema, el gobierno dice: “lee media hora al día” o “leer es fantástico”. No es cierto. Leer no es fantástico, leer señala directamente todo lo que está mal en la humanidad.
Frente a nosotros el grupo de niños continúa jugando futbol y en cierto momento uno de sus tiros desviados acerca el balón hasta nuestra banca. Gabriel, sonriente y con los puños cerrados, se levanta y de una patada se los devuelve. –Justo ayer decía que no he anotado un gol en cinco años, es muy deprimente– me explica. Al igual que el protagonista de su primera novela, Gabriel es feroz seguidor del Cruz Azul. Creció en el Bar Azul, propiedad de sus abuelos y cuenta que una de las primeras cosas que hizo sin compañía de un adulto fue ir a los partidos del Cruz Azul en el estadio Azteca. Le pregunto sobre su amor al futbol:
–El futbol es nuestra épica actual. El futbol es hermoso y ya. Aunque también creo que hay una moda de sobre intelectualizar el futbol que está bastante de hueva. Por cierto, si a México le va bien en este mundial va a ser producto del bello azar. No hay nada planeado. Nuestro técnico es impresentable. Un técnico es como un embajador. Uno ve al Piojo Herrera y piensa que no puede ser que ese hombre nos represente. Pero es que sí nos representa, ese es el problema.
–¿Y si tuvieras que escoger al director técnico de la literatura mexicana?– lo interrogo.
–El licenciado Vasconcelos. Pero alguno vivo: Fernando del Paso. Él escribió la obra maestra de la literatura mexicana hace treinta años: Noticias del imperio. Ese libro es avasallador. Todavía los escritores hoy, yo me incluyo, estamos respirando el aire puro que dejó esa novela.
–Y de escritores contemporáneos, ¿quién te emociona?
–La verdad yo tengo esa regla de dejar que los autores de moda maduren al menos noventa años antes de que los lea. No hay nada más tonto que la lista de los diez libros más vendidos del año. Me choca la gente que nada más lee mesas de novedades y no se ha metido a ver las cosas hermosas que se han escrito en esta nación. La literatura mexicana es preciosa.
–¿Qué autores mexicanos crees que se deberían leer más?
–Sergio Galindo. Rafael Bernal y no sólo El complot mongol, que es muy buena y divertidísima. Amparo Dávila me emocionó mucho. Elena Garro seguro es leída, pero debe ser más leída todavía. El mismo Vasconcelos. Eusebio lo dice: el Ulises Criollo es el libro que todo mexicano debería traer en el hombro. Ese libro te enseña a ser hombre, mexicano, escritor, intelectual. Es poderosísimo.
Buscar desde dónde asir la belleza
Por estos días Gabriel se encuentra promocionando Niños tristes, un tomo de cuentos editado por el Fondo Editorial Tierra Adentro. Le comento que a pesar de que en este libro sus personajes no son huérfanos como tal, se siguen percibiendo como seres abandonados, seres que no encuentran asidero ni en su familia, ni en sus trabajos ni en el amor. –El amor no da solución para nada, además dura muy poco– me responde. Y agrega:
–Este libro se llama Niños tristes por los niños abortados del último cuento y al mismo tiempo porque los personajes son adultos que evidentemente tuvieron infancias complicadas. Es un tomo heterogéneo, tiene cuentos que escribí apenas y otros ya viejos.
–¿Qué significa para ti el cuento como género?
–Creo que el cuento es como el fuera de lugar, una vez que lo entendiste ya chingaste. Yo creo que ya lo entendí. Un cuento lo primero que tiene que hacer es contar una historia. Ahora bien, sí tiene que tener una estructura: tanto personajes como lector no pueden salir igual que como entraron al cuento, tiene que tener un momento en que todo cambia. En Niños tristes no todos son cuentos, algunos son relatos, lo cual no está mal. Tampoco hay una pelea entre géneros. Yo creo que un cuento es poner un prisma enfrente de una situación ordinaria y ver de qué ángulo esa situación se puede volver extraordinaria y cómo. Todas las cosas pueden ser contadas con este prisma. Es como lo que dice Flaubert: “todos los guijarros tienen un ángulo hermoso”. Tienes que buscar desde dónde puedes asir la belleza.
Le pregunto a Gabriel sobre sus proyectos a futuro.
–Estoy escribiendo una novela, que tiene como base la reinterpretación de un mito griego, que me tiene muy emocionado. Cosas rara porque casi siempre uno escribe desde el pesar. Escribir es un abismo. Pero esta novela me ha puesto a trabajar, a leer, a documentarme– contesta mientras yo miro el libro que en esta ocasión trae consigo: Las Siete Tragedias de Sófocles.
–Una última pregunta: ¿leer o escribir?
–Ambas, pero leer el triple de lo que escribes. Las dos cosas son hermosas. Yo creo que hay un momento en el que estás escribiendo y de pronto pasa algo que no te explicas. Dice Gorostiza que sintió la mano de Dios mientras escribía “Muerte sin fin”. No estoy diciendo que yo haya tenido una experiencia mística de esas características, pero sí hay un momento en que te das cuenta que algo que llevabas muchísimo tiempo tratando de traducir en palabras tiene sentido y se hilvana con algo que estás haciendo en ese momento y todo se suma y es una sensación tan placentera. Eso no te lo da la lectura, pero te da otras cosas. Es impresionante como hay cosas que te hacen llorar mientras las lees y al otro día te son irrelevantes. Eso debería decir el gobierno en sus campañas.
Fernando Galicia
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