La sonoridad siempre viene acompañada de imágenes sólidas y etéreas provenientes de nuestra imaginación o de la reproducción de recuerdos y experiencias. Y es que un sonido en sintonía puede convertirse en una interminable fábrica de sensaciones tan extremas en belleza y desagrado que a pesar del ruido poco grato sería un martirio vivir sin éste.
Pero más allá de la sonoridad perceptible hay espectros acústicos aparentemente inexistentes estrechamente relacionados con la interacción entre el sonido y nosotros; es en la música la proyección de notas y versos una vía de comunicación directa entre el transmisor y nuestra mente, así mismo el viento y su temperatura entre una onda acústica y nuestro oído.
John Tyndall es un físico irlandés que, además de explicar el porqué de la reflexión de la luz en las partículas suspendidas en el ambiente—como las pelusitas de polvo que vemos a través de un halo de luz—, nombró a las zonas de aire transparente que reflejan el sonido y causan “eco” en el aire como “nubes acústicas”. Según explica, éstas no tienen relación alguna con las nubes ordinarias que pintan el cielo, ni con la niebla o la bruma.
Declara también que existen infinidad de nubes acústicas en la atmósfera que generan ecos aéreos provenientes de corrientes de aire más o menos calientes o con una cantidad de vapor distinta. La opacidad de sonido que las nubes acústicas tienen provoca discontinuidad del sonido en ciertos eventos, como los generados en las batallas.
Un testigo de la guerra Franco-Prusiana atestiguó en un fragmento de sus memorias un singular acontecimiento: En un día cargado de niebla impenetrable el ambiente estaba lleno de ruido y estruendos, sin embargo al día siguiente reinaba una tranquilidad alarmante que los hacía cuestionarse acerca de la continuidad bélica. Al caminar durante un largo rato se encontró con otros soldados que sugerían que la paz se había pactado. Finalmente, guiado por su curiosidad, supo que los alemanes habían bombardeado desde la mañana y concluyó de esta manera “Todo esto dependía del aire, que hoy conducía el sonido tan mal, como ayer lo conducía bien.” El sonido viaja de forma ondulatoria y puede reflejarse, refractarse o absorberse. Es así que las nubes acústicas demuestran una reflexión diferente a la de un cuerpo sólido, siendo un modo de movimiento más que entidad estable.
Karina Vargas
Artículos recientes por Karina Vargas (see all)
- El sonido de las nubes - 05/07/2013
Deja un comentario