Además de los libros que nos gustan y los que nos desagradan, existe un tercer tipo de lectura: aquella que nos molesta. En este caso el significado de “molestar” es más cercano al de “intrigar” e “incomodar” y no tiene necesariamente una connotación negativa.
Así pasa con Despertar con alacranes (Programa cultural Tierra Adentro, 2012), primer libro de Javier Caravantes (Atlixco, Puebla, 1985) compuesto de 12 agudos relatos en los que invariablemente se narran las decepciones, caídas y derrotas de personajes adolescentes, frágiles y vulnerables. Los cuentos de este primer libro de Caravantes son como fotografías instantáneas que capturan el momento preciso de una tragedia. Poco más sabemos de los personajes. De casi ninguno conocemos la apariencia y de algunos ni siquiera el nombre. Los relatos avanzan empujados por una prosa que privilegia las acciones sobre las descripciones y que no quiere cometer el pecado de contar más de lo esencial para entender el drama de sus personajes (algo que siempre se agradece).
A través de este estilo, Caravantes narra momentos cruciales, cercanos a la epifanía, en la joven vida de sus personajes. Sus historias son breves trozos de cuerda empleada casi en su totalidad para formar un fuerte nudo que en su mejor momento vemos tensarse y temblar sobre la página.
En “Armas”, el relato mejor logrado del libro, se cuenta la historia de un adolescente (tercer año de prepa) que a su corta edad ya busca escapar de un pasado tortuoso: el asesinato entre sádico y accidental, realizado junto a sus amigos, de un indigente en Atlixco, Puebla. Para huir de cualquier repercusión, el personaje cambia de ciudad (a Puebla, Puebla) y de escuela. Es en este umbral donde comienza la historia, impulsada por el (tal vez muy explicitamente) expresado deseo de cambio, pero perseguida y contrastada por el pasado y el peligro de regresar a él:
Esperaba ansioso las clases , los trabajos y los exámenes: las buenas calificaciones. Por fin olvidarme de lo que había hecho. Cambiar. Demostrar que podía ser un buena persona.
El resto del cuento desarrolla muy bien el conflicto hasta alcanzar un climax potente y catártico en el que se muestra, como en el resto de los relatos del libro, que el gran drama de esa edad en la que se despierta a la Vida, no radica tanto en las situaciones externas sino en el interior del corazón y mente adolescente.
Si bien los cuentos avanzan sin problemas y el libro entero puede leerse en una sola tarde, por momentos la brevedad de las historias parece confundirse con una impaciencia del autor. Piquetes de alacrán que molestan, irritan y desconciertan, pero que no terminan por ser letales. En otras ocasiones la pluma de Caravantes parece ansiosa por revelar un final sorpresivo que acaban por romper la tensión y verosimilitud del relato. Es el caso de “San Cristobal”, donde se cuenta la trágica muerte de los padres del narrador, con el mismo estilo breve y escueto que en este caso no ayuda a ascender al climax de la historia:
Mi padre ya no se movía. Ellos intercambiaban posiciones sobre el cuerpo de mi mamá y al final se despidieron con un par de balazos.
Si bien en este primer libro de Caravantes aún se observan ciertos detalles imprecisos propios de un joven autor, hay algo muy destacable que obliga a estar pendientes de su próxima entrega: ganas y oficio para contar verdaderos dramas humanos.
Fernando Galicia
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