Zombies en Haití, enterrados prematuros, el verdadero Frankenstein, organismos resucitados y vidas preservadas por criogenia. Todo podría ser más que ciencia ficción.
Desde tiempos remotos en que la mitología griega vibraba con toda su intensidad y la poderosa imaginación de los antiguos producía seres tales como Asclepio, el dios de la medicina con la habilidad de revivir a los muertos, el ser humano ha fantaseado con la idea de tener el poder de traer de nuevo a la vida a aquellos que ya han dejado de existir.
A partir de ese entonces el ser humano, con su interminable y siempre innovadora imaginación, y con mucha ayuda de la madre naturaleza, ha creado seres tan fantásticos como los muertos vivientes o zombies, al monstruo del Dr. Frankenstein, e incluso ha traído de la tumba a difuntos y ha hecho experimentos secretos para revivir a los muertos.
Pero quizá todo esto no sea ficción, después de todo, y la obvia línea que separa la fantasía de la realidad se comienza a desdibujar, pues al parecer sí han existido los zombies; un científico loco trajo a la vida a los muertos, seres humanos que revivieron después de abrirse su ataúd, y gobiernos que realizaron procedimientos médicos con el fin de darle vida a lo que ya había fallecido.
Los zombies de Haití
Era una tranquila tarde de enero de 1980, en Gonaives, una villa del Caribe, cuando algunos de sus habitantes observaron con terror a un hombre harapiento y empolvado vagando en estado de shock y de manera errática. Todos sabían quién era y no habría tenido nada de sobresaliente de no ser porque aquel hombre llevaba varios años muerto. Este es el primer registro que se tiene de la existencia de un zombie.
La historia de Clairvius Narcisse (1922-1994), comienza el dos de mayo de 1962, día en que fue enterrado tras declarárselo clínicamente muerto. Se le encontró dieciocho años después vagando por ahí, y la policía lo interrogó para aclarar el misterio. Según el propio Narcisse, fue envenenado y el día posterior a su “muerte”, fue desenterrado para darle una pasta de Datura, una planta alucinógena que causa perdida de memoria. Al parecer todo fue obra de un bokor ó brujo hechicero, quien lo esclavizó para trabajar en plantaciones de caña hasta que el bokor murió en 1964 y Narcisse logró escapar.
Otro caso, así como muchos más que se cuentan posteriores a Narcisse, es el del adolescente Wilfred Doricent, quien muriera después de terribles convulsiones. Diez días después regresó de la tumba en estado zombie, por lo que la aldea culpaba al tío del chico, un conocido brujo vudú.
La zombificación es una parte de la religión vudú y la existencia de zombies está ampliamente aceptada en Haití, de tal manera que en la constitución de ese país existe una ley que prohíbe y considera ilegal convertir en zombie a las personas; como consecuencia, las familias tienen las tumbas de sus seres queridos en sus jardines para así evitar que un bokor los regrese a la vida como zombies.
Así como en el caso de Wilfred Doricent, parecía que un halo de misterio rodeaba a Narcisse y muchas preguntas estaban sin responder.
El antropólogo y etnobotánico Wade Davis, doctor por la Universidad de Harvard, parecía ser el hombre indicado para resolver el misterio cuando la Fundación Nacional de Ciencia de los Estados Unidos (NSF, por sus siglas en inglés) y el Museo de Botánica de Harvard decidieron apoyar un proyecto para corroborar científicamente la teoría de que una potente droga fuera la responsable de la experiencia zombie de Narcisse, y que ésta misma bien podría tener un uso médico en anestesiología si se obtuvieran muestras, se analizaran y se estudiara su mecanismo fisiológico.
Uno de los hallazgos de Davis es que los bokor, durante sus ceremonias y llamativas demostraciones de poderes sobrenaturales, hacían uso de un polvo blancuzco, el cual contenía los siguientes ingredientes: restos de huesos humanos, gusanos, sapos venenosos, plantas tóxicas y un ingrediente secreto.
