ADVERTENCIA: Contiene una sucesión descontrolada de spoilers.
Históricamente, la ciencia ficción ha sido el espacio de las revoluciones, el campo de batalla literario, o cinematográfico, donde muchas han vertido sus últimos alientos de esperanza y donde otras tantas han defendido, con la sangre como tinta, los ideales de libertad y de justicia. Dentro del género, en las ficciones distópicas, hemos también dejado constancia indirecta de los más grandes horrores de la humanidad, de nuestras pulsiones opresivas y de nuestra tendencia a la servidumbre voluntaria. Como lo dijera Alex Gendler en ¿Por qué amamos (y necesitamos) la literatura distópica?, “las distopias son ficciones precautorias, no sólo sobre algún gobierno en particular o algún avance tecnológico, sino sobre la mera idea de que la humanidad pueda ser moldeada en una forma ideal”.
Una podría esperar que la ciencia ficción y, de manera más específica, las ficciones distópicas fueran siempre progresistas y que su motor permanente fuera algo cercano a la defensa de la dignidad de todas las personas. Sin embargo, lo cierto es que quienes las producimos seguimos siendo humanos, algunos inmersos en un proceso de deconstrucción, otros no tanto, y todos susceptibles a ser víctimas de los dictadores que habitan nuestras mentes. Es así que algunos creadores encuentran más sencillo extrapolar las leyes de la física y hacer cimbrar los límites de la bioingeniería que desafiar las convenciones del género binario y representar en la ficción de forma digna a otros cuerpos e identidades más allá del hombre blanco heterosexual. Un ejemplo icónico de esta incapacidad es la cinta recientemente estrenada Blade Runner 2049, secuela de aquella lanzada en 1982 y basada en la obra de Philip K. Dick. Dirigida por Denis Villeneuve, esta película es consecuente con su predecesora ochentera, no sólo en términos del argumento y de las leyes generadas por el novelista estadounidense, sino también en su pobre representación de los personajes femeninos. Podemos exculpar al clásico de los 80 dado el contexto de la época; la secuela, sin embargo, no sale tan bien parada.
Casi cero en la prueba de Bechdel
A mediados de los ochenta, gracias a la novelista gráfica Alison Bechdel, surgió un esquema para evaluar la perspectiva de género en la representación de los personajes femeninos al interior del cine. La prueba de Bechdel se popularizó más tarde, siendo actualmente un método constantemente utilizado para darnos una idea de qué tan machista es una película. Al analizar Blade Runner 2049 con este lente, descubrimos que la más reciente obra de Villeneuve nos ofrece realmente poco en términos de equidad.
- ¿Aparecen en la película al menos dos personajes femeninos con nombres propios?
Sí, la mitad de los personajes principales son mujeres. El problema está, como veremos más adelante, ligeramente más al fondo.
- ¿Los personajes comparten escena y hablan entre sí?
Sí, sí, todo sigue marchando a pedir de boca…
- ¿Esa conversación trata sobre hombres? (Sí contestas que sí, tu peli ya bailó)
Son pocos los momentos en los que un par de personajes femeninos comparten la escena. Son, además, bastante lamentables. Uno de los más memorables, por tratarse de un momento sensible y poco afortunado, es aquél en donde Joi (Ana de Armas) y Mariette (Mackenzie Davis) convergen en un mismo cuerpo para conseguir que K / Joe (Ryan Gosling) pueda tener contacto físico con su novia computarizada. El momento implica una dura decisión, seguramente acompañada de un lento proceso reflexivo, que lleva a Joi a sofocar sus pulsiones de celos y posesión con tal de concederle a su pareja el estímulo físico que necesita y al que nunca ha tenido acceso. Joi (quien carece de cuerpo) se sincroniza con Mariette para así permitir que K emule la experiencia de tener sexo con la primera a través de la piel de la trabajadora sexual. El evento por sí solo es un foquito de alerta. Mal manejado puede tratarse de uno más de los típicos sacrificios que las mujeres deben hacer, según el patriarcado, para tener contento al marido.
Después de esta especie de trío mhm (de esos que no hacen temblar ni tantito al patriarcado dado que, aunque involucren a más personas de las que caben en una pareja, a fin de cuentas, siguen existiendo para el placer del hombre), la situación se torna patética. Cuando Mariette se despide de Joi, el asomo de lo que podría haber sido un poco de sororidad se desvanece. La trabajadora sexual trata a la computadora con un desprecio digno de telenovela de Televisa, porque, claro, desde la perspectiva de Villeneuve, dos mujeres interesadas en el mismo hombre jamás antepondrán su identidad y sus puntos en común a la atracción fatal que sienten por el tipo. (¿Qué no han escuchado eso de Tacos before vatos?). “Estás más vacía de lo que piensas”, le dice Mariette a Joi, provocando así que la primera interacción importante entre dos personajes femeninos de la película gire en torno a un pene y esté salpimentada por mucho del odio que el patriarcado ha sembrado en la feminidad para evitar así que las mujeres se den cuenta de su fuerza y se revelen.
