Pocos movimientos sociales han ganado tanto reconocimiento alrededor del mundo como el feminismo. Sus demandas, tan inherentemente ligadas a la defensa de los derechos humanos en general, son imposibles de ignorar sin revelar de paso un grave problema de misoginia y discriminación. En términos de discursos oficiales, el feminismo ha tocado terrenos que en los 60 habrían parecido muy lejanos; antes de Trump parecía incluso que estábamos entrando en una era en la que ya no se podría acceder a cargos tan importantes de elección popular, en el continente americano, sin mantener una posición cuando menos ecuánime frente a temas básicos como el derecho a decidir o el derecho a una vida libre de violencia (acoso incluido). Contrario a lo que el optimismo podría hacernos pensar, y como lo demuestran la democracia estadounidense, los feminicidios que ocurren diariamente en México y las respuestas de Eruviel Ávila frente a la grave situación de violencia de género en el estado que gobierna, el feminismo está muy lejos de alcanzar todos su objetivos.
Una de sus principales metas es terminar de raíz con la cultura de la discriminación que está presente en todo el planeta y que se filtra en cada sistema, entorpeciendo desde la impartición de justicia hasta el acceso a la salud. Para hacerlo, el feminismo necesita combatir la desinformación y las estructuras educativas que se oponen a su avance. Al respecto, quisimos platicar con una activista inmersa en el tema y compartir opiniones sobre qué es y qué no es el feminismo.
Karen Dianne Padilla es integrante de la organización Iniciativas Feministas y autora del libro de poesía Miedo al bikini (Public Pervert, 2013). Psicóloga de formación, Dianne se dedica a la defensa de los derechos humanos y a denunciar y combatir la violencia de género (particularmente en espacios institucionales, como las universidades). Conversamos con ella en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, ciudad en la que actualmente vive y se desenvuelve como defensora.
La Hoja de Arena: Me gustaría hablar contigo sobre puntos muy básicos del feminismo, tocar algunos fundamentos desde la perspectiva de alguien que ha trabajado tanto en favor de este movimiento. Para comenzar, ¿por qué crees que el mundo y el país, como están configurados justo ahora, necesitan el feminismo?
Dianne Padilla: Creo que necesitamos el feminismo porque es el único movimiento social totalmente incluyente que se ha preocupado por hacer una autocrítica constante, por ir incorporando visiones del mundo que antes no se podían conjugar. Es necesario por la lectura que hace de las opresiones. Hoy por hoy, no podemos entender ningún movimiento social que no sea interseccional, que no sólo atienda las desigualdades de género, sino que también entienda que hay procesos de clase, de raza, que también contribuyen a que existan estas categorías de opresión, de discriminación, tan complicadas. Si solamente atendemos una, dejamos de lado todas las demás. Cuando entendemos que hay esta imbricación de sistemas de opresión, el colonialismo, el capitalismo, el machismo, esta lucha se hace más rica.
Lo que hemos visto las mujeres toda la vida es que nuestras demandas nunca han sido atendidas. Es el feminismo el único movimiento social, como movimiento social y también como teoría crítica, que atiende a la visión que las mujeres tenemos de las cosas, a la visión de las mujeres como grupo oprimido. Yo creo que el feminismo es básico porque es el único que atiende, de manera global, todos los problemas, pero que específicamente atiende un problema que a nosotras nos sigue aquejando, como es la violencia.
LHA: Es decir, que no sólo es la respuesta en términos de género, sino que hay muchas más personas, que no son únicamente las mujeres cis, que necesitan el feminismo.
DP: Exactamente. No hay un movimiento que atienda esto, sólo el feminismo. El feminismo se ha interesado por hacerse interseccional y por abarcar otras causas. Son muchas causas dentro de una, nunca descuidando la razón principal, que siguen siendo las mujeres.
LHA: Las mujeres han sido históricamente relegadas al dominio de los hombres heterosexuales y para eso se han ocupado instrumentos que lo mismo provienen de la religión que de la ciencia. ¿Crees que existen formar alternativas de hacer ciencia? ¿Formas feministas?
DP: Claro. El feminismo, en esta revisión filosófica que ha hecho de todos los fundamentos de nuestra sociedad, se ha preguntado eso: desde qué epistemologías fue construido el conocimiento y cómo ese conocimiento se erige como verdad inamovible. Yo creo que algo que las mujeres hemos cambiado, al incorporarnos a esos espacios donde antes no tuvimos cabida, es la forma y la perspectiva con la que se hace la ciencia. Yo creo que sí hemos logrado cambiar algunos discursos científicos o simplemente orientar la investigación hacia los temas que nos interesan.
