Hace muchos olores atrás…
La palabra aromaterapia comenzó a estar en boga desde principios el siglo XX entre los médicos europeos, pero no fue hasta la década de 1930 cuando un químico francés llamado René-Maurice Gattefossé acuñó el término en su libro Aromathérapie: Les Huiles Essentielles, Hormones Végétales.
Gattefossé, a pesar de haberse formado en la ciencia y llamarse científico, no sabía el gran daño que estaba por causarle a ésta, pues futuras generaciones de estafadores usarían su término para crear una pseudociencia.
A lo largo de su vida, Gattefossé trató de unificar las tradiciones milenarias con el conocimiento de la época moderna, el equivalente de mezclar agua y aceite.
En 1910, siendo un hombre bien acomodado gracias a la compañía de producción de perfumes que había fundado junto con su madre y sus hermanos, fue víctima de una explosión en el trabajo; quedó gravemente herido. A pesar de que se le trató con todos los cuidados de la época, sus heridas se gangrenaron por una terrible infección. Desesperado, pidió que sus heridas fueran tratadas con aceite esencial de lavanda, lo cual resultó sorprendentemente bien. Su herida sanó al poco tiempo y con esto se confirmó su intuición: la esencia de lavanda tiene propiedades curativas.
En 1942, Gattefossé pretendía publicar la segunda parte de su libro; sin embargo, desistió debido al gran avance de los nuevos antibióticos descubiertos por Alexander Fleming (descubridor de la penicilina y premio Nobel 1945), quien ponía en terrible cuestionamiento las propiedades curativas de la aromaterapia.
A lo único que huele, ¡es a dinero!
A pesar de que la palabra esencial de los aceites viene del tipo de moléculas aromáticas volátiles de que están compuestos, los “aromaterapeutas” aseguran que el efecto curativo no proviene de estas moléculas, sino que el origen curativo se debe al “alma o esencia” de la planta, la “energía vital que nos llega a través de su esencia”. Es por estas afirmaciones y por una gran cantidad de estudios científicos serios que brillan por su ausencia, que ha llevado a muchos a ser escépticos al respecto y a preguntarse si no será solamente un engaño para hacer dinero fácil.
La revista británica Health Food Business calcula que tan sólo entre los años 1995 y 1996, por productos de aromaterapia vendidos a través de tiendas relacionadas con alimentos y salud, las ganancias fueron de aproximadamente 164 millones de dólares.
Actualmente existen varias compañías dedicadas a producir esta clase de engaño embotellado. Una de estas compañías es Aroma Vera Inc., de Los Angeles, la cual hace afirmaciones dudosas como: “los aceites esenciales ayudan a purificar el aire que respiramos haciéndolo más suave y relajante a nuestra respiración”; además de asegurar que las esencias “ayudan al balance del fondo biológico revitalizando las células”.
Por su parte, la Asociación Nacional para la Aromaterapia Holística (USA), define a la aromaterapia como “una terapia de cuidado, que necesita de las manos, y que busca inducir la relajación, incrementar la energía, reducir los efectos del estrés y restaurar el balance perdido de mente, cuerpo y alma”.
No es un buen olor después de todo
Ya que los aceites esenciales en aromaterapia pueden ser inhalados, aplicados tópicamente en la piel o por difusión aérea, existen muchas preocupaciones relacionadas con sus potenciales efectos dañinos a la salud. Muchos de sus componentes químicos son agentes sensibilizadores, es decir, que sensibilizan una parte del cuerpo después de repetidas aplicaciones causando reacciones alérgicas en la piel. Incluso, algún aceite esencial que pueda no ser dañino para el público en general, puede ser peligroso para mujeres embarazadas o en periodo lactante. Algunos aceites como el del eucalipto son muy tóxicos si son ingeridos. Se han reportado algunos casos en los que la ingesta de hasta 4 ml. de aceite esencial de eucalipto causa daño hepático, convulsiones y envenenamiento. Además, no es raro que se encuentren productos de aceites esenciales que hayan sido adulterados por compañías fraudulentas.
La Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) regula los perfumes como cosméticos y los define como “artículos para ser aplicados al cuerpo con el fin de asear, embellecer, promover lo atractivo o alterar la apariencia”. La afirmación general de que el aroma de un perfume es benéfico para la salud es una aseveración que queda fuera de la aprobación de la FDA. Sin embargo, no se ha hecho suficiente para detener a estas empresas, y hace falta regulación para este tipo de organizaciones que pretenden sustituir a la medicina moderna con olores engañosos.
Un spa no es ciencia
Un rasgo importante del sentido del olfato es su fuerte relación con el proceso de la memoria. Desde niños hemos aprendido a relacionar un olor con su origen: con los ojos vendados podemos distinguir una rica fresa de unas palomitas recién hechas. Lo que percibimos como olor son en realidad millones de pequeñas moléculas volátiles que se dispersan en el aire y llegan a nuestra nariz; estas moléculas sólo se encargan de excitar nuestras células del olfato para que nuestro cerebro se acuerde de lo que estamos oliendo, sin embargo, su función no excede la identificación.