El ingrediente secreto resultó ser el pez globo. Pero ¿por qué lo usaban los bokor? Para contestar esta pregunta es necesario saber un poco de la biología de este organismo: es muy lento y nunca escapa de sus depredadores; debido a sus brillantes y hermosos colores es muy llamativo, lo cual resulta anti intuitivo y funciona como un mecanismo de defensa conocido como aposematismo (contrario al camuflaje), que emite señales de advertencia para confundir e inducir temor a sus depredadores. Y por si no fuera suficiente, puede inflar su estómago extremadamente elástico, ya sea con agua o aire, exhibiendo una peligrosa formación de espinas que mata por estrangulación a cualquier animal que ignore las señales de advertencia y ose tragarlo. Pero tiene aún otro mecanismo más poderoso.
En Japón, la carne del pez globo es considerada una delicia y se conoce como fugu, mientras que en China el platillo se llama hétún, y en Corea del sur se le tiene por un manjar con el nombre de bok, donde únicamente chefs calificados pueden preparar el costoso alimento, ya que el organismo tiene un poderoso veneno y sólo ellos saben cuáles son las partes comestibles.
En 1989, los científicos Benedek y Rivier de la Universidad de Lausanne, Suiza, analizaron el polvo “mágico” usado por los bokor mediante cromatografía de gas y cromatografía líquida de alta presión (técnicas para separar individualmente sustancias químicas a partir de una mezcla compleja) acoplado a un espectrómetro de masas (que identifica exactamente la masa de cada sustancia como si fuera su huella digital), donde los resultados publicados en la revista Toxicon, revelaron que, como ya se sospechaba, el polvo contenía la sustancia llamada tetradotoxina.
La tetradotoxina o TTX es una potente neurotoxina que se encuentra en animales marinos de la familia Tetraodontidae, cuyo nombre científico hace referencia a cuatro largos dientes que poseen y se hacen visibles cuando se inflan.
El primer registro que se tiene de la acción de la TTX fue llevado a cabo por el famoso capitán James Cook en 1774, cuando la tripulación comió una especie de peces globo y los restos se lo dieron a los cerdos. Al día siguiente, toda la tripulación experimentaba grandes malestares y los cerdos yacían sin vida.
Al igual que un objeto que obstruye la corriente de agua en una tubería, la TTX bloquea unas proteínas en forma de barril llamadas canales de sodio, localizadas en la membrana celular, impidiendo que fluya el sodio al interior de las células y se forme una corriente eléctrica que se denomina potencial de acción y es el causante de la comunicación eléctrica entre las neuronas, así como del movimiento de los miocitos, las células contráctiles del corazón. Es de imaginarse que si se bloquean estos canales, el corazón se para y la comunicación del sistema nervioso falla ocasionando graves consecuencias en el organismo.
La TTX comienza su efecto treinta minutos después de ser ingerida. La muerte usualmente ocurre entre cuatro y seis horas y, si la víctima sobrevive las primeras veinticuatro, la recuperación no estará completa hasta después de varios días. Por vía oral se necesitan 25mg. para matar a una persona de 75kg., mientras que por vía intravenosa únicamente son necesarios 0.5mg. No siempre es fatal, pero dosis altas pueden dejar a una persona en un estado cercano a la muerte por varios días mientras permanece consciente, lo cual explica el honesto error de haber considerado que Doricent y Narcisse habían muerto.
Actualmente no existe algún antiveneno para la TTX, pero hay algunos avances según el Instituto de Investigación Médica para Enfermedades Infecciosas del Ejército de los Estados Unidos (USAMRIID, por sus siglas en inglés), en donde se ha desarrollado un anticuerpo específico para la toxina y estudios con ratas mostraron que el anticuerpo reduce de manera efectiva la letalidad.
Y aunque a la TTX no se le encontró un uso en anestesiología como se esperaba, sí resulto ser de utilidad para tratar el dolor asociado al cáncer. Además, ya que la neurotoxina también bloquea unos canales especiales de sodio en los miocitos que se denominan rápidos ―porque hacen entrar mucho más flujo de sodio del normal―, la tetradotoxina ha mostrado su potencial uso médico para tratar algunas arritmias cardiacas.
