Es sábado. Te puedes dirigir a la calle de Florencia, ubicada entre Reforma y Chapultepec. El lugar, el famosísimo Taller, sigue existiendo a pesar de los años. Considerado el primer bar gay “rudo”, por decirlo de alguna manera, el lugar te recibe con los brazos abiertos. Cuando llegas a la puerta, ni siquiera te registran. Dos hombres musculosos te dan las buenas noches y te permiten la entrada. Una vez adentro, si eres joven y ligeramente atractivo, las miradas de hombres maduros se te van encima. Apenas te dejan pasar, pues la mayoría se ubica junto a la barra para tener acceso al alcohol y observar a las posibles víctimas que van entrando. Es muy común que en este paso de la experiencia, te encuentres a alguien conocido. La comunidad gay respeta ese dicho que rezaba: pueblo chico, infierno grande.
Si logras atravesar el tumulto de gente de la primera parte, puedes alcanzar la barra y pedir la típica cerveza. Tienes la opción de quedarte ahí, recargado, esperando que alguien se acerque a platicar o fundirte en el baile de los demás. Dos televisiones suspendidas en el techo transmiten videos de artistas pop, desde Madonna hasta Paulina Rubio. Cuando llegan las clásicas, la mayoría grita de emoción y aceleran sus pasos de baile. Tú puedes adoptar dos papeles: el mamón que sólo quiere que lo vean o el accesible que se pone a bailar y sonríe a todo espécimen que va pasando.
Dan las once de la noche y una voz anuncia que Rubén está a punto de salir. Cualquiera tendría problemas en imaginar que un stripper pudiera bailar en un espacio tan reducido. Pero en El Taller se puede todo, y todo se puede bien. De pronto, un hombre vestido de astronauta se abre paso entre la gente y llega a una esquina. Comienza a contonearse al ritmo de la música y poco a poco retira la ropa. Muestra sus piernas gruesas, sus poderosos pectorales y la entrepierna que es resultado de un calcetín, porque en la vida real (esto lo dice alguien del público) lo tiene bastante pequeño. Lo sabe de primera mano.
Los asistentes se vuelven locos con Rubén y cuando termina su show, todo mundo quiere más. Pero no se desesperan. Lo mejor está a punto de llegar.
De nuevo, la voz anuncia que El Almacén, la sección del sótano, ya se encuentra abierta. Tienes que pasar por los baños y bajar unas escaleras. Aquí el ritmo de la música y el ambiente cambia. Un láser verde y pantallas transmitiendo películas pornográficas son las únicas posibilidades de iluminación. La música ha cambiado de pop a electrónica subida de grados. En esa oscuridad, apenas se pueden observar los rostros de los asistentes. No importa, ese es el caso. Lo que el ambiente del Almacén quiere decir es que no importa cómo luzcas, si eres feo o guapo, gordo o con lavadero. Con que seas un cuerpo, con eso tienes para una noche desenfrenada.
Para la una de la mañana, aquello se ha convertido en un rave underground de categoría discutible. Desconocidos se besan, se tocan, se invitan tragos. Ahora eres parte de una gran familia que durará sólo un par de horas más. Cada treinta minutos sale un stripper que se coloca encima de la barra. La rutina que se muestra es diferente a la del Taller. Aquí, el sujeto, se quita todo. Muestra el delirio de tantos hombres que, embobados, con las bocas abiertas, lo tocan y lo acarician. El sujeto se deja, a sabiendas de su poder. Ese espectáculo podría ser demasiado, pero nunca lo es, en realidad. Para los dos de la mañana, dos hombres se montan en la barra y tienen sexo. Y la admiración que logran ante los asistentes es brutal. Nadie quiere perderse un detalle del acto.
Si has bebido más de siete cervezas y has escuchado el techno subido de grados y te has embriagado con las imágenes del porno transmitido, del sexo en vivo o del show de strippers, es posible que El Taller y El Almacén hayan logrado su objetivo: volverte un estúpido deseante. Un estúpido deseante que ojalá tenga a alguien con quien descargar lo que se le ha encendido en las entrañas. Si no, te sentirás más solo y frustrado que de costumbre.
Abraham Miguel
Artículos recientes por Abraham Miguel (see all)
- Finales heroicos: entre Charles Dickens y The Dark Knight Rises - 11/04/2016
- El elemento vampírico en ‘Cumbres Borrascosas’ - 18/05/2015
- El legendario “Taller” de la Zona Rosa - 27/04/2015
Deja un comentario