Con un título tan extenso, no se necesita ninguna introducción; así que empecemos de una buena vez:
1.- Es una novela compuesta por 61 capítulos y publicada en 1988; tiene una dedicatoria al papá de Harris, y dos epígrafes: un fragmento de la segunda carta a los corintios y otro de un poema de John Donne. El de Donne es un acierto magnífico: «¿Habré de contemplar una calavera en un anillo, / yo que llevo una en el rostro?». Incluir aquí estos datos formales puede parecer pueril, pero es básico tenerlos a la mano. Los siguientes deben ser más atractivos, pues se trata de diferencias con respecto a la famosísima y excelente versión fílmica de Jonathan Demme, o bien, de información que en la misma ha sido omitida.
2.- La celda del doctor Lecter no tiene ese enorme y grueso cristal con orificios. Es como las demás celdas del tétrico pasillo: con barrotes. La diferencia es que, por la «parte interna, a mayor distancia de la que alcanza un brazo humano, hay una segunda barrera, una resistente red de nailon tendida desde el suelo al techo y de pared a pared». Los realizadores del film decidieron utilizar un cristal para así poder ver con claridad a Anthony Hopkins haciendo el papel de su vida. Pero, en medio del proceso de planeación, de pronto se dieron cuenta de que las voces de los actores rebotarían en el muro transparente, por lo que le agregaron los orificios. Esta última información no aparece en el libro, desde luego; uno la puede encontrar en el documental que viene en la edición especial en DVD.
3.- «El doctor Lecter tiene seis dedos en la mano izquierda.» Así es, en la novela su monstruosidad no sólo es espiritual sino además física y con obvias implicaciones simbólicas: el número seis y el lado opuesto al diestro, o sea, el siniestro. Cabe agregar que el doctor Lecter no hace ningún esfuerzo por ocultar su deformidad. E incluso la sabe aprovechar muy bien: cuando se escapa de la reja, en Tennessee, se esconde la llavecilla entre los dedos de la mano derecha, anticipando que el pobre oficial Pembry se quedará mirando la izquierda mientras le coloca las esposas.
4.- Por cierto, la llavecilla que utiliza para abrir las esposas no es, como cuenta el film, la pieza minúscula que le ha quitado al bolígrafo de Chilton: sí se trata de una pieza de bolígrafo, pero el doctor Lecter la ha obtenido mucho tiempo atrás, gracias a un descuido de un psiquiatra que lo fue a entrevistar en Baltimore. Es el tubo de la tinta recortado en dos pequeñas secciones, al que luego le ha agregado otro pedacito de clip, obtenido en circunstancias semejantes, y que además ha perfeccionado con mucha paciencia valiéndose de los tubos de su cama, todo esto en la espera de encontrar el momento oportuno para utilizarlo sin posibilidades de que le falle. Es, en fin, una herramienta de dos partes fácil de ocultar en el cuerpo y en la ropa. El doctor Lecter decide esconderla en el pliegue de la encía.
5.- Frederick Chilton no tiene estudios de doctorado, y si los tiene, no cuenta con el título. El doctor Lecter (que obviamente sí es doctor) se regocija mucho con esta información y en la novela la utiliza en un momento crucial, desde luego para humillarlo: cuando Chilton interrumpe la última entrevista entre Lecter y Clarice Starling.
6.- El papá de Clarice tampoco era un oficial de policía. Clarice, que padece un profundo complejo de inferioridad por su posición social, su origen humilde y la historia gris, sin nada bueno que destacar, de su estirpe, le dice al doctor Lecter que su papá era policía y que había muerto tras quedar herido durante el enfrentamiento con unos ladrones; pero el doctor Lecter, cuya suspicacia es a prueba de todo, en especial a prueba de balas, termina sacándole la verdad: el papá de Clarice era un cuidador nocturno, sin uniforme, sin pistola (en cambio tenía un rifle, cuyo lento sistema de disparos le costó la vida), sin placa, sin título, sin nada. De ahí la necesidad de Clarice de sobresalir del resto, de salvar su nombre y el de su papá.
7.- Clarice también busca acallar los lamentos de los corderos, pues en la granja de sus tíos efectivamente los sacrificaban durante la noche, pero, a diferencia de lo sucedido en la película, Clarice no salva a un cordero. En la granja, además de corderos, se mataban caballos, caballos enfermos para convertirlos en pegamento y en comida para perros. Ella se había encariñado con una yegua ciega y la yegua correspondía al afecto de la pequeña Clarice. Cuando el asunto de la matanza salió a la luz, Clarice decidió escapar con la yegua. El nombre de ésta era Hanna y vivió mucho tiempo, se podría decir feliz, en el orfanato en el que Clarice creció después del periodo en la casa de sus tíos. Murió un año antes de que Clarice se involucrara en la cacería de Buffalo Bill.
