Busco reseñas del libro anterior de Gabriel Rodríguez Liceaga. Fuera de las palabras que Roberto Wong leyó en la presentación del mismo y de una lista de los mejores libros del 2015 redactada por Antonio Ortuño, no encuentro texto que hable sobre los cuentos de Perros sin nombre. Pienso en estas líneas del mismo Gabriel:
El destino de cualquier obra humana es el olvido. Hay atajos para llegar a él. Escribir es uno de ellos.
En este caso, hay que añadir, se trata de un olvido injusto, pues hasta hace un par de días sostenía que Perros sin nombre era el mejor libro del escritor antes conocido como El Neb. Ahora ya no estoy tan seguro.
Leo el índice de ¡Canta, herida!, el volumen ganador del Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez 2015. Doce títulos componen el esqueleto del nuevo libro de Rodríguez Liceaga. Algunos los reconozco por apariciones en revistas o suplementos e intuyo el contenido del resto pues los temas de Gabriel se repiten como motivos dentro de una composición musical de largo aliento: la infancia, las relaciones, la crueldad, la literatura misma. Acotando un poco: el fin de la infancia, las relaciones fracasadas, la crueldad de la vida citadina, la imposibilidad de la literatura.
Y no fallo; también en los cuentos de su nuevo libro se abordan estos temas. Gabriel escoge momentos, epifanías, instantes que se expanden para delinear un sentimiento o idea imposible de definir con una sola palabra. Pienso en el dragón en el garaje, la metáfora que Carl Sagan usaba para criticar los argumentos ad ignorantiam. En algún punto, para tratar de probar la existencia de un dragón invisible que vuela, alguien sugiere rociarlo con harina para que ésta lo cubra y así poder detectar al dragón. Así son los relatos de Gabriel; consciente de las limitaciones de las palabras, de ser heredero de un idioma podrido de tanto uso, sus historias se limitan (sabia, acertadamente) a rodear un gran centro inalcanzable. Palabra a palabra, los cuentos forman una asíntota que reduce al mínimo posible la distancia entre verdad y literatura: trozos de vida fundidos en una trama bien compuesta. Y cuando nada más no se puede, cuando las palabras fallan (siempre fallan), Gabriel calla y acierta. Y al guardar silencio dice más que lo que varias páginas podrían tartamudear.
Entonces vi a Ángela Eñe en todo su esplendor. Le copiaré el acierto a Homero no describiéndola. Bástenos saber que era muy bella.
¿Que de qué tratan los cuentos de ¡Canta, herida!? Poco importa. En un texto que leí por ahí, Agustín Fernández Mallo rebaja la serie Game of Thrones calificándola de una mera “sucesión de spoilers”, pues argumenta que las tramas de las grandes obras son apenas excusas para infundir toda clase de sensaciones y que por lo mismo poco importa señalar “el tema” de ellas. Pero bueno, hagamos la tarea. En ¡Canta, herida! el lector encontrará: la introducción de una chica entre la amistad de dos niños, la miseria humana revolcándose en la miseria económica, la complicidad femenina en un mundo de machos, la soledad remojada en aderezo mil islas, una línea de Alfonso Reyes extendida sin desfigurarla ni romperla, entre otras tramas.
En algún otro lado Rodríguez Liceaga lamenta que no habitemos un campo fértil donde sembrar himnos, donde cantarle al trueno, a las canicas y a la sangre. Esperemos que sus libros abonen al alma de sus lectores y sirva este texto como botella al mar, como luz de bengala que señala relatos náufragos dignos de rescate y relectura.
Fernando Galicia
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