David Olguín es un director que se ha encargado de poner la vara alta. En cualquiera de sus puestas uno espera verdades, maravillas, cinco estrellas garantizadas. Sin embargo el montar a Shakespeare siempre implica un riesgo: el director que ose montar una obra de nuestro isabelino favorito, sabe que el espectador puede salir del teatro aplaudiendo al montaje completo, o solamente al dramaturgo.
El mercader de Venecia es una comedia de tonos siniestros que trata dos tópicos universales: la justicia y la discriminación. Olguín se tomó estos asuntos muy en serio. Tan en serio que eliminó a los personajes cómicos de la obra: Launcelot, Gobbo y Graciano. Esto no significó la pérdida de la hilaridad, sino su traslación hacia Nerissa y Shylock, quienes flexibles, añadieron la bufonería a su propia comicidad incidental. Bien logrado con el judío, interpretado por Mauricio Davison, pero no tanto en el caso de la doncella, quien parecía viajar sobre una chirriante montaña rusa de chistes que no terminaban ni de subir ni de bajar; al cuerpo y la voz de Simona Chirinos se les da la comedia de manera natural, pero por desgracia el ángulo desde el cual se abordó a su personaje estaba tan torcido como mi boca.
Otras deformaciones más graves: el personaje de Salarino, quien en el texto shakespeariano sirve de coro, en esta ocasión se nos presenta como un hombre codicioso y además desagradable. La introducción de este nuevo Salarino es el error más grave de esta puesta en escena, ya que para tratar el tema de la codicia ya tenemos suficiente con Shylock y con el insoportable Bassanio. Después de ver un par de escenas, el espectador entiende que cada vez que Salarino entre a escena será para hacer un berrinche que no aportará nada. Hablando de cambios absurdos: ¿por qué transformar a la inteligente Porcia en una perra? (a ratos, debo añadir). Nuevamente se trata de un error de dirección. Esmirna Barrios actúa de maravilla pero sigue instrucciones que la llevan a parecer una histérica insufrible. ¿Y qué decir de Bassanio? Sabemos que es un tipo despilfarrador e infantil, pero ¿era necesario añadirle talento para patalear en el piso?
La Comedia permite que se expongan los vicios de los personajes y Shakespeare añade contrastes positivos que los redondean, volviéndolos humanos y universales. Me da la impresión de que Olguín, deseando hacer crítica social con los tópicos principales, terminó encontrando un vellocino de oro de fantasía, ya que al exagerar tanto los defectos de los personajes, se olvidó de sus virtudes. Como resultado, la complejidad de Porcia, de Bassanio, de Antonio y de Shylock se vio reducida a un balido desafinado.
En El mercader de Venecia las curvas aristotélicas se trenzan bellamente; cada línea dramática codea a la que sigue para incitar el compadrazgo. Se repite esta acción hasta concretar un engranaje eternamente aceitado. La versión de Olguín va bien, va bien, va bien… hasta que pasa, por ejemplo, que sus personajes dizque hacen sonar música desde sus teléfonos celulares. La melodía es linda pero el momento de su intervención, inoportuno. La imagen de Antonio poniéndole una banda sonora a su humor decaído suena de entrada, simpática. Pero de funcionar… pues no.
Me pongo muy severa. El montaje no está mal a pesar de los desequilibrios tonales. No es una obra fácil. Además de la magnífica actuación de Davison y Barrios, la escenografía es el mayor acierto. La bóveda de acero que sirve de jaula de oro para Porcia, de calabozo para Jessica y de prisión para Antonio es el elemento con que David Olguín materializa la obra y la hace suya. No es necesario el espectáculo antipático de Salarino y su crisis financiera, ni añadirle muecas y aullidos a Porcia. La actuación y el espacio bastan para hipnotizarnos. No habría que caer en trucos que presuntamente trasladen la obra al siglo XXI: El mercader de Venecia es suya, mía, nuestra. No le falta ni le sobra una libra de carne humana. Pertenece al hombre desde que William Shakespeare la aterrizó con su pluma.
La puesta en escena estará en el Teatro El Milagro hasta el 4 de junio. Asistan.
Viera Khovliáguina
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