8.- El terrible Jame Gumb, alias Buffalo Bill, alias John Grant, alias Billy Rubin, alias Jack Gordon, tiene una historia larga y llena de atrocidades. Pero aquí no vamos a ponerlas todas; conformémonos con anotar las que le permitieron al doctor Lecter saber desde que los periódicos reportaron el hallazgo del primer cadáver que el homicidio lo había cometido Gumb. El doctor Lecter tenía un paciente llamado Benjamin Raspail. El problema de Raspail (uno de sus problemas mayores) era que le gustaban los hombres peligrosos. Su amante en turno era el peligrosísimo Jame Gumb; Raspail conocía de primera mano sus antecedentes: Gumb había estado recluido desde los doce años en una institución mitad reformatorio mitad manicomio, luego de haber matado a sangre fría a sus abuelos. Un mal día Raspail conoció a un marinero europeo de nombre Klaus. Cuando Gumb descubrió la relación entre ellos, mató y desolló parcialmente a Klaus: le quitó la piel del pecho y del abdomen, después se la colocó a manera de delantal de cocina, ni más ni menos que para darle la sorpresa a Raspail. También le cercenó la cabeza, pieza que Raspail conservó en un frasco con formol y que luego ocultó en el almacén, no sin que antes Gumb firmara su obra, insertándole un capullo de lepidóptero en la garganta.
9.- Billy Rubin, el nombre falso que el doctor Lecter le dio a la desesperada senadora Martin, no fue elegido al azar. Cuando escapó de la jaula, Lecter dejó flotando en el retrete un papel en el que había escrito una serie de números y letras difícil de descifrar. Era «una fórmula bioquímica, la de un pigmento que contiene la bilis humana llamado bilirrubina. El laboratorio indica que se trata de uno de los principales agentes colorantes de la mierda». También el mismo laboratorio dice que «la bilirrubina es exactamente del mismo color que el cabello de Chilton».
10.- El doctor Lecter no se venga de Chilton, como la película lo sugiere en esa escena que es una de las mejores presentaciones de créditos finales que he visto. En los últimos capítulos del libro, el doctor Lecter le escribe cartas a sus conocidos: una al enfermero Barney, que además incluye una generosa propina por su trato gentil, otra a Clarice y otra a Chilton, en la que le promete visitarlo en un futuro, para cenar, desde luego. En ese momento, Lecter se prepara para emprender un viaje por Sudamérica que terminará en Río de Janeiro. De ahí que la película cierre mostrando ese lugar tropical y tercermundista; seguramente los lectores debieron entender que se trataba de un pedazo de Río, pero los créditos revelan que la escena fue filmada en Las Bahamas. En la carta para Starling, por cierto, le hace la famosa pregunta acerca de los corderos, de si ya dejó de escucharlos; por lo que obviamente en la novela no existe la llamada telefónica ni la ceremonia de graduación.
11.- Además de las cartas mencionadas, también le escribe una a Jack Crawford, su mayor contrincante. Ésta es, para ser más exactos, una nota de pésame, pues en el libro encontramos el drama familiar del jefe y amigo de Clarice, que en la película ni siquiera se menciona. Phyllis, la esposa de Crawford, a la que todos llaman Bella (pronúnciese Bel-la, pues es de la lengua italiana), se encuentra en estado comatoso y en las últimas páginas fallece.
12.- No es el único dato conmovedor de la novela. Son varios, porque el estilo literario de Harris es así de extremo: va de lo más sórdido a lo más cursi, en el mejor sentido de la palabra cursi. Por ejemplo, durante la noche del día en que Clarice ha rescatado a Catherine, la estudiante del FBI tiene dificultades para dormir. Su amiga y compañera de cuarto, Ardelia Mapp, despierta poco antes del amanecer y se da cuenta de que Clarice no está en su cama; sale a buscarla y la encuentra durmiendo recostada contra la lavadora encendida. Ardelia entiende entonces que para Clarice el sonido del motor del aparato, así como el del agua en movimiento, producen la sensación de estar de vuelta en el interior del vientre materno.
13.- Asimismo hay otros datos que oscilan entre lo sórdido y lo cursi. Mencionemos dos. La primera víctima de Jame Gumb fue su amiga Fredrica Bimmel, una chica pobre, robusta, de piel hermosa y de carácter soñador e ingenuo; a ella le gustaba la ropa de moda y la música de Madonna y Blondie. Esto incrementa la atrocidad de las acciones de Gumb, pues a ella no sólo la engañó, como a sus otras presas, sino que además la traicionó. «Lo peor de todo era que Fredrica y Gumb siguieron siendo amigos hasta el final; ella le escribió una nota desde el pozo.» El segundo dato de esta especie que quiero mencionar es también una significativa diferencia con el guión de la película. Cuando Clarice le dispara a Gumb en medio de la oscuridad del sótano, éste cae pero no muere enseguida. Antes de morir, entre los borbotones de sangre que le salen por la boca, le pregunta a su captora: «¿Qué se siente siendo tan guapa?». Y es que el sueño de Jame Gumb, fingido o no, era dejar de ser un gusano, salir del capullo y seguir los pasos del fantasma de su hermosa madre.
Estos trece puntos deben ser suficientes para pasar con buenos resultados una prueba acerca del libro más famoso de Thomas Harris. Por supuesto, quedan muchos otros fuera, como: qué pasa con Preciosa, la perrita caniche de Jame Gumb que Catherine consiguió introducir en el pozo y, con ello, postergar el instante de su muerte, o: cómo es la máscara del doctor Lecter, o: si no es Goodbye Horses de Q Lazzarus, cuál canción escucha Gumb mientras se oculta el pene y los testículos frente al espejo, o también: quién es el pianista que interpreta la pieza de Bach que el doctor Lecter escucha con tanta emoción en la jaula de Tennessee, etcétera, etcétera. Pero ya será mejor que cada quien los descubra por su propia cuenta.
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