En 2004, el premio Nobel de Fisiología y/o Medicina le fue otorgado a los investigadores Linda Buck y Richard Axel por sus estudios acerca de la fisiología del olfato. A diferencia del modelo tradicional de llave-cerrojo que gobierna el gusto, el olfato es dictado por un conjunto de células sensoriales. Una molécula que da fragancia interactúa con más de un tipo de receptor, de tal manera que la sensación general se crea por la combinación de receptores activados.
De hecho, se estima que podemos recordar cerca de mil olores y distinguirlos aunque sean sutilmente diferentes, dependiendo de nuestra edad, experiencia y sensibilidad natural. Nuestra habilidad lingüística para nombrar aromas, sin embargo, carece por mucho de la habilidad de nuestra nariz para diferenciar todos ellos.
La aromaterapia también asegura que sus métodos mejoran el estado psicológico de las personas. A este respecto, se realizó un estudio para evaluar el efecto psicológico del masaje con aromaterapia con dos grupos diferentes de personas. Uno de ellos fue sometido a masajes relajantes con aceites esenciales y al otro grupo sólo se le dieron masajes relajantes.Los resultados mostraron que en general la depresión y la ansiedad bajaron significativamente, pero no hubo diferencia alguna entre ambos grupos. Se concluye, por lo tanto, que la causa fue el efecto relajante del masaje. No cabe duda de que los defensores de la aromaterapia se aprovechan de la desinformación; después de todo, es como haber ido a un spa. Podemos oler una aspirina, pero de nada servirá si no la tomamos. Podemos oler un vino tinto y por más que nos esforcemos oliendo, no nos emborracharemos a menos que lo tomemos.
Esto no quiere decir que los aceites esenciales deban ingerirse; simplemente no es así como las cosas funcionan. Para desarrollar la aspirina como fármaco que alivia la jaqueca fue necesaria una buena cantidad de estudios bioquímicos y ensayos clínicos en muchos pacientes antes de que fuera aprobada como medicina legal y se determinara cual es la mejor forma en que nuestro cuerpo la acepta. Ya sean ingeridos como la aspirina, inyectados como algunos antibióticos, o aspirados como el salbutamol que ayuda a los asmáticos, todos los medicamentos pasaron por un proceso de evaluación. Oler algo no es suficiente, se necesita saber qué sustancia causa el efecto curativo, en qué dosis, cuánto tiempo dura su efecto y en qué tiempo se degrada; además, si es potencialmente dañino y cuál es la mejor forma de tomarlo. Por eso debe ser un médico quien nos indique tomarlo, de lo contrario nos estaríamos poniendo en un riesgo.
Lo que tiene mal olor, perfumado huele peor
Como ya dijimos más arriba, se invierten tiempo considerable y mucho esfuerzo en la experimentación estricta para que un fármaco sea aprobado; por lo cual resulta injusto que alguien sin validación alguna haga dinero fácil a costa de la ignorancia. Eso no es ciencia.
Una característica esencial de la ciencia es el sometimiento a experimentación de una hipótesis. Estos experimentos debería poder reproducirlo cualquier otro científico en otro lugar del planeta, demostrando así la validez y funcionamiento de una medicina. Lamentablemente, por más tentadora que nos pueda parecer la idea de que oliendo aromas agradables nos aliviaremos de cualquier enfermedad, problema físico o mental, la aromaterapia seguirá enmarcada en la zona de las pseudociencias.
Karl Popper, uno de los grandes filósofos de la ciencia, introdujo el concepto de la falsabilidad para ayudarnos a distinguir una ciencia de una no ciencia: jamás se escuchará de algún resultado negativo de una pseudociencia, afirma; jamás se escuchará de parte de los defensores de la aromaterapia que algo salió mal.
La ciencia siempre se ajusta, acepta y corrige sus errores, evoluciona y mejora.
El error que Gattefossé cometió fue afirmar una sospecha, una hipótesis, sin someterla a experimentación. El creía con vehemencia en las propiedades curativas del aceite esencial de lavanda; pero creer no basta. Se tiene que demostrar la hipótesis antes de afirmar que esto o aquello es verdad.
Actualmente, se ha demostrado (como bien intuyó Gattefossé) que el aceite de lavanda contiene moléculas con propiedades antibióticas; sin embargo, para llegar a esta conclusión tuvieron que hacerse muchos experimentos. La aplicación curativa de los aceites esenciales no va más allá de matar bacterias patógenas.
Es necesario informarse, no dejarse engañar, comprender la diferencia entre una ciencia y una pseudociencia. Éstas, sin duda, siempre huelen a gato encerrado.
Ezequiel Alejandro Madrigal Carrillo
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