Siempre es difícil analizar un texto canónico. ¿Qué más se puede decir que no se haya dicho? Un ejemplo de ello son las novelas de las hermanas Brontë. La academia inglesa ha analizado la obra de Charlotte, Emily y Anne exhaustivamente. La cantidad de tesis y artículos que abordan algún eje temático de su trabajo literario es brutal. Seamos sinceros, a veces resulta complicado encontrar la posibilidad de decir algo novedoso de unos libros tan revisados. Sin embargo, no por enfrentarnos a semejante aparato crítico debemos olvidar las positivas líneas de Italo Calvino: “un clásico es una obra que no ha dejado de decir lo que tiene que decir”.
La obra de las tres solitarias hermanas de los páramos de Yorkshire se sigue leyendo con fascinación, tanto por la crítica como por el público general. Vamos, son tan famosas que hasta en Twilight, el híbrido brontëano chafa de Stephenie Meyer, se citan.
Menciono todo lo anterior porque en mi última relectura de Cumbres Borrascosas pensé que había descubierto algo increíble. Debo reconocer antes de continuar que, ya con cincuenta páginas leídas, el libro no me estaba diciendo mucho, lo cual, por supuesto, me asustó. Una de mis novelas favoritas corría el riesgo de presentárseme aburrida. Confirmaba que la estructura narrativa oblicua, como la llama don Sergio Pitol, es uno de los grandes atractivos. Pero no lograba encontrar más. La apasionada relación entre Heathcliff y Catherine ya no me seducía. De hecho parecía exagerada. ¿Un lazo construido en la infancia que atraviesa el tiempo y lleva a los personajes a la locura pasional es un tema que se sostiene hoy en día? Independientemente del artificio romántico propio de la novela de Brontë (pasiones exacerbabas, las pulsiones de vida y muerte y azotarse contra las paredes por un amor imposible) que justifica su intensidad, la verdad del asunto es que, lejos de mostrarse como un texto vital, me dio un ramalazo de bostezos.
No obstante, al pasar a la segunda parte de la novela, cerca de la muerte de la insoportable Catherine, el libro se transformó y me detonó varias inquietudes: ¿a dónde se va Heathcliff cuando se entera que Cathy se ha casado con Edgar Linton? ¿Por qué regresa transformado? ¿Por qué cuando vuelve a Cumbres Borrascosas y al estar cerca otra vez de Catherine, ésta cae enferma, consumiéndose en un extraño delirio? Digo, ya sé que en esa época la gente se moría hasta por ver un cielo de gris o por un chubasco, pero de todas maneras sigue siendo too much. Continúo. ¿Cómo es posible que cuando Heathcliff abre la tumba de su amada la encuentre prácticamente igual, si para ese momento ya había pasado bastante tiempo? ¿No es bastante rara la forma en la que el famoso héroe byroniano se comporta en sus últimos días? ¿Qué se puede decir de sus escapadas nocturnas? ¿De su aspecto demoniaco antes de morir? Y, lo más importante de todo: ¿por qué la nana que desembucha toda la historia de las cumbres lo compara dos veces con un vampiro?
Claro, me dije. ¿Qué tal si hemos estado leyendo mal la novela de Brontë y, en el fondo, más que un relato transgresor (victorianamente hablando) es una extraña historia sobre vampiros? Ante la supuesta genialidad que mi descubrimiento me imponía, corrí a Dios Google para comprobar si lo que yo estaba pensando era una locura, un territorio fascinante que aún estaba por explorarse o una idea que ya otros brontëanos habían tratado. (Sí. Recomiendo que cuando se nos ocurran cosas geniales, las googleemos. Versos, tesis, letras de canciones o frases pa’l Twitter.)
Descubrí que no estaba tan equivocado. El vampirismo de Cumbres Borrascosas es un tema que se ha abordado muchísimo. La mayoría de los estudios sobre el asunto hablan principalmente de dos vampirismos, el de Catherine y el de Heathcliff. Ambos parten de que el concepto vampírico es un elemento que expande y beneficia la lectura del texto como un tratado sobre la expresión y represión de los impulsos.