Se puede decir con toda seguridad que los zombies no son reales y más bien se puede atribuir esta historia a una combinación de la cultura y la religión del país, y por supuesto, a un curioso fenómeno bioquímico con inusuales consecuencias médicas. Recordemos que afirmaciones extraordinarias requieren de evidencias extraordinarias.
El entierro prematuro
En uno de sus más famosos cuentos, Edgar Allan Poe, mediante su elocuente imaginativa en “El entierro prematuro”, nos hace experimentar la aterradora experiencia de una persona que habiendo entrado en un estado comatoso y sin signos vitales evidentes, es enterrada viva pero aún con la capacidad de percibir lo que está sucediendo a su alrededor, consciente, describiendo sus sensaciones y todo el suceso de eventos que lleva a su entierro.
Esta es una condición médica muy rara y curiosa en su naturaleza que se conoce como catalepsia. Puede ser consecuencia de algunos trastornos médicos como la enfermedad de Parkinson y la epilepsia, así como un síntoma característico del síndrome de abstinencia en pacientes que estén en tratamiento para dejar de consumir cocaína. También puede ser causada por la esquizofrenia y el tratamiento con antipsicóticos como el haloperidol y el anestésico ketamina.
Los síntomas incluyen: cuerpo y miembros rígidos, los cuales permanecen en la misma posición cuando se mueven, nula respuesta a estímulos visuales y táctiles, pérdida del control muscular y desaceleración de las funciones corporales como la respiración, la digestión y el latido cardíaco, de tal suerte que la persona afectada parece haber fallecido.
La gravedad de la enfermedad radica en que la persona puede ser sepultada con vida y despertar en cualquier momento, razón por la cual en el siglo XIX los familiares de los difuntos pedían colocar campanas encima de la tumba, de tal manera que pudieran ser accionadas desde el ataúd en caso de que la persona enterrada hubiese sido confundida como muerta cuando en realidad sufría de un ataque de catalepsia. Algunas veces se desenterraban los ataúdes y al abrirlos se tenía la desagradable sorpresa de que la víctima había arañado el interior del ataúd en signo de desesperación antes de morir por asfixia.
En la prensa dominicana se cuenta el caso de una joven de veintitrés años de edad. Los médicos la declararon muerta con diagnóstico de infarto al miocardio. Después de que la enterraran, un médico examinó el cadáver exhumado de la joven y confirmó que había muerto asfixiada dentro del ataúd.
Normalmente, un ataque de catalepsia puede durar hasta tres días, en los cuales la persona en estado de muerte aparente podría ser enterrada y despertar ya dentro del ataúd. Sin embargo, los avances tecnológicos han hecho casi imposible que un individuo sea enterrado en medio de un estado de catalepsia.
El verdadero Frankenstein
Al igual que su contraparte imaginaria Victor Frankenstein, el científico Giovanni Aldini nació hacia finales del siglo XVIII en Italia, y al igual que su tío Luigi Galvani, quien descubrió los principios de la celda galvánica inventada posteriormente por Alessandro Volta, mostró gran interés en lo que Galvani denominó como electricidad animal. Galvani demostró que, aplicando una pequeña corriente eléctrica a la médula espinal de una rana muerta, se producían contracciones musculares en los miembros de la misma y se podía lograr que las patas, aunque separadas del cuerpo, se movieran igual que cuando el animal saltaba en vida. Mediante repetidos experimentos, Galvani se convenció de que lo que se observaba era el resultado de lo que llamó electricidad animal.
Así que Aldini comenzó su larga investigación en galvanismo y su experimento público más famoso, aplicando la técnica de electro-estimulación de miembros de cadáver, tuvo lugar en la real escuela de cirujanos de Londres en 1803 sobre el cuerpo del recién ahorcado criminal George Forster.
Ante una gran audiencia en la que figuraban eminentes médicos y curiosos, así como la prensa, Aldini tomó dos varillas conductoras que estaban conectadas a una enorme batería de zinc. Cuando tocó la boca y el oído de Forster, la mandíbula comenzó a temblar, los músculos sufrieron terribles espasmos al contraerse y el ojo izquierdo repentinamente se abrió.