LHA: ¿Crees que es un avance que algunas mujeres puedan ocupar espacios de poder como los puestos legislativos o de pronto algún papel en el gabinete de un presidente?
DP: Creo que podría ser un avance, pero, por desgracia, muchas veces no implica una mejoría. Lo que vemos es que, al final de cuentas, estas mujeres que tienen la oportunidad de operar desde matrices de poder van a reproducir los mismos mecanismos que reproduciría cualquier persona. Yo creo que lo que hemos visto hasta el momento, con las cuotas [de género], es que en un sentido de representación son muy importantes. A mí me contaban una anécdota de un niñito como de cuatro años, un niño argentino, que le preguntó a su papá si los hombres podían ser presidentes. Le había tocado vivir todo el tiempo de Cristina [Fernández]. Claro que es importante que haya mujeres en esos puestos de representación por eso, por lo que implica para las mujeres que nos vemos ahí. Si nos ponemos a ver que no hay mujeres en ciertos espacios, solas nos descartamos; decimos “ése no es un espacio donde podamos nosotras incidir”.
Es muy importante que haya mujeres en un sentido de representación. Pero para cambiar las cosas no ha servido de nada. Ya vimos que lo único que pasa es que se intercambian los roles. El rol que antes jugaba un hombre ahora lo juega una mujer. Yo soy de las feministas que cree que tenemos que estar en todos los espacios, en todos los lugares. Las feministas tienen que estar en esos espacios, no basta con que los ocupen mujeres, porque pasa lo que estamos viendo. El estado de Chiapas es un caso bastante emblemático porque casi somos el cincuenta por ciento de mujeres en el Congreso, pero esas mujeres no tienen formación, no tienen consciencia crítica, histórica, consciencia de género.
LHA: Y al final no hay un cambio de fondo…
DP: No hay una mejoría. Hay mujeres que están ahí haciendo lo que haría cualquier hombre, entorpeciendo procesos de avanzada. Están en contra del matrimonio igualitario, están en contra del aborto, están en contra de todo lo que suene a progreso. Simplemente son mujeres que llegan ahí a perpetuar la misma visión hegemónica de la vida. Necesitamos cambiar el canon democrático de nuestro país en donde solamente hombres mayores, cisgénero, heterosexuales, pueden meterse en ciertos cargos. A nosotras nos gustaría que no solamente fuera así; ampliar ese canon. Que hubiera mujeres, por ejemplo, invidentes, que hubiera personas de los pueblos originarios, que realmente todas las voces de la sociedad tuvieran una representación, algo que no pasa. No hay en realidad, en la cámara de diputados, una diversidad de voces. Es la misma voz repitiéndose una y otra vez.
Yo sí creo que estamos viviendo un momento paradigmático porque, también como movimiento, el feminismo está teniendo una visibilidad que pocas veces había tenido; las redes han jugado un papel muy importante en esto. Se han creado comunidades de sentido. Hemos podido intervenir en las conversaciones sociales, en las conversaciones públicas, y también estamos ya logrando cambiar agendas. Por ejemplo, en Chiapas no está penalizado el acoso sexual callejero. Existe una sanción administrativa, pero no está en el Código Penal como delito. Hay [actualmente] una iniciativa desde la visitaduría de la mujer, de derechos humanos, para penalizarlo. Fue impulsada atendiendo un reclamo que grupos feministas tienen desde 2014. [Se hicieron] muchas campañas, tanto en las calles, como en las redes para visibilizar este problema, para que primero se le nombrara como violencia, se le desnaturalizara como el derecho que se atribuyen los hombres a interferir tu tránsito. Creo que es muy importante lo que estamos logrando, tenemos que estar en todos los espacios.
LHA: Sobre esta mayor participación que empieza a haber en todas las conversaciones, ¿cómo percibes que, de pronto, en la industria del espectáculo, haya mujeres que se reconozcan como feministas y que introduzcan el discurso en eventos televisados en todo el mundo, como los Óscares? Hablo de Beyoncé, Emma Watson. Mucha gente las critica y piensa que esas acciones no lograrán más que hacer del feminismo un artículo comercial.
DP: Convertirlo en un eslogan publicitario.
LHA: Pero hay quienes piensan en la dirección opuesta. ¿Cómo lo percibes tú?
DP: Yo creo que depende mucho de la perspectiva. Por ejemplo, hay una cantante inglesa que me encanta que se llama Paloma Faith. Algunos de sus conciertos los ha abierto Owen Jones, el activista político. Es un chico muy joven, debe tener como treinta y tantos años. Estuvo también en el cierre de campaña de Podemos. Él le abre sus conciertos a Paloma Faith, que es una cantante inglesa pop; se los abre con un pequeño discurso político, de la necesidad de que los jóvenes participen políticamente. Entonces yo creo que es muy importante.