Es difícil hablar de los orígenes de la figura vampírica y de la influencia que el folclor de ese entonces tuvo en Emily Brontë a la hora de la escritura. Sin embargo, como la mujer se la pasaba encerrada devorando libros, existe la posibilidad de que haya tenido contacto con textos que exploraban el concepto del vampirismo como, por ejemplo, El vampiro de John Polidori. El intercambio de energía entre el chupasangre y la protagonista crea un lazo de intercambio energético ligeramente similar al que se presenta en Cumbres Borrascosas. Lo que sí sabemos es que fue gran lectora de Coleridge y Keats (no olvidemos sus poemas con personajes vampíricos) y que es muy probable que haya tenido acceso a la saga de Varney el vampiro publicada en 1845. Cabe mencionar que en este folletín victoriano se presenta por primera vez a un vampiro dueño de poderes hipnóticos y horrorizado por el ajo.
Para Juliet Parker, especialista en Brontë, la escritura de Cumbres Borrascosas se encuentra muy influida por las narraciones y poemas de Gondal, la pequeña antología de textos en donde Emily ensayó sus destrezas poéticas, pero también la formación de sus personajes. También se sabe que tenía un gran interés por la cultura alemana y su tradición romántica (quizás, por ahí, descubrió el significado de la palabra vampir).
Por decirlo de otra manera, existe una gran posibilidad que la inclusión del término vampiro en la novela no sea una simple metáfora. No se trata, por supuesto, de la concepción vampírica actual, en donde los chupasangre van a la prepa y brillan bajo el sol.
Siempre tenemos en la memoria la construcción del modelo vampírico decimonónico explorado por Joseph Sheridan Le Fanu en su Carmilla y por Bram Stoker en Drácula, por mencionar dos ejemplos famosísimos cuyos personajes sedientos de sangre se presentan seductores. Pero la semilla de todo este rollito pudo haber comenzado con el buen John Milton y su Paraíso Perdido, ya que en él se sugiere el arquetipo de una nueva belleza, la del polémico Satán, el chico malo por excelencia. Y con la llegada de Lord Byron y su famosa poética basada en sexo, drogas y rock & roll, esa concepción del hombre fatal se nutrió de aspectos góticos y, en palabras de Goethe, hasta demoniacos. El modelo literario del héroe byroniano tomó vigor bajo la estética de lo horroroso y creó un posible derivado: el hombre fatal que muerde y chupa sangre. No es de a gratis que Byron sea uno de los primeros en escribir un cuento sobre vampiros, pues.
La tesis que quiero compartir (y que, como dije al inicio, no es nada nuevo bajo el sol) es que es altamente probable que Emily Brontë haya querido escribir un relato vampírico. El modelo narrativo oblicuo de la novela, gracias al cual nunca accedemos de forma completa a la verdad del relato, instaura un misterio. Todo se lee entre líneas y debemos confiar en la más o menos adorable Nelly, la nana, que si bien nos lleva de la mano por la historia de las cumbres, tiene sus añitos y pudo haber pasado por alto o exagerado algún detalle. La especulación es enorme, todo queda velado.
En Vampiric Discourse in Emily Brontë´s Wuthering Heights de Gilian Nelson, se anuncian dos vampirismos: el lazo creado por Heathcliff y Catherine de niños y el lazo de cuando los dos ya alcanzan el timbre. Esa unión generada desde la infancia hasta la adultez crea una dependencia entre ambos personajes que establece el nudo vampírico: no pueden vivir separados. El establecimiento de una simbiosis, un “bound”, es una de las características que observamos en mucha literatura de vampiros. Una vez que se crea esa unión, dividirla conlleva a la destrucción de ambos personajes, pues, como establece el término simbiosis, los dos se necesitan entre sí para vivir.