Aunque la segunda interacción relevante no gira en torno al sexo de un hombre, sí lo hace alrededor del poder que emana del héroe. Se trata de la pelea entre la teniente Joshi (Robin Wright) y Luv (Sylvia Hoeks). La discusión está centrada en el destino de K y de quien se piensa es el hijo de la replicant Rachael. No hay demasiado contenido y la escena sirve más bien para que la historia avance. El suceso desemboca en la muerte violenta de uno de los dos personajes, hecho que nos lleva a la siguiente línea de análisis.
Cuerpos desechables
Ningún cuerpo es maltratado después de la muerte como lo es el de la teniente Joshi. Aunque el maltrato lo efectúe una mujer, la cinta fue creada por un grupo de hombres que decidieron que el espectador obtendría algo indispensable de la contemplación de esa escena. “Se trata sólo de un golpe contra el escritorio”, dirán muchos, y en esa displicencia encontraremos la oscura raíz del problema. Es un asunto de ética en la creación que estamos a décadas de empezar a discutir en México.
Tenemos a tres personajes femeninos y a tres personajes masculinos entre los principales. Los tres primeros, por supuesto, mueren. Los otros tres sobreviven y trascienden. Igual que en el mundo real las mujeres construyen y edifican para que los hombres vivan a sus anchas, en la película los personajes femeninos dibujan el camino para que el héroe lo recorra. En la ciencia ficción del 2017, las mujeres siguen siendo las doncellas, las llamadas a la aventura, las sombras y las aliadas, pero no las heroínas.
Cuerpos expuestos
Aunque Joi y K son ambos productos del diseño humano, sobre la primera pesan limitaciones que poco parecen tener que ver con su naturaleza y que responden más a los estereotipos de género. Para empezar, el único cuerpo desnudo que vemos durante la película es el de Joi. Al de K nos aproximamos cuidadosamente, de forma que sólo veamos sus hombros y su espalda y no vayamos a pensar que Ryan Gosling consiguió el papel acostándose con alguien o sólo por su belleza.
Yendo más al fondo, el personaje entero de Joi es por sí solo lamentable. Se trata de un software diseñado para darle a su usuario calores análogos a los del amor y la familia. Aunque pareciera que la computadora no puede trascender los límites de su programación, lo cierto es que lo hace cuando a los creadores de la cinta les parece pertinente. Es decir, Joi puede desafiar sus códigos para reconocer la humanidad en K e incluso para poner en riesgo su existencia con tal de perseguir el amor, pero dios no quiera que los desafíe para transgredir los roles de género. Podemos hablar de vida extraterrestre y de inteligencia artificial que se rebela contra la humanidad, pero por favor no hablemos de seres mitológicos y descabellados como las mujeres insumisas.
El fracaso se concreta al descubrir en Joi el espíritu de La Sirenita de Disney. Cuando K debe enfrentarse a la parte más oscura de su camino, su novia-computadora decide acompañarle. Para hacerlo, sin embargo, necesita renunciar a su esencia, transfiriendo su ser de su hardware original a una especie de memoria USB que le permitirá salir de casa al mundo real. La situación la lleva, por supuesto, a la muerte.
Ni Jesusa puede salvarnos
Es verdad que, al final, Blade Runner 2049 da un giro inesperado al revelarse que el salvador de los replicants no es K y que éste no nació como los mamíferos, sino que fue un producto de la bioingeniería (como se asumía al inicio). Su ADN y sus recuerdos fueron tomados de la Dra. Ana Stelline, quien es la verdadera hija de Rick Deckard (Harrison Ford) y la replicant Rachael (Sean Young). El foco, sin embargo, no se se encuentra en el futuro mesiánico de Ana, sino en los problemas ontológicos de K, quien casi se pensó que tenía alma y terminó por descubrir que no era más que un robot.
Hay un camino largo por andar en términos de la representación de la diversidad de identidades en el cine y la televisión. Cada paso dado, sin embargo, es valioso por el simple hecho de entregar a una mujer joven, a un niño o niña trans o a un adolescente LGBT el mensaje de que tiene un lugar en el planeta, el impulso necesario que permita a las personas que estén viviendo contextos opresivos imaginar y construir espacios donde su dignidad sea respetada. Hace falta muchísimo, y por ello debemos seguir reivindicando nuestro papel como creadoras y creadores, colocándonos en esas posiciones que la creación artística ha reservado para los hombres heterosexuales a lo largo de los años.
Post scriptum: Aún te amo, Ryan Gosling.
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