Es sabido que no tener auto propio figura como una de las principales causas del hábito de la lectura. Los sistemas de transporte colectivo son incubadoras de casi tantos lectores como de profesionales de la siesta y ligues a primera –y última– vista. Pero leer en el metro, el metrobús, el tren ligero o el suburbano, es una disciplina que se perfecciona. Por ello, como alguien que perdió el volado geográfico y cruza la ciudad todos los días, esbozo aquí algunos consejos para dominar la técnica:
Busque el lugar adecuado. Todavía no se inventan los letreros de Ceda el asiento a ancianos, mujeres embarazadas y lectores. Si no alcanzó lugar, busque un rincón. Respete a los demás, pero instrúyase en tácticas de tacleo. Lo importante es, en la medida posible, quedar confinado a un perímetro que le permita una distancia decorosa entre sus ojos y el libro; ni tan cerca que tenga la misma sensación de estar en la primera fila del cine, ni tan lejos que parezca estar tocando el trombón.
Practique la contorsión. Muchas veces, sobre todo en horas pico, resulta difícil leer en posturas naturalmente humanas. En más de una ocasión quedará usted aprisionado entre brazos y barrotes. Se recomiendan ejercicios de flexibilidad. El lector de transporte público sabe que el cuerpo no tiene límites.
Acostúmbrese a usar sólo una mano. Un lector, dice un buen amigo, es un manco voluntario. No se aferre a tomar el libro con ambas manos, no sea necio. Perfeccione la técnica de los cuatro dedos: índice y medio en la primera y la cuarta de forros, pulgar y anular en las páginas abiertas. Así le quedará una mano libre para sostenerse de los barrotes y amortiguar, dado el caso, una caída ocasionada por las maniobras del conductor.
Practique ‘el solito’. En los casos más extremos, existe la posibilidad de no tener a la mano ninguna clase de agarradera. Ejercite eso que sus padres, cuando usted estaba prendiendo a caminar, llamaban el solito. Si va a la playa, tome un curso de surf. Haga sentadillas de vez en vez. El funambulismo de camión requiere compromiso.
No sea envidioso. ¿La lectura es una actividad en esencia solitaria? No en el metro. Si el vecino husmea en las páginas de su libro, comparta. Sonría. No sea majadero.
No se ofenda. Un libro ocupa espacio; ergo, un lector es un estorbo más grande que cualquier otra persona interpuesta entre el pasajero a punto de bajar y las puertas. Aunado esto al hecho de que la lectura es considerada económicamente improductiva, el lector de camión será objeto, en más de una ocasión, de miradas flamígeras. Por otro lado, a los vendedores de piratería con sus bocinas y los otros conductores con sus claxons tampoco les importa su lectura. Sea tolerante. No sea pendenciero. Use audífonos si lo prefiere. El mundo no está hecho para lectores. Concéntrese en su lectura y dé permiso cuando se lo pidan.
No olvide dónde baja. Incontables amores y contratos se han cebado porque el lector, inmerso en una novela o un volumen de poesía, se pasa de la estación donde le correspondía descender.
Cuide su libro… Y su salud. Finalmente: el resto de la gente no tiene empacho en pisar, empujar, manosear, y un violento etcétera, a sus conciudadanos; mucho menos le importa la integridad de un libro. Cuídelo. Protéjalo. Practique la vista panorámica. Y, por otro lado, cuídese usted; no sea un mártir. P.D.: Pida perdón si, accidentalmente, golpea a alguien con su libro –máxime si está leyendo La guerra y la paz o las obras completas de Alfonso Reyes–.
Persevere (Bonus). Todo experto lector vial se mareó en los albores del oficio. No sea miedoso. Si se siente más seguro, lleve consigo los fármacos ad hoc, a manera de rueditas de entrenamiento.
Recuerde que la práctica hace al lector. O, en su defecto, pida un taxi.
Adrián Chávez
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