Recordemos que por la convención social Catherine y Heathcliff no pueden estar juntos y no pueden vivir su pasión. Lo que la Nelson dice en su ensayo es que los personajes que más expresan su vampirismo son también los más reprimidos. La posibilidad de que ese lazo formado en la infancia desaparezca, lleva a ambos personajes a cometer actos extremadamente pasionales con su buena carga de locura. Cuando Catherine se entera que Heathcliff regresó a Cumbres Borrascosas y este la va a visitar, cae enferma. No pueden estar juntos, lo cual crea un delirio en Catherine. Algunos críticos lo llaman depresión. Si seguimos la premisa vampírica, su patética caída en cama significaría que su otra mitad le exige una conexión simbiótica y una liberación de sus pasiones pero, al no lograrlas, la conduce derechito a la muerte.
Por mencionar un ejemplo, tenemos la famosa escena en la que Heathcliff visita a Catherine días antes de su fallecimiento. En palabras de Nelly, la imagen de ese arrebatado abrazo nos sugiera interpretaciones sospechosas:
Un instante estuvieron separados y luego, cómo se juntaron apenas lo vi: Catherine dio un salto y él la cogió, uniéndose en un abrazo del que pensé mi ama no saldría con vida. En realidad, la vi ante mis ojos sin sentido.
Él se dejó caer en el asiento más próximo, y al acercarme presurosa para ver si Catherine se había desmayado, lanzó un gruñido, echando espumarajos como un perro rabioso, y la atrajo hacia él con celosa avidez. No me parecía estar en compañía de una criatura de mi misma especie. Daba la impresión de que no me entendería aunque le hablara, así pues me aparté, y muy desconcertada, guardé silencio.
La propia nana, inmersa en ese mundo apasionado, se sorprende de semejante arrebato y no sabe si lo que tiene frente a ella es netamente humano. La premisa de la simbiosis puede comprobarse con las líneas que siguen en la novela, quizás de las más famosas: “Yo no he destrozado tu corazón, tú lo has destrozado, y, al hacerlo, has destrozado el mío.”
El papel de Catherine como heroína victoriana chupasangre se ha analizado con creces. Julie Ann Thilmany reconoce la creación del vampiro femenino por Brontë. Gracias a la temible Catherine vampira, se pueden comentar y criticar los roles de las mujeres en el siglo XIX. Había una negación a vivir las pasiones y la sexualidad. Para Gilbert y Gubar, las autoras del ahora medio pasado de moda The madwoman in the attic, el hecho de que Catherine acepte la propuesta de matrimonio de Edgar Linton la coloca en el papel del después llamado “Angel in the house”. Excelente esposa y dama. Emily Brontë dirá, entonces, que el único destino para esa posición es la muerte.
Por otro lado, si bien el lazo creado por ambos protagonistas nos ayuda a fomentar la interpretación vampírica, no debemos olvidar a Heathcliff, figura terrible y central de todo lo que pasa en la novela. No sabemos nada de su origen, de sus años de retiro y de sus escapadas en las noches previas a su muerte. Lo que sí sabemos, de nuevo, gracias a la muy impresionable Nelly, es que desde niño tenía un aspecto extraño, tan moreno que más bien “parecía el diablo” y que cuando regresa años después de su desaparición “una ferocidad semicivilizada se ocultaba todavía en sus contraídas cejas y en el vivo fuego infernal de sus ojos, pero estaba reprimida”. Para el final de la historia, el aspecto de Heathcliff cambia. Se vuelve terrorífico, más cuando sus misteriosas salidas nocturnas aumentan:
La luz del fuego resplandeció en su rostro mientras hablaba. ¡Oh, señor Lockwood, no puedo expresar el terrible sobresalto que me causó ver aquella momentánea visión! ¡Aquellos ojos negros tan profundos!¡Aquella sonrisa y palidez espectral! No me parecía que era el señor Heathcliff, sino un duende. En mi terror incliné la vela hacia la pared y me dejó a oscuras.
Más adelante, menciona:
¿Será un trasgo o un vampiro? Pensaba. Yo había leído sobre esos odiosos demonios encarnados. Entonces me puse a reflexionar cómo yo le había atendido en su infancia, vigilado su crecimiento hasta la adolescencia, y seguido casi en toda su vida, y qué absurda tontería era ahora ceder a esa sensación de terror. Pero ¿de dónde ha salido esta negra criaturita que un día un hombre bueno recogió para su propia ruina?