En la parte siguiente de la demostración, el clímax llegó cuando Aldini probó las varillas en el recto del cadáver, ocasionando que su mano derecha se levantara furiosamente, sus piernas comenzaran a dar patadas y su espalda se arqueara violentamente, dando la impresión de que el fallecido revivía.
Algunos espectadores realmente creyeron que Forster estaba a punto de volver a la vida; sin embargo, Aldini nunca admitió que podía resucitar a un muerto. En la práctica, se limitó a explicar que el galvanismo “ejerce un poder considerable sobre el sistema nervioso y muscular”. Además, fue un gran defensor de la energía eléctrica como método médico, ya que la aplicó en tratamientos para la parálisis, el reumatismo, como purgante y como método de emergencia para resucitar ahogados, lo que sentó las bases del moderno desfibrilador que ha salvado incontables vidas.
Experimentos sobre el resucitamiento de organismos
Disponible en YouTube bajo el nombre en inglés: Experiments on the revival of organisms, se presenta un documental realizado en 1940 en la desaparecida Unión Soviética y narrado por el famoso biólogo J. B. S. Haldane. En él, dos experimentos sobresalen por su naturaleza:
(Un aparato clave para estos experimentos es el llamado ortoeyector, un mecanismo que conjunta bombas, pistones, mangueras y depósitos que hacen circular la sangre hacia el cuerpo del organismo.)
Durante el experimento número 1, se muestra una cabeza de perro aislada que es mantenida viva únicamente con ayuda del flujo de sangre del ortoeyector. Los científicos presentes prueban cómo reacciona la cabeza ante distintos estímulos externos como ruido, olores, sabores e incluso parpadea cuando un objeto es puesto en contacto con la retina.
En el experimento número 2, se desangra a un perro de manera controlada mientras muestran sus signos vitales (ritmo cardiaco y respiración), hasta el momento de la muerte clínica a partir del cual cuentan diez minutos con cronómetro y ponen en funcionamiento el ortoeyector para regresar la sangre al cuerpo del perro. Con el paso de los minutos, se observa que poco a poco, los latidos del corazón comienzan a aparecer, y la respiración vuelve lentamente hasta que el perro se mantiene con sus propios recursos. El perro, aunque débil, se recupera en el transcurso de algunos días hasta volver a caminar, correr, brincar y comer con normalidad.
En el experimento 1, solo se muestran diagramas del procedimiento general, sin que nunca la cámara muestre la cabeza del perro realmente aislada, conectada a los tubos y al ortoeyector. Este hecho da la impresión de que el resto del cuerpo del perro se encuentra por debajo de la mesa de cirugía, oculto bajo una manta.
En el experimento 2, pudieron haber editado el material filmado, o bien, grabar con otro perro de la misma raza. Y suponiendo que el experimento sea real, se debería tomar en cuenta el daño que una privación de oxígeno ocasionaría al cerebro en el transcurso de esos diez minutos de espera antes de encender el ortoeyector.
En contra de nuestros más fervientes deseos de revivir a los muertos, los experimentos que se muestran en este documental podrían no ser otra cosa que un artilugio de la extinta Unión Soviética para enaltecer y exagerar las bondades de su régimen y su supuesta superioridad respecto a los avances tecnológicos occidentales.
Una muy fría esperanza
La ALCOR Life Extensión Foundation es una compañía estadounidense fundada en 1972, que aboga, promueve y realiza investigación en criónica. La criónica se puede definir como la práctica de conservar pacientes, a los cuales la medicina actual ya no es capaz de mantener con vida, mediante el uso de temperaturas muy bajas hasta que su reanimación y recuperación sea posible con la tecnología avanzada del futuro. Tal vez nos venga a la mente una muy sonada leyenda urbana la cual asegura que Walt Disney está siendo conservado por este método. Aunque en realidad fue cremado.
