Ayer terminé la lectura de Ejercicios de Estilo de Raymond Queneau. El libro consiste en 99 versiones de la misma trivial historia.
De la misma forma que me sucede con los ingeniosos experimentos científicos, inmediatamente quise reproducir el ejercicio planteado por Queneau. Aquí les presento las cuatro primeras de mis versiones:
Notaciones
Ocho de la noche a un costado de la Alameda Central. En uno de los puestos de la banqueta de Av. Juárez, un señor de pelo cano y chamarra de piel le compra un elote a su hija de cinco años. Cuando la vendedora, peinada con una trenza y de delantal azul, le entrega el elote a la niña, ella accidentalmente lo suelta, dejándolo caer. El padre se niega a pagar por el alimento. Violentamente se alejan bajo gritos e insultos de la vendedora.
Dos horas más tarde, cuando vuelvo a pasar por el mismo lugar, un grupo de granaderos confisca el puesto de la vendedora de elotes. Suben todo en la parte de carga de una camioneta y cuando ya se alejan comienzan a sacar elotes de la olla de aluminio.
Metafóricamente
La tarde moría. A un costado del boscoso oasis del centro de la ciudad, escuché rugir a un lobo en el estómago de una pequeña niña. Exigía ser alimentado. En uno de los puestos del tianguis azteca que ahí se encontraban, su padre cazador reclamó una mazorca de dientes dorados para satisfacer el hambre de su retoño. Una delgada capa de aire impidió a la niña tomar el alimento del que está hecho el hombre. El padre se niega a entregar plateadas monedas por el error de su hija. Víboras y culebras salen de la boca de la vendedora, mientras la pequeña familia se aleja.
Después de dos vueltas completas del minutero regreso al mismo sitio. Asaltantes vestidos de azul secuestran a los dientones hijos de la vendedora. Los trepan a una camioneta y ya en marcha de una mordida le arrancan la cabeza a varios de ellos.
Lítotes
En un puesto de elotes en una zona poco segura del DF, un señor le compra un elote a su hija. Al recibirlo de manos de la vendedora, la niña lo sostiene de forma no muy hábil. El elote cae al piso. Padre e hija se alejan sin pagar, dejando nada contenta a la vendedora. Dos horas más tarde, policías muy poco honestos confiscan el puesto de la señora y se comen varios elotes.
Por partida doble
Eran las ocho y aún tenía tiempo. Paseaba y caminaba por Av. Juárez y casi esquina con Eje central. Cuando pasaba y me encontraba justo frente al Hemiciclo a Juárez y a unos metros del Palacio de Bellas Artes, observé y escuché como un señor canoso y con arrugas en el rostro, de chamarra de piel y pantalones de mezclilla ordenaba y pedía un elote y unos esquites para su pequeña y bella hija. La vendedora y despachadora, de baja estatura y piel morena, que usaba delantal azul y reboso en el cuello le extendió y entregó los alimentos y productos a la niña y compradora. Triste y lamentablemente, la torpe y pequeña nena, los suelta y deja caer al suelo y banqueta. El papá reclama y se niega a pagar y responsabilizarse por el accidente y los costos. Con paso rápido y veloz, se alejan y retiran del puesto. La damnificada y enojada vendedora les grita y silba insultos e improperios.
Dos horas y veinte minutos después, cuando regreso y retorno por la misma ruta y camino, asombrado e indignado observo como un grupo de policías y granaderos cargan y suben a la parte posterior de una patrulla y camioneta todas las pertenencias y productos de la despachadora de elotes y esquites. Ya en marcha y movimiento, dos policías toman y apartan dos elotes que comienzan a morder e ingerir.
Fernando Galicia
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