Hay un artículo muy interesante de Catalina Ruíz Navarro donde dice por qué es importante que el feminismo llegue al pop: pues porque es lo más inmediato, lo que todas las personas tienen. No todas podemos leer a las grandes teóricas. No todas tienen el tiempo, las referencias, las ganas, la oportunidad, el privilegio, porque es un privilegio tener una formación teórica. No todas tenemos ese privilegio. Pero qué bien que nos lleguen esos discursos, de una manera a lo mejor un poco diluida, pero que puede ser un primer acercamiento, como dice Catalina. Un primer acercamiento para que tal vez muchas digan “voy a ver los textos duros, a hacer una formación más estricta, más rigurosa”.
Una de las primeras cosas que nos planteamos nosotras fue sacar el feminismo de ámbitos exclusivos. El feminismo está súper bien asimilado en las instituciones, a través de la perspectiva de género. En la academia también, hay hasta maestrías. Para qué voy más lejos, la UNICACH tiene una maestría y un doctorado en praxis feminista, el único en Latinoamérica. Dicen que fue una lucha porque, por ejemplo, en la UAM de Xochimilco le pusieron Estudios de la Mujer porque no quisieron ponerle la palabra feminismo. Aquí se logró que tenga la palabra feminismo.
Yo tenía una discusión con una amiga que es historiadora feminista sobre la teoría y la academia. Claro que el feminismo siempre va a tener estos dos momentos, la praxis y la teoría; se nutren mutuamente y lo tenemos muy claro. Ella me decía que en la academia también hay muchísimo machismo. Claro, y ese machismo no se acaba por otra tesis que escribas sobre cuánto machismo hay en la academia, sino con activismo. Ése es el asunto, articular movimientos desde todos los espacios puede ser importante. Debatir y todo eso es importante, pero si no lo pones en práctica de qué sirve. Sí, se tiene que contribuir a una conversación, pero eso tiene que convertirse en hechos.
LHA: Hace poco escuchaba una narración de Zygmunt Bauman donde él decía que se consideraba pesimista a corto plazo pero optimista a largo plazo. Para las personas que somos más conscientes de la realidad puede ser difícil no ser pesimista. Te identifico mucho con esta forma de entender el mundo, siendo, ante todo y a pesar de todo, una persona alegre. Con todo el bombardeo que tenemos de realidad, con todo lo que ocurre alrededor, con respecto a la opresión, con respecto a la violencia de género, ¿cuál crees que es la importancia de la fiesta, de los lazos y de la empatía? ¿Cómo eres optimista dentro de este pesimismo diario que tenemos que cargar?
DP: Híjole. Hace mucho tiempo lo discutía con una amiga, hablando de un texto de Gramsci donde hablaba de la necesidad, como tú dices, de ser pesimistas, de estar casi siempre pensando lo peor, pero de actuar como si siempre hubiera la mayor esperanza del mundo. Es como un pesimismo lúcido. Es como decir que si nosotras somos optimistas nos conformamos. Si estamos pensando que las cosas van a mejorar solas pues no haces nada. Yo creo que un punto que nos tiene que accionar siempre es la capacidad de decir que no estamos bien. Podemos estar mucho mejor y hay que actuar en consecuencia.
Con respecto a la alegría, creo que muchos de los proyectos de cambio no se han articulado desde la vida y desde la alegría, por eso es que fracasan al final de cuentas. Yo creo que es importante incorporar esta vitalidad de la fiesta. La revolución no tiene por qué ser aburrida ni un sacrificio. Esta frase de muchas feministas, “hay que ser felices porque eso también les jode”, yo creo que es importante.
Lo que sí es primordial, y es algo que ya dijo una feminista que se llama Rita Segato, es reorganizar el deseo. Qué es lo que nos motiva en la vida, qué es lo que nos mueve. La mayoría de las veces son las cosas materiales. Pero ni siquiera es una cuestión de lo básico, es un modelo aspiracional, de tener un estilo de vida que nos permita gastar hasta lo que no tenemos. Reorganizar el deseo tiene que ver con aprender a disfrutar de las cosas pequeñas.
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El activismo de Karen Dianne es amplio e incluyente, dando espacio a las demandas de más de un grupo en situación de vulnerabilidad (personas LGBT, personas con discapacidad y otras). Su trabajo, enfocado lo mismo a las calles que a los espacios educativos, es parte de un esfuerzo colectivo por construir sociedades más empáticas, donde el respeto a la vida y a la dignidad humana sea el punto de partida.
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