Si bien ALCOR se denomina a sí misma una compañía sin fines de lucro, si alguien optara por quedar en criogenia sería un proceso muy costoso: 200,000 dólares en el proceso de criopreservación del cuerpo completo, 80,000 dólares para la neurocriopreservación y 50,000 en derogaciones legales a pacientes no estadounidenses.
Lejos de ser una ciencia, la criónica es una práctica vista con mucho escepticismo por la comunidad científica y aún no se ha demostrado que funcione. Dicho escepticismo está fundamentado en dos grandes obstáculos que es crucial sortear para que la criónica sea factible.
El primero de ellos es el de la hipoxia cerebral, un reducido suministro de oxígeno al cerebro que a largo plazo puede producir muerte celular de neuronas y, por lo tanto, un daño cerebral irreversible.
El segundo y no menos importante es la muerte teórica de información. Este concepto se refiere a una destrucción del tejido cerebral humano y de la información contenida en él de forma tan extensa, que la recuperación de la personalidad original se vuelve teóricamente imposible por cualquier medio físico. Es decir, la persona que una vez fuimos, nuestro carácter, ideales, sueños, identidad, deja de existir y ya no puede recuperarse.
Si los métodos criónicos no pueden ser aplicados antes de que la muerte teórica de información ocurra, o si los procedimientos mismos de criopreservación causan la muerte teórica de información, en tal caso la criónica no puede ser factible. Además, se tendría que desarrollar toda una tecnología para regenerar el tejido y generar un cuerpo nuevo a partir de la cabeza criopreservada, lo cual hasta ahora es solo ciencia ficción. Actualmente ALCOR, ubicada en el estado de Arizona, acepta donaciones anatómicas para investigación, tiene 79 pacientes y 33 mascotas en criopreservación, pero nunca se ha demostrado la viabilidad de sus métodos.
Un futuro sin muerte
¿Es imaginable un mundo en el cual no exista la muerte?
Según la Oficina de Censos de los Estados Unidos, diariamente hay 356,201 nacimientos y 153,781 muertes a nivel mundial, de tal manera que el crecimiento neto poblacional es de 202,419 individuos en un solo día.
Si la muerte fuese erradicada, experimentaríamos un crecimiento poblacional de 509,982 personas por día; y lo que en un año el crecimiento normal neto sería de 72,720,000 personas, y se igualaría la población mundial actual en poco más de 100 años. Sin la muerte llevándose a todos, en solo diez años la población mundial aumentaría en la cantidad exorbitante de 1,832,400,000, casi dos billones de personas más. Lo que significa que en solo 38 años estaríamos rebasando la misma cantidad de seres humanos que hoy existen en el planeta: no siete, sino catorce billones de personas.
Al observar el número de personas que mueren en un solo día (dejando de lado prejuicios y tabúes religiosos y sociales), surge la pregunta de la posibilidad de aprovechar en alguna forma todos esos cuerpos que bien pueden considerarse como un recurso natural renovable. Se estima que el valor en el mercado en dólares de un solo cuerpo humano con todos sus complejos componentes que sintetiza, como el ADN (9,700,000), anticuerpos (7,300,000), 32 óvulos (224,000), médula ósea (23,000,000), un riñón (91,000), corazón (57,000), un pulmón (116,000), etc., podría alcanzar los 45 millones de dólares. Estos datos recuerdan Un mundo feliz, de Aldous Huxley, donde se relata la historia de una sociedad futura que no enterraba a sus muertos sino que reciclaba los cuerpos para extraer el fósforo y usarlo como fuente de energía. ¿No sería mejor aprovechar todo ese material para el bien de la humanidad y de paso, recuperar el necesario espacio vital que se usa en cementerios para nuestras sobrepobladas ciudades?
Quizá algún día el revivir a los muertos o anular la muerte llegue a ser una ciencia, con todas sus implicaciones éticas, demográficas y económicas, pero hasta este día se roza aún con el arte del engaño, así que más vale un escepticismo saludable. Tal vez, la mejor manera de vivir después de la muerte sea todavía a través de las obras que dejamos detrás.
Ezequiel Alejandro Madrigal Carrillo
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