A veces llegan al mundo por parto natural, limpios descendientes de sus ancestros latinos, griegos y anexas. Otras, vienen como retoños de un vocablo extranjero –aunque éstos en ocasiones nacen con malformaciones y apenas duran unos años–. Y también hay verbos que tienen su génesis en una fractura; pequeñas criaturas que ven la luz por una fisura en la arbitrariedad de la lengua, y salen al mundo con una personalidad no siempre amable pero única.
Hace algunos días, el director de esta revista me refirió la existencia de cierto verbo joven e indócil: okupar. Y no sólo lo mencionó, como si tal cosa: me procuró el enlace en que la mismísima Real Academia Española, lo define en su diccionario como “tomar una vivienda o un local deshabitados e instalarse en ellos sin consentimiento de su propietario”. Aquí la liga.
El movimiento Okupa se ha dedicado desde los años sesenta a colonizar dichos lugares abandonados, con el fin de denunciar las dificultades que representa hacer válido el derecho a la vivienda. Ya desde entonces mucha gente, amante mal correspondida de la legalidad, se escandalizó. En tiempos más recientes, sin embargo, los ofendidos han resultado los puristas del idioma, pues no conciben que una palabra, derivada de ocupar pero con una pecaminosa “falta de ortografía”, se haya hecho de casita en el diccionario académico, libro sagrado objeto de toda la veneración que pueda caberles en un sueño húmedo.
Se sienten confundidos, desamparados, no entienden la traición de esa Academia alcahueta. Se les olvida que la RAE no es un palacio legislativo, se niegan a aceptar que el diccionario no hace sino registrar (nunca “aprobar”, como si fuera nuestra niñera) los sucesos de la lengua –a veces se tarda un poquito, pero le echa ganas–. Por eso son incapaces de admirar, en todo su esplendor, el alumbramiento de okupar, un verbo en que la profanación de un lugar físico transgrede el mundo real y reverbera en la torcedura léxica. No sé ustedes, pero a mí me parece una cosa muy bonita e ingeniosa; me hace recordar que el lenguaje se hizo para comunicarse y no para usarlo de grillete; me hace pensar en todos esos parajes aún despoblados, olvidados por el diccionario, que nuevas e insurrectas palabras bien podrían okupar.
En casos como éste, no deberíamos angustiarnos tanto por la ortografía; nos vaya a dar algo. Y no sea que por estar siguiendo reglas a ciegas cuales burócratas del idioma, nos perdamos aquí en el mundo real de lo que no pasa todos los días. El nacimiento de un verbo. por ejemplo.
Adrián Chávez
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