Heathcliff no quiere comer, se siente satisfecho, clava su mirada en las cumbres y sonríe como si observara algo. Cuando lo hace, muestra los dientes y, de nuevo, se niega a dar explicaciones de sus parrandas nocturnas. ¿A dónde va? ¿Por qué Emily Brontë enfatiza estas escenas e insiste en que Nelly se atemorice ante Heathcliff y no comprenda lo que está pasando con él? Es muy probable que Heathcliff sea en realidad un peligroso y amenazante vampiro que sale a alimentarse por las noches, pero que no logra saciarse. Lo único que le proporcionaría paz sería una nueva simbiosis con Catherine. Pero como la caprichosa mujer ya ha fallecido, la posibilidad de que estén juntos es únicamente concebible en el otro mundo. Tal vez Catherine ya lo estaba esperando y él es consciente de ello. De esa forma, ambos vampiros lograrían su comunión en el más allá y el concepto del amor después de la muerte (idea que refuerza que mucha gente vea a la novela como súper azotada y sentimentaloide) quedaría sustentado.
He hecho un recorrido bastante sintético de lo que se ha escrito sobre el vampirismo en Cumbres Borrascosas. Es un tema que está ahí, llamando la atención de los admiradores de la literatura de las hermanas Brontë, pero que a lo mejor no fomenta a que se lea mejor una obra que ya, sobra decir, es un clásico. ¿Le hace falta otra interpretación a la única novela que escribió la enorme pequeña genio de Yorkshire? Quizás no. Aunque reconozco que imaginar que la Emily escribió con toda la intención una novela de vampiros le da endorfinas a mi cerebro.
A final de cuentas, todo lo que se ha escrito sobre el vampirismo en Cumbres Borrascosas puede ser ociosidad. Nunca sabremos con seguridad lo que Brontë quiso realizar como fin último en su libro. El problema es que la novela nos provoca tanto que es imposible que los admiradores de semejante texto nos callemos la boca.
Quiero mencionar algo más: proponer que se lea como una apasionante novela de vampiros debe parecer una locura, ya que en nuestros días, lo que el mundo menos necesita es otra saga que hable de bebedores de sangre. Sin embargo, llama la atención que dicho fenómeno que se fundamenta en la expresión de lo reprimido esté tan moda en la actualidad (y conste que no estamos en la época victoriana, ¿eh?). La creación del prototipo vampírico puede ser un mote que se le puso a todos aquellos seres que son arrastrados por una pasión loca que no se calma ni con los años y ni con un buen chapuzón de agua fría; de ahí, creo yo, que sea una figura que nos siga fascinando, pues alejarse de las convenciones sociales, morder cuellos de gente bonita y dejarles uno que otro chupetón por el cuerpo son actividades placenteras que nunca pasarán de moda.
Como sea, represiones tenemos todos y siempre nos quedamos con ganas de algo o de alguien. Que lance la primera piedra quien no.
@AbramDominguez
Abraham Miguel
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MaGa Castillo dice
Considero que dentro del marco de las relaciones todos somos vampiros, nos nutrimos de los otros. Hay un tipo de vampirismo al que se le ha denominado emocional, que a mi gusto va más allá de una metáfora. Es esa necesidad del otro, de no saciarte de su presencia y en los casos más “intensos” ni de su ausencia. Te resta energía, salud y a veces cordura. No hay sangre, no hay un maltrato evidente pero estos factores existen bajo el sentido de un influjo que nos posee, nos devasta y agota. Uno muere, por así decirlo de forma emocional si se opone a tal situación en donde se queda a merced de los deseos del otro, de las necesidades del otro, de la vida del otro. Si por fortuna te libraste de una relación así, la añorarás como algo que por ser imposible para la propia sanidad se le adjudica un valor que estará por encima de cualquier otra que se establezca en el futuro. Aunque por amor propio y afianzándose en una pequeña roca de sanidad te alejaras lo más posible, y de ser necesario usarás ajos en la ventana, símbolos que te protejan sin lograrlo del todo, porque, seamos sinceros nos encantan los chicos malos. Saludos!